Decadencia anunciada y cumplida: Palencia capital

Ramón Nogués

Han abandonado Palencia. No la han abandonado «los enemigos tradicionales de nuestra región», ni «los de nuestra provincia», y ni siquiera «los de nuestra ciudad». La han abandonado los mismos palentinos. Pero esto no se puede decir.

¿Sabéis que tampoco se puede decir que ha sido un proceso parecido al de la ciudad de Santander? Este ha tenido más elementos del antiguo y trágico dormirse en los laureles. Palencia un poco también, pero aterra ver de cerca, y sobre todo oír, a los autores del abandono, los propios palentinos, que a fuerza de negligentes han sido negligentes hasta para dormirse en esos laureles.

Uno que lo vio venir y ya cerró.

-¡Quitaaa, chiquitoooo! ¡Aquí ni dormir hacemos bieeen!

Cualquiera que te cruces por las calles palentinas te responderá eso o algo muy parecido. Pero lo trágico es que, tras la mejora alucinante de la ciudad allá a mediados de los 90, ya entonces, todos te lo decían; incluso antes, durante las mismas obras de mejora.

-¡Qué dices, chiquitoooo! ¡Las obras saldrán mal, ya te lo digoooo!

Y sin embargo sigue siendo una ciudad ideal para pasear y para acabar con una caña y una de sus increíbles tapas. Pero las tapas palentinas, que hace ya tiempo ascendieron al trono de la santidad de las tapas, probablemente estarán a poco de dejar de existir. Casi seguro que algún interlocutor de allí mismo te lo vaticina. ¿Nuestras tapas? ¡Una mierda, nuestras tapas! Las mismas cuatro cosas de siempre, ya más pasadas que las alpargatas de esparto, pero eso sí, mucho de darle al pico y mucho de decir y decir y venga a decir, pero nada más que eso.

Así que entonces te vas a ver la catedral para consolarte un poco. En los bares de alrededor te preparas con un café.

-Oiga, qué café más bueno.

-¿Bueno esto? ¿Esto café? Esto no es café ni es nadaaaa, cómo se ve que es usted de fueraaaa, aquí ya lo sabemos todos, le bebemos porque, buf, algo hay que beber, pero una mierda de caféeee, aquí no nos llega otra cosa, claro, cómo nos va a llegar, si es que somos como somooos.

Y no se te ocurra preguntar entonces cómo son ustedes, porque te cae la crucifixión inmediata.

De El Diario Palentino.

 

Ya hace años que cualquier visitante de Palencia, y no digamos el visitante informado de antiguo, podía notar una especie de desánimo o quizá más bien de autodesprecio y desde luego de autodescalificación de cualquier palentino hacia sí mismo y hacia la ciudad y hacia los demás palentinos, salvo en el pequeño círculo de politiquillos locales y sus amigotes, claro, que lamentablemente no saben más que hablar en automático. Por más cosas que se les propusiera, del orden de lo comercial y lo laboral, quizá, pero también del más sencillo de lo vacacional y lo simplemente divertido, lo que se obtenía como primera respuesta era esa especie de no acobardado:

-Podríamos poner aquí un bar…

-Calla, chiquitoooo, poner aquí un bar, dice, como si aquí un bar fuera a funcionar, bueno, pero qué te digo, ni un bar ni un bor, aquí no sale nada adelante, eso que le tengas muy clarito, aquí nada de nada, nada se mueve, nada mejora, nada funcionaaa.

Os aseguro que era difícil encontrar ciudad alguna de España donde se fuera más argentino. Y todo, además, envuelto en el misterio, misterio también algo argentino ahora que lo pienso, de quién sería el culpable de que eso fuera así. Fijo que alguien de fuera.

Ahora parece que les ha dado por los vallisoletanos. Estos, a decir de algún palentino llamativo, son (como los madrileños) unos hi-jos-de-pu-ta, pero todos, ¿eh?, ¡todos! A continuación no queda claro por qué, pero flota por ahí la idea como de que los vallisoletanos se aprovechan de Palencia, o compiten con ella en plan abuso o algo así, pero no sacarás nada en claro si preguntas. Además, como pasa desde el neolítico entre pueblos vecinos, no es la primera generación que insulta de ese modo a los de ahí al lado. Pero hoy, en 2022, la cosa ha adquirido un punto de violencia y de inquina verbal que le hace a uno temer, ya digo, incluso por la repregunta, no vaya a ser que sea uno el que se acabe llevando los golpes.

A lo mejor es verdad que a Palencia y a los palentinos no se les ha tratado muy bien en muchas épocas; pero esto tampoco explicaría demasiado la situación actual: primero, porque eso se puede decir igual casi de cualquier lugar; segundo, porque no es posible que una ciudad bien apañada y apoyada por poderes públicos desde hace por lo menos treinta años con todas las modalidades y dimensiones de presupuestos para su mejora pública y su progreso de infraestructuras (y de estructuras) pierda casi todo de golpe sólo porque «los vallisoletanos» compiten con ellos, yo qué sé, llevándose el instituto de gastronomía insectívora regional (perdón, autonómico) o lo que sea que haya pasado entre ellos.

Lo cierto y lo penoso es que en apenas un par de años han cerrado cerca de un 25% de los comercios de Palencia. Como dice un amigo de por allí: «Menos mal que los comercios eran pocos, porque llegan a ser muchos y ese 25% hubiera sido un apocalipsis». De todas formas, ciudad pequeña y lo que se quiera, ese cierre en apenas dos años nos grita una decadencia insoportable y probablemente no natural. ¿Es natural ese tradicional y violento autodesprecio de los palentinos? ¿Puede ese autodesprecio haber provocado esta caída?

Da la impresión de que por lo menos ha colaborado.