Agua, series y Shakespeare

Atia Esura

¿Por qué no se han hecho todavía esas grandes presas que todos imaginamos al mirar a las alturas de la cordillera cantábrica y de los Pirineos, y luego acueductos así de gordos que trasladen el agua recogida en aquellas continuas lluvias hacia el sur de la península? Ya sé que es una pasta, pero merecería la pena. ¿Tanto es el negocio de retener al 80% de la población y del suelo peninsular siempre a la última pregunta en cuestión de agua? También podría preguntarse: ¿de qué material hay que tener hechas las gónadas para propagandear que de Cuenca para el sur, lo cual incluye algo al este a Alicante, y luego a Albacete, claro, y a Murcia y a Almería y hasta el campo norte de Granada y un cacho de Ciudad Real, el agua sólo se quiere para regar «los campos de golf de los ricos»? ¿Es que no han intentado ducharse nunca en Vera, Almería, a hora libre y sin avisar? ¿Es que no han abierto el grifo para beber un vaso de agua en Tobarra? Coño, regad los campos de golf con Vichy, pero no nos insultéis a los demás.

            Eso de que a los pobres no nos hace falta el agua es como lo de aquella temporada, hace trece o catorce años (probablemente quince o dieciséis) en la que, por intereses nunca libres de espesa niebla, varios periódicos (pero no muchos) se pusieron con lo de que no quedaba ni un palmo de costa en España que no estuviera construido. Y venga a sacar fotos de mares de adosados cerca de las playas, y venga a poner fotos de paseos marítimos atiborrados de guiris y de basura, y venga a repetir fotos de la costa de Denia con la arena desaparecida en el mar y las olas rozando las casas. En esas, yo saqué algunos reportajes fotográficos que tengo, o sea quiero decir que hechos por mí misma y no exactamente a la acuarela, entre los que se encontraban bastantes cosas de la misma playa de Cabo de Gata (de momento, yo enseñaba la que entonces se llamaba así: la que mira al sur-sur, la que está entre Almería capital y el cabo titular), y muchos a mi alrededor me negaban a mí, que era la autora, que eso estuviera en España. Es que ni conocían esa playa, que hasta por salir sale en casi todas las series de televisión en cuanto quieren poner unos planitos de olas y sol. Y entonces yo contraatacaba con fotos de la Playa de los Muertos de ahí al lado mismo, o con la de Monsul, al otro lado del cabo (que hasta sale en los Indiana Jones, pero es que al parecer eso era cine fascista), pero nada. Así que me iba a las fotos de Doniños y San Jorge (alias Sanxurxo) y Valdoviño, allá en el otro extremo del diámetro, pero estas por lo visto están en Inglaterra, que ahí sí que saben urbanizar con respeto, no hay más que ver lo verde que está todo, decían, como si nunca hubieran mirado desde el avión el agobiante paisaje de casitas sin fin del sur de England (ni, al parecer, el verde despampanante y los pastos y los bosques desde su coche al viajar por Galicia). Bueno, pues tiraba de las fotos de las playas de San Vicente de la Barquera (en 5 kilómetros hay creo que sólo dos pequeñas construcciones, que son restaurantes de cuando don Pelayo), o de Liencres (ni una en 2’5 kilómetros), o de Somo, y Loredo, qué sé yo. Y ni caso. Y eso que estas también salen en las series.

            Pero es que lo de las series españolas está haciendo un roto en las mentalidades mentales de los negacionistas. Nos referimos a esos negacionistas de las series de televisión, claro. Habrá que aclarar que aquí estamos por un uso intensivo, más que de los campos de labor, de la palabra «negacionista». Primero, porque mola según los parámetros actuales: acaba en a pero es válida para cualquier género, o sea que es generosa, con lo cual ya te estás quitando algunas broncas del camino. Antes también estaba lo de autodidacta, pero luego algunas se empeñaron en que si el autodidacta era un hombre había que poner autodidacto, que se carga la etimología, las reglas de construcción y hasta el tímpano; pero qué se le va a hacer. Digo yo que por ese camino habría que dejar de decir pederasta cuando el aludido es un tío, y habría que decir pederasto, ¿no? Y dejar el otro para las tías. ¿Ah, que es que no hay tías que…? Joder, se me olvida demasiado que las tías somos todas buenas. No, perdón, no buenas, que eso es confuso y ambiguo con el otro uso y me puede hacer rea de macromachismo: quería decir que somos bondadosas.

            También queda fatal.

            A ver: que somos progresistas.

            Ah, ya está.

            O sea que negacionistos no; o no sé yo. Vamos, que hay un excedente de población por ahí que no termina de aceptar lo de cumplir años, uno tras otro en general, y sigue a sus cuarenta y a sus cincuenta y hasta a sus sesenta comportándose como un veinteañero protestón y escandalizador (hablando de reglas de composición y de cargarse el idioma, ¿no?). O sea que un negacionista nunca lo es de una sola cosa: observad y contemplad, dijo el profeta, que los negacionistas de las series suelen serlo también de su propia edad. Lo que pasa es que estos juvenilistas casi siempre se han quedado allí y no se dan cuenta de que en los 2020 y ss. ya no escandalizan a nadie las cosas que a ellos, al parecer (porque tampoco a tantos, te lo juro por Laporta, que yo estaba allí), les escandalizaron cuando tenían esos veinte otoños en los que se han quedado, en efecto otoñales, para siempre. Así que son esos, sí; por fin los has encontrado después de tanto buscarlos: los que apoyan y aclaman a los actores españoles (sobre todo a las actoras, salvo dos o tres casos de actoros) cuando salen en películas de Los Cinco Directores, suelen ser los mismos y las mismas que por otro lado cubren de mocos a las series españolas de televisión en las que salen esos mismos actores, salvo Tosar. Hay algo de inquina contra las cosas de la tele. No digo nada que no conozcas, claro; pero es que hay que hablar de la pelota si quieres acabar dominándola. La clave es que les han liado desde siempre el significado de la palabra crítica y se lo han trenzado con el de la palabra descontento. Todo eso de «educar en el espíritu crítico» o actualmente «en las habilidades (o competencias, perdón) críticas» y tal, llevado a cabo por los idiotas por los que se está llevando a cabo, se ha convertido en educar en el espíritu del gordo goloso mimado que nunca tiene suficientes caramelos y no se corta de pedir más con berrinches decibélicos ni en el silencio teatral de escucha de una Casta Diva cantada por Caballé. Y de esto, aquí y ahora, no digo más, que da para varios libros y a ver si por fin conseguimos un bestseller que pague el Asisa de mis hijos. Sólo apuntaré, para que abráis boca y vayáis reservando la compra futura en librería, que ya habréis caído en que las cosas hubieran sido muy diferentes si Shakespeare le hubiera hecho decir a Ricardo, en lugar de eso de «ya se acabó el invierno de nuestro descontento gracias al sol de York», una cosa como «ya se acabó el invierno de nuestro espíritu crítico gracias a unas buenas escuelas públicas». Sí. Un universo alternativo. O a lo mejor el alternativo es el nuestro, no hay que ponerse tan chulo.

            Lo de las series de la tele tendría también enciclopedias por llenar. Alguien ha dicho hace poco que eso de que las series son el nuevo cine es una gilipollez; pero no vale, porque lo ha dicho uno de esos que sólo hacen cine y que han hecho algo así como un juramento de hacer siempre y sólo cine y mientras tanto odiar a la tele. No vamos a ponernos ahora a hacer listas de series, incluso españolas, que molan. Porque además prometimos no tocar en lo posible la cosa audiovisual, que ya tiene por aquí cerca quien la rasque. Lo que no vamos a evitar es lo del negacionismo ese. Unos simples segundos de pesquisa nos han permitido averiguar que hay mucho más negacionismo del que cree la gente por ahí, y sobre todo los periodistas de partido. Estos sólo ven, o sólo hablan, del negacionismo que les interesa: el de los que dicen no a lo que dice el partido. Pero es que hay mucho, mucho más. Y estaría bien estudiarlo; pero es que el problema es que en el periodismo español de partido (que es casi todo el periodismo, claro) lo de negacionista es algo parecido a lo de «rojo» de cuando el régimen de Franco, que es lo mismo que «fascista» para la izquierda actual: te lo llaman en cuanto no asientes al interlocutor produciendo ondas de choque con tus reverencias al estilo Yolanda Díaz. De empezar siendo una cosa tan seria como «negacionista del Holocausto», nada menos, se pasó a otra cosa en el siguiente escalón, pero también seria, como es la de la evolución climática; bueno. Y alguna cosa más. Pero ojo, que ahí mismo empezó a infectarse, porque ya se empezó a usar la acusación contra el científico que simplemente decía algo como «vamos a repasar esos datos». ¡Qué repasar, hombre! ¡Aquí no se repasa nada! ¡Ya te lo hemos dado masticado y tú punto en boca! ¿Estamos? ¿O eres un negacionista? No, decían los primeros: sólo somos científicos serios, de los que comprueban las cosas. ¡Que científicos ni científicos! ¡Poner en duda lo que dice el partido (o el banco, o la secta) es ser un anticiencia! Y de pronto, zas, te ves en las primeras planas de toda la prensa nacional con tus nombres y tus apellidos y con el palabrejo «negacionista» solamente porque te atreviste a decir, en los vinos de después del partido, que aquello que pitó el árbitro no te pareció a ti tan penalti tan penalti, que lo mismo lo podía haber dejado donde sucedió, un metro por fuera del área. ¡Y había un periodista local oyendo de espaldas a ti en ese bar! La cagaste. La jugada es conocida, porque es la misma que aquella de rojo y/o fascista: negacionistas son los pro-nazis; después, por lo del penalti o por lo que sea, tú eres negacionista, ¿no? Pero esto te hace, ¡cuidado!, algo cercano a los nazis, ¿a que sí?

            Eso de los negacionistas es uno más de los tópicos de políticos periodísticos (obsérvese el orden de las palabras) que se imponen durante una temporada; o no: a veces se quedan, y normalmente para mal. Como aquel «se han quedado solos» que impuso el difunto Rubalcaba cuando quería atizar al grupo rival y enemigo en el Congreso, cuya propuesta no había votado nadie más que ese grupo. Empezaron a imitárselo, muy en plan escolar diciendo chincha-chincha, o en plan futbolista argentino cuando gana algo, y hoy lo utilizan hasta los locutores deportivos en pleno frenesí antigramatical (ellos creen que eso de antigramatical es sinónimo de popular): el graderío del Bernabéu se ha quedado solo reclamando del árbitro de que pite esa mano del defensa rival; los españoles se han quedado solos en la ONU pidiendo que no elijan a la península ibérica como diana de las pruebas nucleares que se le ha permitido a Putin hacer a cambio de que deje en paz ya a Ucrania; Atia se ha quedado sola pidiendo a ese atracador callejero que deje de golpearla para robarle la cartera (y eso significa: como sólo lo pide ella, no tiene valor su petición). Pero a lo mejor es al revés: por ejemplo, en una cosa como nuestro congreso de los diputados (yo pongo las mayúsculas donde quiero, ya lo dije), yo me mosquearía si tengo un apoyo mayoritario, porque hay que ver qué ganado. Y no, no valen cursiladas de listillo como esas que dicen que ese congreso expresa la opinión del «conjunto de la población española», y que al decir yo así estoy despreciando a la población (como Anguita cuando dijo que el pueblo se había equivocado, quizá, o más recientemente otros seguidores de este; pero ya se sabe que los hay con bula) porque una cosa es que esta lo haya votado, y otra que entienda más allá de un 12 o un 13% de lo que hablan, perdidos en sus nubes administrativistas o partidistas, esos elegidos. Pero cuidado, que ya estamos viendo que entre negacionistas y solos hay muy poca distancia. Y aunque el discurso oficial afirma y apoya eso del «desarrollo de las capacidades (ojo) individuales» (sic) y del «espíritu crítico» que ya hemos mencionado, ay de ti como te manifiestes original, solo y negador. Ay de ti: no digas que no te lo advertí. Vas a acabar condenado a pan y agua, ya lo sabes. Bueno, a agua no: ya decía yo que esto estaba en cadena, y era por este asunto: ahora las condenas a pan y agua, según el Ministerio de Tópicos y Sintagmas, van a ser sólo condenas a pan. Lo del agua, mientras no fundemos esos Acueductos Ibéricos Norte-Sur, lo dejamos para seguir acusando a los pobres de ser «ricos que juegan al golf» siempre y cuando esos pobres vivamos en las comunidades autónomas (que no sé yo si tanto) gobernadas por los otros. Joder, cuántas alforjas para un viaje tan cutre.