La imposible línea entre el humor y el supremacismo

o Si te burlas, me burlo

Atia Esura

Todavía hay bronca entre los partidarios de Newton y los de Leibniz, sobre todo acerca de si el cálculo diferencial lo inventó el uno o el otro. Lo que no sabe la gente (porque se lo hemos preguntado a toda la gente, por supuesto), es que hay una conexión interesante entre Newton y los catalanes. En realidad, una conexión doble; hay que estar atentos para pillarla. Y no, no es que Newton fuera catalán: probablemente es la única persona importante de la Historia que no es catalana. Lo que sucede es que (esto es lo primero que la gente no sabe) Newton era un tío retraído y tímido hasta rozar a menudo la mala educación. Se sentía y se sabía muy superior a los que le rodeaban pero, sobre todo, se cosía su propia ropa. Con un talento para la geometría y las proporciones como probablemente sólo ha habido dos o tres en toda la historia del mundo, sin contar a los muñidores de fondos y dineros ocultos de Cataluña, era normal que le pareciera que cualquier puntada que hiciera otro era peor que la que pudiera hacer él. Y muy pronto, en su solitaria vida de cátedras y luego (y a la vez) de jefazo de las cuentas de la corona inglesa, ya le teníamos lanzado, aparte de otras cosas, a coserse su propia ropa. Pero probablemente desconocía que en eso seguía una tradición que ahora hemos sabido que se remonta a hace 40.000 años, pero no en cualquier lugar.

Los humanos ya cosían su ropa en la costa catalana hace 40.000 años, leíamos hace como un mes por ahí. Vaya por Dios: igual que esos neandertales catalanes, o que ese Maresmesaurio de por Sabadell. Es que los catalanes siempre han estado por delante de los demás. Siempre han sido más parisinos (por eso tantos rioplatenses emigran antes a Barcelona que a Sevilla o Madrid: creen estar acercándose a sus eróticas fantasías cortazarianas francófonas), más racionales, más industriales, más blancos. Incluso antes de que existiera París, fíjate, o el cerebro racional, incluso antes de que existiera esa cosa que empezó a llamarse industria. Y lo de blancos no tiene ni que comentarse: nunca ha habido nadie más blanco, porque lo de París se queda corto: los catalanes eran ya blancos cuando aún no había esa cosa de blancos o negros o, lo que es peor, españoles, que nadie sabe de qué color son pero te juro por Cambó que son lo peor, con ese acento, con ese olor a jabón, con ese buen humor. Ah, ya caigo: no sólo es que los catalanes hayan ido por delante: es que siempre ha habido catalanes. Hay historias de un bisabuelo que tengo de por donde la Terra Alta que se remontan a más que tatarabuelos suyos de cuando Pangea, y ya catalanes.

Esto me recuerda a lo de los 2.500 o 3.500 millones de dólares que le acaban de pillar al pillo de Chávez, el venezolano, que recibió, se entiende que antes de morir, de cambalaches drogorresultantes de no sé qué par de paisillos caribeños. Pero el socialismo del siglo XXI; por supuesto. ¿Hay algún experimento socialista que no tenga por detrás o por debajo (esto va sonando mal) o incluso por delante y por encima (puede que ahora todavía peor; o mejor, no sé) un chanchullo de ocultaciones pasteleras de esas que siempre proclaman que son propias y exclusivas de sus enemigos los capitalistas? Habrá que buscarlo con «un candil», que decían algunas historias que era lo que usaba Diógenes (otros decían que una vela, que una palmatoria, no sé). ¿Por qué me recuerda la eternidad catalana a la narcoestafa socialista bolivariana? Ya lo dijo uno de los más importantes reyes catalanes de Aragón, conocido como Juan II, por más señas abuelo de Catalina de Aragón y hasta de la desgraciadamente recordada como Juana la loca:

-¡Estoy hasta los cojones de los catalanes!

Sí, lo dijo; lo dijo incluso según Paul Preston, que ya es inclusar. Pero no olvidemos a Diógenes, que aquí pinta mucho.

Así que ¿qué le pasaba a este catalán con los catalanes? Pues algo parecido a lo que le pasa a Gustavo Dudamel con Chavez, primero, y con Maduro, después. No vamos a decir que lo mismo que le pasaba y le pasa y le seguirá pasando a Yolanda Díaz con Pablo Iglesias (a ver, el del ceño fruncidito, sí, ese, que diga lo que quiere) con todos sus (de ella) sonrisas y sus (de ella) asentimientos permanentes de cabeza mientras habla (ella). Que es un viejo y gastado y por cierto inútil truco que enseñan en los cursillos de neurolingüística o psicolingüística o psiconeuro-eso, que supone que en efecto, por el camino de las neuronas espejo saca el sí de los interlocutores-víctimas. Los Chavez y Maduros y Artur Mas y luego Puigdemontes y luego Peres Aragonèses (manda huevos: como Juan II pero al revés) no han dejado de asentir y sonreír mientras hablaban y hablan. Intentaré resumirlo en pocas páginas: Gustavo Dudamel, como sabéis, formó y entrenó una orquesta de jovencillos venezolanos. Luego la sacó de gira por Europa, Cataluña y otros lugares. A pesar de ser todos los componentes menores de edad o así, y muy del régimen único que han conocido en sus vidas, el alucine con otros modos de vida (no: con OTRO modo de vida) hizo pronto presa en ellos, uno a uno, o dos a dos, y no se podían creer lo que estaban viendo y disfrutando. Porque el caso es que salían a pasear por París, por Viena, por Múnich o por Madrid y, por seguir un poco con algún modelo que hay por ahí, nos limitaremos a decir que casi se desmayan por no tener que mostrar el largo de sus mangas reglamentarias o no reglamentarias a policía alguno, ni por tener que hacer la prueba de emisiones personales de CO2 ante inspección alguna al caminar por la calle. Y ves a los catalanes por ejemplo trasladados a vivir a Madrid (tenemos más de uno cerca, muy cerca, muy cerca) y no hay años suficientes en una vida para que tengan tiempo suficiente para acomodarse y adaptarse a pasear por ahí despreocupados del significado político que, por otro lado, las cosas no tienen pero ellos se empeñan, por hábito, en buscar. Y alguno (cercano, muy cercano) te sigue preguntando aunque pase el tiempo: y aquí, en Madrid, ¿por dónde se va? ¿Adónde vais para cenar? ¿Cuál es el barrio de los bares, tú? ¿A qué hora dan de comer, va, como máximo? ¿Están las cartas de las tabernas en bilingüe o sólo en vernáculo? Y eso los que tienen como toda preocupación su ocio. Que los que además han venido para trabajar empleados o autónomos se terminan de enredar a sí mismos satisfaciendo requisitos que no existen: y, esteeee, en esta licencia de apertura, ¿que dónde está la casilla para abonar el 3% al poder autonomic? ¿Y la adhesión al partit del president? ¿Qué, no hay impreso de adhesión al partit del president? ¿Y cómo os organizáis en Madrit de este modo? ¡Esto es un caos español! Es que aunque no sean adherentes a aquel régimen hay cosas que no son exactamente políticas y las conservan aun pasados los años. El ejemplo más intenso es, seguramente ese: los catalanes son los que mejor se organizan porque las adhesiones, las sumisiones, los sobornos y las corrupciones las tienen hasta metidas en los impresos. Hosti, tú. Eso sí que está estructurat. Los españoles, sin embargo, un desastre. Todo de viva voz. Lo que no vas a encontrar es que a un español o españolazo le dé por ponerse a pedir a Hacienda que le desgrave unos gastos en los que ha incurrido por soltar pasta corrupta y corruptora a un comité nacional de árbitros para que arbitren a tu favor. Sí, oye, tú, va, será corrupción, ¿eh?, pero yo lo he gastado, ¿vale?, y toca una desgravación, como los vascos, ¿vale?

No podemos dejar de recordar como caso opuesto que sólo nos desata las ternuras el de los componentes del grupo Lady Smith Black Mambazo, que acompañó a Paul Simon en las grabaciones (y luego en las actuaciones en vivo) de su disco Graceland. Por fin (ya contaremos fin de qué: una odisea) estaban en Nueva York ese lunes, para ensayar el directo de TV que iban a hacer con Simon ese próximo sábado en Saturday Night Live. Y por hoy habían acabado, y tarde libre, y el hotel en todo el centro, y Central Park a dos manzanas, y entonces van y preguntan a Simon: ¿podríamos ir a pasear un poco al parque a que nos diera el aire? Y Simon: anda, mira este, pues claro, haced lo que os apetezca. Y ellos, de nuevo: Ya, pero que cómo podemos ir a pasear. Y Simon, muy neoyorquino: pues se coge un pie, se pone aquí, y luego el otro pie, y se pone un poco más allá. Y los otros: que a quién hay que pedirle la autorización, que quién nos firma el permiso para pasear, ¿el director del hotel? ¿El tío ese de recepción? ¿El productor de la tele? Y Simon, que a pesar de los meses de lucha que llevaba (ya contaremos, digo) no había caído en lo que estaba pasando, por fin cayó: andá, la leche, pues claro, hay que joderse, dijo en slang neoyorquino. Negros sudafricanos como eran y son, los doce o catorce del grupo Lady Smith no habían trasladado esa parte oprimida de sus cerebros a la cámara de descompresión de las tierras libres, y seguían esperando de la vida las mismas pocas y deprimentes cosas que, siendo negros, en las excursiones a Montserrat, digamos. A Simon le costó como dos minutos aclarar la confusión a sus amigos sudafricanos; a estos, como contaban luego, les costó algo más pasear a su aire por las aceras y luego por el parque, sin dejar de vigilar a un lado y a otro y sin un permiso escrito en su bolsillo, pero le acabaron cogiendo el truco. Hay por Madrid catalanes muy, muy cercanos, a los que les pasa algo parecido aunque con otros temas. ¿Les pasaría lo mismo a esos neandertales catalanes o a esos sastres catalanes de hace 40.000 años? ¿Hace 40.000 años ya había un gobierno «en Madrit» que les había confeccionado a estos sastres unas leyes de protección de ellos y de castigo a los demás, para que hoy hasta podamos estar hablando de esas más que famosísimas costuras de hace tanto? Es, desde luego, un buen motivo para estar orgulloso del terruño: ¿a que no encontráis oficio o industria cuya publicidad haya hecho conocido a ese terruño por los demás 40.000 años después?

Es un pueblo elegido. Una cosa de trascendencia; qué digo: de permanencia. De necesidad filosófica:

– ¡Poneos de mi lado, luchad por llevarme al trono, morid por conseguirme la corona, y os garantizo que nadie os gobernará (solamente yo, pringaos)!

¿No fue eso la Guerra de Sucesión de 1705 y ss.? ¿No fueron eso las Guerras Carlistas a lo largo del XIX? ¡Y se lo creyeron! Y les falló, y volvieron a intentarlo, y lo renaixençeron, y hasta hoy. Pues claro, que hagan lo que quieran, los pringaos (dos Carlos sucesivos dixerunt) crédulos. Ya desde hace mucho consiguieron sus mafiosos un camuflaje eficaz para que todas esas bromas sobre su codicia y su tacañería terminaran siendo acusadas de mero tópico simplista cateto.

Catetos es lo que Newton creía que eran todos a su alrededor. Incluso trató muy malamente a nada menos que Leibniz en una visita que este le hizo en su gira Newton-Spinoza (ya dijimos hace poco que de Spinoza no habíamos hecho más que empezar a hablar). Y luego venga a cruzarse cartas Leibniz y Newton… pero no Newton, sino su ayudante Clarke en su nombre. ¿Eso es borderío o no lo es? O sea Puigdemont en Bruselas tirándose el rollo, el muy payaso, y con encargados en el Camp Nou hablando en su nombre. A lo mejor es que Puigdemont se cree Newton. Hazle una broma a Puigdemont (bueno, a cualquiera de su entorno; mejor dicho, de su ciudad; mejor dicho, de su región) sobre el maresmesaurio, sobre el sindic de greuges, ¡no te digo ya sobre la Moreneta!, ¡¡ni te menciono sobre el Barça!!, y verás cómo cae sobre ti la más espesa de las cancelaciones y puede que hasta Pablo Iglesias apriete un poco más su ceño de mimado refunfuñón. Pero ellos, por supuesto, tienen carta blanca no para hacer humor sino para proclamar con burlas su superioridad (racial, fisiológica, intelectual, cultural, política, de clase, de acento, de olor). Pero esto es Europa, amigos: ahora os jodéis con estas otras bromas que son solamente bromas.

¡Ah! ¿Y que no habéis pillat la seconda relació con el Newton?