15 Dic Artemis I. Volvemos a abrir el camino a la Luna.
Ramón Nogués
Qué mejor camino que el de la Luna. Los que tenemos cierta edad hemos arrastrado a lo largo de toda nuestra vida juvenil y adulta una especie de espera desesperada, una intranquilidad, y los más mullidos una nostalgia, y los más metálicos un simple cabreo, a la espera de volver a vivir lo que vivimos tan al principio y nos conformó para siempre la mirada y el horizonte. Aquellos viajes a la Luna de las misiones Apolo nos cayeron a unas edades peligrosas, porque son esas edades en los que todos vamos cocinando nuestras ambiciones y vocaciones. Y casi puedes estar seguro, si te dicen de alguien que tiene un poster con la famosa foto de Aldrin en la Luna con un brazo plegado casi sobre el estómago y el fotógrafo reflejado en su escafandra, de que ese alguien está entre los 55 y los 65 años. Qué proeza y qué emoción las de aquellos viajes a la Luna.
Podríamos comprender y hasta inventarnos, acertando, las mil y una razones que han llevado a postergar tanto la vuelta a ese camino. Pero es que ya sabemos que siempre hay mil y una razones para todo. Y eso quita peso a todas y cada una, porque ya desde hace mucho han pasado a ser simples rutinas argumentales con mucha apariencia de simples excusas de tacaños. Es y ha venido siendo un bochorno que no se hayan vuelto a hacer estos viajes hace 40 años, o 30, o 20 incluso, si nos ponemos a admitir motivos razonados para el aplazamiento. Pero llevar hasta el 2022 (y con personas será el 2025, según parece) la espera ha sido excesivo. Tanto como la alegría que ahora sentimos y tendremos que dejar salir en algún momento. Ojo a los servicios de urgencias: cuando las personas vuelvan a pisar ese polvo gris del satélite va a haber más de un soponcio de la emoción, sobre todo entre los de esas edades que hemos señalado. Ha sido toda una vida esperando.
De pocos caminos se pueden decir cosas más molonas: Artemis salió el pasado 16 de noviembre, y el 21 llegó al que ha sido su máximo acercamiento a la superficie lunar, a sólo 100 kilómetros; después de varias órbitas, siguió más allá hasta convertirse en la nave tripulable que más se ha alejado de la Tierra, a unos 480.000 kilómetros, que es algo así como un tercio más de la distancia media entre Tierra y Luna. Y desde allí volvió a la Luna a darse varias vueltas (o sea órbitas), y el 5 de diciembre emprendió el camino de vuelta. Llegó hace nada, el pasado 11, con chapuzón en el océano Pacífico, como antaño. Y los maniquíes que ocupaban las plazas de los astronautas han transmitido y acumulado miles y miles de datos, que se están destripando ya para mejorar las condiciones humanas del viaje.
Es fácil, con la vida atribulada y aperreada que nos suelen obligar a llevar, que muchas gentes no tengan tiempo ni rincón en el que sentir la importancia de recorrer este camino lunar. Es tanta la demagogia ignorante e imperdonable que se acumula en tantos discursos de pura envidia tacaña y avariciosa apenas camuflada bajo palabras antiguamente nobles de compasión y solidaridad (pero desveladas como mentirosas y hoy ya manchadas para siempre), que hay que comprender (pero tampoco mucho) a quienes no terminan de ver que estos viajes a la Luna son si no la empresa más importante que ha acometido la humanidad, sí, como mínimo, una de las dos o tres más importantes. Quizá hay que comprenderlos, pero no hay que dejarlos impunes cuando con sus discursos van consiguiendo roer y desgastar el impulso que en muchas personas hubiera podido crecer para colaborar con estos viajes (desgaste que ha sido una de las principales fuerzas de las demoras de décadas que hemos sufrido). Hay que discutirles. Hay que informarse bien y rigurosamente, y mostrarles esa información. Puede que esto sólo mejore a uno de cada mil tacaños avariciosos con yate en Puerto Banús y lengua frívola o con nómina de liberado sindical y palabras venenosas de rancia revolución; pero eso ya será algo.
Volver a la Luna es volver a recorrer el único camino que puede conectar a la humanidad con lo de fuera, sea esto lo que sea: pero es que no vamos a saber lo que es si seguimos encerrados aquí, en nuestro cortijito terráqueo conocido y acomodado, aun con sus conflictos y sus tediosos problemas repetidos una y otra vez a lo largo de los siglos. Qué a gusto se les ve a estos avariciosos ignorantes con las guerras y los dolores de esta vida, siempre que no los sufran ellos. Además están los TOC existenciales, que es un concepto nuevo que fundamos en estas líneas y en este momento, que son aquellos que todo, todo, todo, todo lo posible lo refieren a la que es exclusivamente su, su, su, su manía personal, su «obsesión», que ven real, encarnada material y tangiblemente en cualquier aspecto, suceso, esquina o momento del mundo que les rodea: alguien ha llegado a titular «La misión Artemis I, primer paso para que la mujer pise la Luna». Por supuesto que tamaña miopía produce unos casi incontenibles deseos de ponerse a contestar; pero otra parte del cerebro, u otra parte del conjunto de las personas razonables, impone limitarse a reírse de esa tara, porque lo cierto es que no es una minusvalía que pida solidaridad, sino más bien una simple idiotez que necesita un sopapo para despejarse.
Volver a la Luna por un camino ya olvidado, que hay que volver a abrir, puede constituirse en la mejor tarea de las próximas décadas para superponerse al ruido de los conflictos inútiles y las iracundias impostadas de la polarización política y, con un poco de suerte, sofocar el ruido público impuesto por los que se benefician de él. Sabemos que, por lo menos en los primeros viajes, ese ruido va a subir de frecuencia y de volumen; pero ya veremos cuando empiece a haber realizaciones tangibles. Y, en todo caso, si no se callan los que deberían ir callándose, nos tiene que dar igual. Ese camino hay que recorrerlo. Lo tenemos que recorrer. Puede que todos los otros caminos no hayan sido más que una preparación para este.