Que te lo digo yo, belga

Atia Esura

Nunca he entendido por qué es un tabú la relación entre El crimen del padre Amaro y La regenta. Quiero decir: la posible influencia de la primera novela sobre la segunda. Como si eso de las influencias aminorara el mérito del influido. No he oído a un solo filólogo que esté de acuerdo con otro en ese tema, cuando por fin salvas las toses, las reticencias y los estreñimientos y consigues que se hable un poquillo del asunto. Y eso que las opiniones no son dos, sino así, a ojo, unas setenta y cuatro, que ya son bastantes y hacen casi imposible que nunca coincidan las de una persona y otra; pero es que cada uno tiene la suya. A lo mejor es que sólo he preguntado a filólogos españoles, y con los españoles ya se sabe. Luego, los mismos españoles acusan siempre que pueden a los españoles de borregos y cosas así; pero es que esos mismos acusadores los acusan en otros momentos de individualistas y de tener cada uno su selección de fútbol. Pero lo de los filólogos es complicado: para empezar, muchos niegan que Amaro se publicara antes que Regenta, que ya es desconocer. Pero así son las cosas: dos pedazo de novelazas, de lo mejorcito de verdad sin exagerar que se puede leer de la cosa novelera, ¿y qué si la lectura de una desató la escritura de la otra, o como fuera que se produjera, si es que se produjo, esa influencia? Oye, que no hay más que leerlas y darse cuenta de que una (la segunda) tiene muchos elementos como para poder decir que es algo así como un ítem más, o quizá lo que hoy se llama un spin-off de la otra (la primera). Ahora puede que salten los técnicos del spinoffismo y se pongan microscópicamente precisos para negar que eso sea un spin-off, pero ya nos entendemos.

          A ver, que ya la estamos liando: he dicho spinoffismo y no spinozismo. De Spinoza hay unos pocos por nuestras facultades universitarias que se dicen sus exégetas únicos, sus intérpretes ungidos, casi sus interlocutores exclusivos. Pero eso lo han dicho muchos desde la misma muerte de Spinoza. Resulta que no hay algo que pueda ser llamado «spinozismo», para resumir, pero prácticamente todos desde esa muerte hasta hoy han pillado ideas, nociones, sugerencias, insinuaciones y hasta párrafos enteros del óptico judío hispano-luso-holandés. Es un tío al que todos le han arrancado algo, y la mayoría no confesándolo, y como esperando agazapados a que los demás no leyeran sus obras, o sobre todo sus cartas, y así poder hacerse pasar como originales. Hasta Sartre pilló a mansalva. Claro que Sartre prácticamente sólo pilló a otros. Y cuando se le agotó el depósito de otros, empezó a clamar contra el sistema, que era una cosa que él mismo había encofrado y hormigonado, pero que ahora, un poco a la catalana, convenía decir que qué malo. Ese famoso «el infierno son los otros» pues hasta tiene comentaristas que afirman que se refería más bien a esto: que esos otros te pueden pillar los plagios. Los cambios radicales sobrevenidos son muy entretenidos en general, pero suelen serlo más para los que los experimentan (o dicen experimentar) que para los que los presenciamos, que somos unos aburridos que vamos cambiando, sí, con la vida y las lecturas (y a veces con las películas), pero no tan de la noche a la mañana y tan divertidos como esos de La Pléiade, por ejemplo, u otros cuantos que cambian por ahí, como casi casi llegó a decir Cortázar (Julio) en uno de sus títulos. O como algún cineasta de esa que no muy oficialmente se llamó «escuela de San Francisco» y que hizo los guiones de algunas de las más revolucionarias películas de los setenta y ochenta y que de pronto se ha manifestado trumpista extremo, quemado como un profesor de derecho y belicoso como una Kellyann Conway.

          Por qué habré recordado a Trump. Siempre que aparece en mi campo visual me acuerdo de aquella olvidada película francesa: Un elefante se equivoca enormemente, porque, como el lector habrá pillado, en francés eso de equivocarse se dice tromper, más o menos, y el título, en aquellos transicionales años en que algunos títulos de películas empezaban a dejarse en los cartelones en el idioma original (no muchos) era Un éléphant ça trompe énormément, haciendo un fino juego de palabras muy estilo littérature française con eso de la trompa. Ahora se me ocurre que el equivalente español podría haber sido Un elefante se coge una trompa de órdago, pero ya no me lo van a pagar. Pues lo que te digo: veo u oigo a Trump y veo u oigo a un elefante que se equivoca enormemente, sí (o incluso que se coge una trompa y tal). Pero algunos de esos filólogos que me marean con la noinfluencia de Queirós sobre Clarín son de inglesa, y me insisten en que lo mejor de Trump es que eso de trump significa en inglés dos cosas muy domésticas y muy muy opuestas: por un lado, triunfo; por otro, trampa. La madre que le parió. Cómo va a salir normal alguien con eso en su apellido desde el cole. ¿Puede que ese trump=trampas tenga su origen en el trampas español mal transcrito, mal transliterado y mal pronunciado? No es para ponerse así: lo de «Bahamas» ya me contarás, cuando encima los españoles decimos eso, «bahamas» tal como se lee en español así escrito, pero son los angloparlantes los que casi pronuncian el «Bajamar» original español, porque pronuncian una cosa como «bajamas». ¿Se parece a lo que hemos hecho aquí con lo de fútbol, corner, penalti (con i latina) y (algunos lo usan así) «guasap»? A lo mejor no; eso se parece más a lo que hacen con guerrilla (guerila), paella (paiela) y madrid (real, que ya es pronunciar raro). Es que es a lo que iba: los curas colegas de Amaro se ponen a intermediar entre él y la mamá de Amalia, o viceversa, pero ni por esas. Ni con estos intermediando se arregla lo de paiela. Estos curas en general, y el padre Amaro en particular, alucinan (eufemismo extragenital, pero) cuando Amalazinha se pone al piano y en lugar de cantar cancioncitas en portugués decide, la muy pícara, subir un punto o hasta dos las intensidades sensuales cantando Chiquita, la habanera,  en español. Eça de Queirós subraya mucho la potencia sensualizante muy superior del español frente al portugués en los gorgoritos amalienses, y todas las sotanas de alrededor y no digamos la de Amaro se agitan pero incómodas.

          O sea, que los españoles con algo de oído nos pasamos la vida ensalzando las cualidades sensuales del portugués, pero ya en 1875 Eça de Queirós daba por sentado y por compartido con los lectores que eso de cantar en español es que hace hervir a los osos polares. Qué cosas. Y una teniendo que aguantar broncas y gestos como de asco contra el castellano cuando alguna vez se le escapa «Puentes de García Rodríguez» en lugar del canónico y bendecido «As Pontes de García Rodríguez». Es como lo de «Uxué», que alguna que se llama así, y notable además, se empeña en que la llamemos y pronunciemos «uSHüé», como con la equis de xilófono, porque dice que otra cosa es corromper ese original sonido SH castellanizándolo, cuando lo cierto es que eso no fue nunca SH sino siempre X pronunciada J. Lo cómodo que se está no sabiendo. Como esos instagramers (pobrecillos, aunque hasta entre estos hay tíos normales) que se empeñan en que es imperialístico-explotadórico-racista pronunciar  «méjico» cuando se observa la grafía «méxico», porque lo único progresista, como todo el mundo sabe, es olvidar que esa X era y sigue siendo una de las grafías posibles del sonido castellano J, y pronunciar «mécshico», en plan nortamericano angloparlante. Que conste a los efectos oportunos que no estamos mencionando el caso de Xátiva o Shátiva, que podríamos. Sí, claro: pero es que nos estamos tragando cotidianamente lo de llamar o dejar que a sí mismos se llamen «latinos» los menos latinos de los hispanohablantes, que son los centro y sudamericanos. Y hasta nos ponen aquí en España «Peluquería Latina» y «Comida Latina» y «Baile Latino» y todo eso. Y por más que lo combatas no hay nada que hacer, ya se sabe. Una denominación que sí que es racista y norteeuropea (contra los mediterráneos más o menos PIGS) que sí que ha hecho fortuna. Pero servidora, que además tiene la suerte de que la llamaron Atia, que probablemente a algunos les diga algo, lo que espera al ver esas denominaciones comerciales es, como mínimo, las comidas esas que salen en Astérix, estas sí que muy latinas, o sea romanas de cuando los romanos: nidos de golondrina en miel, lenguas de avestruz de Abisinia con espuma de medusa del Egeo, esas virguerías: comida latina. Lo de los ceviches y todo eso pues no sé si es más latino que quechua, y lo peor es que nadie se presta a aclararlo desde que hicieron aquellos diálogos idiotas (oh, por dios, qué violencia, qué adjetivos) que llevaron a la hernia hilarántica a tantos que con eso se creían listillos en aquella película de la motocicleta, comparando a los incas con los españoles inca-paces. Para caparse del ingenio: prueba a hacer lo mismo pero al revés, y a lo mejor hasta te insultan y, con un poco de suerte, hasta te cancelan. Se me ocurren seis o siete chistes inmediatos e insultantes con esos mismos materiales (y a ti también, lector, disimulón), pero es que lo que sucede es que no le tengo tan mala voluntad a nadie como para insultarlo así. Ni siquiera al cuasi-inca o pseudo-inca o puede que inca Atahualpa Yupanqui, que (a lo mejor sin saberlo) hizo lo que pudo para amargarnos las clases de música en el cole, hace ya varias revoluciones culturales, con Noches de Tucumán-Lunas las de Tafíiiii, y con Pobrecito mi patrón y así. Oye, que si hablamos de incas y de esos, toma atahualpa, no lo he traído yo. Lo que quizá merece terapia es el automatismo tintinero de pensar en El templo del Sol cada vez que oigo eso de Tucumán, o incluso lo de pájaro chouí (o chogüí). Mira que estos tintines sí que me ayudaron a cruzar la segunda infancia; pero mira que trampeó Hergé para hablar de todo en ellos, y mucho de los malos conquistadores (españoles) que buscaban el oro inca, y luego alrededor del general Alcázar, y luego en los Pícaros, y mira cómo así consiguió que las infancias en general del mundo ni siquiera conocieran lo que los belgas habían estado haciendo en el Congo. La influencia de estas cosas ha llegado hasta aquí, cuando tantos lectores han obedecido a mi insidiosa provocación, y han pensado antes en el artículo que he puesto a mala leche delante del nombre del país, como signo probable de mentalidad logofonofalocéntrica (Derrida dixit; las quejas, al maestro armero), o sea colonial e imperialista, y han olvidado de qué estaba hablando, que aunque no lo pareciera era de los chicotazos, los latigazos y las amputaciones de miembros enteros a la tercera falta que hasta llegaron a legislar seriamente esos belgas tintinógenos para cualquier negrito que les mirara mal. ¿Lo ves? Perdona, es que soy mala. Ha vuelto a pasar con el diminutivo negrito. Hay que cuidarse mucho. Los idiotas woke siempre hacen que miremos para otro lado. Ese primer Tintín en el Congo parece que es muy woke, ¿no?; pero no, desengáñate: ahora lo han ultracorregido, lo han limado un poco de esto o de aquello. Pero ahí estaba el misionero más blanco que una aspirina impartiendo «la verdad» y «civilizando» a golpe de chicote (que no salía en el tebeo, claro). Los mismos misioneros hijos de o por lo menos herederos de primera generación del padre Amaro y de sus colegas de meriendas de señoras, o quizá también ese hijo de Fermín de Pas que a Clarín, entre insulto y boicot y difamación, no le dio tiempo a escribir.

          Que sí, de verdad: mira al Congo tintinero y verás que entre el padre Amaro y la regenta hay más de una conexión.