30 Jun Cadena perpetua forever, como su nombre indica
Atia Esura
Nunca se terminará de escribir sobre las puñaladas que se llevaron por delante a Julio César. Nunca se sabrá del todo cuánto y en qué y hasta dónde estaba metido su hijo adoptivo Bruto, que por otro lado dio bastantes muestras de ser un tío más listo de lo que las fábulas le pintan aunque, eso sí, de ser también el primero y quizá más grande y el que merecería ser santo patrón de los pijoprogres: aristócrata por el progreso, viva el pueblo, mueran los dictadores, viva la pasta y todo eso.
La gente es que lo que se piensa es que eso del pijoprogre es un invento de los años dos mil. Y lo fomentan porque en el fondo les da la sensación de que el progrepijerío es un signo fuerte de que, como dirían los políticos catalanistas, no somos Zambia ni Libia, uf, cualquier paiset de esos en los que adivinas que sus gentes no son catalanas sólo por su aspecto (no lo digo yo: lo dijo el otro día la nueva presidenta supremacista-racista, inexplicablemente sin encausar, del parlamento catalán).Todos mencionan eso del pijoprogre como con asco o quizá con burla, pero como con regodeo, porque no deja de ser un signo de que somos un país del primer mundo y todo eso, al estilo el París de los setenta o incluso los sesenta: un país que hoy ya se puede permitir tener gentes forradas pero de izquierdas, o quizá más bien de izquierdas pero forradas. Parece que antes parecía o creían que para ser de izquierdas había que estar jodido de pasta o, simétricamente, en cuanto alcanzabas una comodidad económica tenías que dejar de ser de izquierdas. El caso es que uno de los más forrados de todos los forrados del país este y de ahora mismo es uno de los más de izquierdas dentro de las izquierdas, y de paso da la casualidad de que es un independentista catalán. Ya a mediados de los setenta, la revista Triunfo sacó un reportaje gordo sobre Elías Querejeta, que en aquella comedia venía a representar el papel del tío raro: el titular o más bien titularón que le pusieron a dos páginas decía: Yo estoy en la izquierda y, dentro de la izquierda, en el extremo izquierdo; y a muchos les o nos extrañó que una de dos: o era el productor de cine que ya era y por tanto manejaba pasta gansa, o era de izquierdas-de izquierdas y entonces no podría manejar tanta pasta como hacía falta para producir cine. Así de ingenuos y de tontos éramos. Él se ve que ya por entonces no. Consultaré las bolas de cristal adecuadas para traer datos más precisos al estilo Terminator, pero de momento me limitaré a decir que no recuerdo mal cuando recuerdo que aquello salió cuando todavía no estaban legalizados los partidos políticos, y puede que incluso fuera antes de que muriera Patxi, que era como en las pandillas o cuadrillas de San Sebastián, de donde era Querejeta, se llamaba en plan familiar a Franco, ese hombre. Y de todo esto se sacan dos cosas, o quizá tres: primera, que así como José Donoso lo dijo del Chile de Pinochet (y le costó su ostracismo para siempre de momento), en ese tardofranquismo que fue tan horrible en la calle hubo cosas que empezaban a relajarse en los salones (explicaciones, más abajo); que muchos, muchos años después, junto al pelotón de fusilamiento que ya empezaba a formarse y que acabaría llamándose Podemos, el hijo cincuentón de José Luis Sáenz de Heredia ya había dejado de desgañitarse por la facultad de filosofía de la Complutense diciendo que su padre no era franquista. Como ese su padre había dirigido eso de ese hombre, la gente había dejado de entender eso de los falangistas de la primera ola (como lo del feminismo de la tercera ola o tal) y ya empezaba (empezaban por ahí) a decir lo mismo que el pollo ese del mitin del otro día, eso de que si Franco había durado solamente podía ser porque todos los españoles nacidos antes de 1975 eran franquistas, que es la leyenda que está por la cara A de las cajas de cerillas, mientras que la que está en la cara B es esa que dice que si ahora hay problemas es porque a los anteriores no les ha importado que hubiera, porque si les hubiera importado ya los habrían arreglado. Angelitos. Le pondrían a una tierna, si no fuera por las ganas que le despiertan de llevarlos a la calle Barquillo de Madrid una mañana de esas heladoras de un febrero o marzo de 1976 o 1977 a intentar que no te mataran los fachas, o los parapoliciales, o los policiales. Es que entonces los fachas sí que eran fachas, los parapoliciales lo eran a tope y los policiales no eran nada nada policiales, sino más bien lo contrario, la negación, el no ser de una policía; y, por encima de todo eso, entonces sí que hacía frío, sí que helaba y sí que nevaba. Obsérvese que las cosas estas van tan en paralelo que se diría que son mellizas inseparables compartiendo hígados y cosas: hoy se le llama facha a cualquiera que exprese su opinión acerca de algo (siempre que esa opinión no coincida con la de Pepa Bueno o la de Patxi López o la de Echenique), y no a lo que es o viene siendo o era un facha de verdad, aquellos que mataron y apalearon y balearon y acuchillaron en aquellos años a chicos y chicas porque sí, en un portal de Barquillo o en el aula magna de Derecho de la Complutense o en la calle Sagasta de Madrid o incluso en el mismo comedor de su propia casa; como digas, ingenuamente, que ese café con leche está rico, te puede caer un expediente de facha porque no has tenido en cuenta la situación del campesinado cafetero colombiano y etcétera, o sea que mussoliniano.
A estos fiscalillos mimados y golosos y faltones cobardes de hoy los ponía yo en aquellas calles de 1976.
La otra cosa siamesa es lo del frío: hoy en cuanto nos ponemos a cero grados todos lloran y tiemblan y sobre todo temen: es el fin, esto es lo nunca visto, en ochenta años de vida no he visto estos fríos (¿por qué dirán eso, que son mentiras flagrantes?) Pero, por decirlo como en Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, los fríos y las nieves y los hielos de aquellos años sesenta y setenta sí que eran fríos y nieves de verdad. O, más que de verdad, numerosos y extremos. Lo normal en los años sesenta, al ir al cole en los meses centrales del curso, era que durante muchos muchos días las fuentes y los charcos y todo lo acuático de por la calle fuera sencillamente hielo. Y había muchos días que no se podía ir al cole porque la cosa se había extremado. Cágate: cuando llegábamos a 1 o 2 grados, las gentes ni lloraban ni se abrigaban más, sino al contrario, se desabrigaban algo y sonreían, porque llegábamos desde abajo y no desde estos inviernos de spa o de caldas o de invernadero que tenemos ahora, en los que a esas temperaturas se llega desde arriba. Se decía: bueno, ya viene el calor. Manda huevos. Lo que cambian las cosas. Claro que en los colegios pijoprogres de la época, que es a lo que íbamos, se achacaba todo eso al franquismo, claro, porque mira cómo en Francia no dejan de ir al cole porque nieve, si es que esto no es país ni es nada.
Ah, sí, mis jóvenes padawanes: durante el franquismo los fachas eran fachas, los fríos eran fríos, y había colegios pijoprogres. Hay con esto mucha confusión y mucho tropiezo. Porque por un lado no se para de decir que durante el franquismo ni siquiera hubo enseñanza, ni pública ni privada ni nada, pero por otro los pijoprogres ilustrados glosan sin parar (y sin parar de repetir) las glorias de la I.L.E. y sus sucesores, sobre todo ese colegio de Madrid llamado Colegio Estudio, y un poco después, quizá para más especialistas, un disidente de este, llamado Colegio Estilo. Ambos durante el franquismo más franquista, cuidado: el primero fundado en 1940 y el segundo fundado en 1957. Y, por ser más precisos, quizá habría que elegir la palabrería con mucho ojo: quizá el Estudio pudiera ser el modelo más acabado de pijoprogre, y el Estilo se puso a ser el modelo de progrepijo, que es una división que me invento aquí y ahora y seguro que me empiezan a plagiar desde dentro de un par de minutos. O sea, el Estudio era de momento más de potencia de pasta y tenía mucho cuadro de la Administración (muchos de los cuadros de la Administración eran de carrera, no políticos ni franquistas -nota para los plastas y para esos pollos ignorantes-), mucho profesional técnico de ideas y actitudes anti-rancias, muchos de los cuales estaban «americanizados», y en general gentes que miraban al futuro. El colegio Estilo (que muchos dicen desconocer, pero se han tirado años bebiéndose los reportajes que en El País le hacían a su fundadora, la también escritora Josefina Rodríguez -de Aldecoa, aka Josefina Aldecoa-) era como lo mismo pero al contrario: sobre todo interesaba la cosa artística, el antifranquismo era muy explícito, y casi se puede asegurar que no había una clase en la que no hubiera hijos de encarcelados por políticos. Eso sí, casi todos (los no encarcelados, claro: a estos, mucho respeto) con vacaciones en Estados Unidos o así, casa en Somosaguas (que es algo como Valvidrera o Getxo), ropa buena, unas cuantas motos muy pronto, pisos guays y en definitiva eso que (también en París, siempre París) se denominaba Bo-Bo o Bobo o Bobó: bohemia burguesa o burguesía bohemia a tope, para el que no maneje idiomas y jergas. O sea, quiérese decir que la cosa antifranquista no era ese sudor denso y oloroso de clase obrera que pintan los desaprendidos soñadores retrospectivos, que había un poquillo pero era sólo un poquillo, sino, sobre todo, gentes con estudios y artes y oficios y a menudo casita en la playa de Peñíscola o Denia o incluso en Atlanta, buenos coches, matrimonios que bien podrían haber cotizado al Impuesto de Incrementos Patrimoniales Bodorriales (otro invento mío que me van a quitar) y frecuentemente clínicas ginecológicas privadas anticlericales muy avanzadas técnica y socialmente, con unos cuantos socios y buenos beneficios. Sí, que se sepa y se diga que la cosa de la pasta antifranquista y la cosa del arte antifranquista anidó en pleno franquismo en algún otro sitio, desde luego, pero muy visiblemente en esos dos colegios: los colegios pijoprogres o progrepijos. Y de aquellos polvos estos lodos, ¿o es que no se ve? Porque el franquismo, contra lo que dicen los que no lo vivieron, fue complicado. Tuvo de sencillo y de esquemático lo que todo el mundo comprende: Bardem -colegio Estilo sus hijos, pero él mismo Colegio de El Pilar- entraba y salía de la DGS con cierta regularidad infame; Tamames -colegio Estudio sus hijos- escribía el famosísimo libro de la cosa esa económica de España que durante mucho tiempo pareció que era el único. Ojo: ambos, Bardem y Tamames, PCE (y el primero, fundador o refundador del partido en el interior nada menos que en los primeros años 50; sí, adanillos: años 50). Salvo eso, todo lo demás fue complicado de cojones: ¿cuándo y dónde hizo carrera, incluso contra una pena de muerte que sólo le quitaron tras unos siete años, Antonio Buero Vallejo? ¿Y todos los demás que acabaron trayendo la democracia, de dónde sacaron sus conocimientos, sus estudios, su preparación como para acabar haciendo eso? Dijo Greta Thunberg: ¿cómo os atrevéis? Yo, que soy mejor, mucho mejor, que esa Greta, digo: ¿pero cómo se atreven los que se atreven a despreciar los esfuerzos, los sufrimientos, el agotamiento y el valor de todas esas personas que contra huracán y tsunami y contra la Brigada Político-Social sacaron adelante unas vidas de creación y avances como no se había conocido antes en España y mucho costaría encontrar equivalentes que hayan venido después? Al final, sólo se puede calificar de insulto intolerable eso que algunos andan gritando por ahí de que entre 1940 y 1975 no hubo en España ni cultura n intelecto, y hasta que ni dejaban estudiar a las mujeres: ¿pero se han vuelto locos?
Y esa es otra de las escaleras que nunca se atreven a bajar (o a subir, depende) los voceras habituales: es que hasta la misma definición de loco ha cambiado de entonces a hoy. No de tan entonces como cuando entonces, no quiero decir que de los años 50 hasta hoy, sino solamente en los últimos 25 o 30 años. Hasta tal punto ha cambiado esto que hoy, con todos clamando por inclusividades y solidaridades a menudo algo indescifrables, lo difícil es que, si te pasa algo, los profesionales te reconozcan que te pasa algo y decidan ayudarte a curártelo: porque como todo es «normal» y nada es «patología»… pues que te folle un pez, claro. Nadie desconocerá que en la actualidad los grupos antipolíticos se han hecho con el control de estas cosas, incluyendo la política, y que, aparte de que eso de izquierdas y derechas se estaba quedando ya algo más que arqueológico, lo que han conseguido es que no sea ni de izquierdas ni de derechas que lo único que importe sea eso de las inclusividades y los géneros y tal: que no importe nada en absoluto qué se enseñe en la enseñanza, sino que haya una buena proporción de cojos, y que no importe cómo de bueno sea un enfermero, sino que una mitad de los enfermeros sean gays, otra mitad trans, otra mitad inmigrante, y así hasta ocho o nueve mitades (las cuentas nunca se les han dado muy bien): ¿se entiende así, o por esta broma ya me han cancelado en los más altos salones? Y todo esto viene de la quedada aquella de la antipsiquiatría de Laing de aquellos mismos años en que, en pleno franquismo, el más intenso antifranquismo lo ejercía, mal que les pese hoya algunos tontos, la clase media acomodada con estudios y con imposibilidad de renunciar a sus vacaciones en Chipiona o en Santander o, se pongan como se pongan allí, en San Sebastián. O sea, los pijoprogres.
Así que no sé de dónde tanto extrañarse de eso de los pijoprogres, que en la casa española viene como mínimo del mismísimo franquismo, pero en general viene, por venir, hasta de Bruto, sí, el del supuesto o conjeturado tu quoque o así. ¿Acaso está el pijoprogre condenado a matar al padre sólo porque su santo patrón sea ese? Pues se diría que sí. Pero es que entonces, hablando de psiquiatrías, al edipismo se le habría llamado brutismo, y eso sí que no, que ya tenemos el brutalismo arquitectónico matando al padre Le Corbusier (F.L.Wright se mató él solo). El pijoprogre se diría que siente la necesidad de no decir nunca, bajo ningún concepto, «sí»: y esa decisión de no decir nunca «sí», sí que es una de las formas más claras de parricidio. Piénsalo un ratito y dime cómo te quedas. Porque de ahí sale tanto que hemos vivido últimamente.
Y para mirarlo y pensarlo hemos estado con esta web estos tres años. Una web brutal: quizá de Bruto, quoque.