La capital que no fue capital y la columna que no es la columna: Escalona

La capital que no fue capital y la columna que no es la columna: Escalona

Miguel del Rincón

 

El pueblo de Escalona se encuentra prácticamente en la mitad del recorrido que une Ávila y Toledo, y a unos 80 kilómetros al oeste de Madrid. No está sobre la misma autovía A5 por unos pocos kilómetros; y mejor que sea así, porque eso ha permitido que su acceso a las orillas del río Alberche sea fácil y natural. En general, para el viajero lejano, lo mejor es llegar hasta Maqueda, que este sí está en la A5, y ahí coger la carretera bien construida que en 13 rectos kilómetros te lleva al destino.

Los mapas y los documentos oficiales, aunque no todos, se empeñan en llamarlo «Escalona del Alberche». Está a orillas de este río, en efecto, aunque bien protegido de crecidas y sustos, porque en realidad está sobre un cerrillo que no superará los 25 o 30 metros de altura sobre la misma orilla, pero que son suficientes para esa tranquilidad. Ese cerrillo es lo primero que llama la atención si te acercas a Escalona desde el sur: parece todo él casi construido, prolongación del gran castillo que lo limita por el este, y que deja escapar sus murallas a lo largo del borde mismo de la caída hacia el río.

Esa vista desde el sur es impresionante, además, por peliculera (aquí se han rodado muchas cosas históricas) y por equilibrada. Antes de cruzar el Alberche por el antiguo puente (al que en estos días han puesto un semáforo, a ver si se arregla el lío que a veces se forma) merece la pena pararse a un lado y tomar nota: chopos y más chopos, otros árboles de ribera como olmos y alisos, en tal cantidad y tan desarrollados que casi, como a menudo dicen en La Mancha, «tapan la vista», cuando resulta que son parte fundamental de ella. A nuestros pies, la corriente del río, que discurre de derecha a izquierda, es decir, hacia el oeste. En la orilla norte, la de enfrente, a pocos metros del agua se eleva sin concesiones la pared vertical del cerro que, como hemos dicho, no se sabe si se prolonga en las piedras de la muralla, o se trata de la muralla del castillo que baja hasta casi la orilla. Hay espacio, sin embargo, para que la carreterita se bifurque y suba hacia un lado y hacia el otro, a puntos opuestos del pueblo, rodeando el enorme castillo. Este lo preside todo, con sus sillares enormes, su parte «de vivienda», restaurada soberbiamente hace un par de siglos, y su enorme torre.

 

 

Hay suficientes descripciones y folletos de Escalona, y sus fotos se pueden ver por todas partes, aparte de algunas páginas web excelentes. Sí, lo de esas fotos por una vez es verdad: es así de verde y de frondosa, es así de amplia, tiene tanto cielo y tanta agua.

De modo que se trata de un pueblo perfecto para una visita tranquila, sabiendo además que es uno de esos de La Mancha en los que hacen de verdad algunos de esos tópicos que a veces son verdad: una especie de amabilidad hospitalaria lo preside todo, y la sequedad esa propia de grandes ciudades o de otras regiones aquí no cabe. Las gentes no quieren malos rollos y (será sabiduría de generaciones) saben que eso hay que trabajárselo, y que la sonrisa mejor que la ponga primero uno mismo. Da gusto pasear por estas regiones de personas que ya saben lo que son y cómo conseguir lo que todavía no tienen.

En fin, además del viaje cultural que se puede hacer, y cómo, a esta Escalona, para los descansos tenemos también una posibilidad que ya no es tan fácil en España: el pueblo cuida y ofrece a todos unas playas fluviales probablemente de las mejores, y hasta tiene apañadas las orillas para que se pueda poner una sombrilla y leer un libro con el ruidillo de la corriente a pocos metros… ¡y todo ello sin queja de ecologistas ni de puritanos! Y por cierto ambas orillas. La norte, bajo el mismo castillo, con espacio por tanto más estrecho, es quizá más apropiada si se va con niños pequeños, porque los vericuetos de la corriente entre las islas de arena son de apenas un par de palmos de profundidad. La orilla sur, de espacios más amplios, está directamente encima de la corriente más ancha y en ocasiones casi de un metro de profundidad en pleno deshielo. Es decir: en ningún caso se trata de un río peligroso ni cosa parecida, sino perfectamente apto para, simplemente, descansar y refrescarse en el agua limpísima. Recientemente hemos tenido que resignarnos a la desgracia en esa orilla sur, que ofrecía un espacio de unos 60 o 70 metros de ancho a ojo de buen cubero, todo él una chopera frondosa, para que cupiera personal suficiente a suficiente distancia unos de otros; pero no se sabe qué disposiciones de «la autoridad» obligaron a quitar, a desarraigar, a eliminar esa chopera salvo en los dos o tres metros inmediatos a la orilla misma del agua (esos chopos eran de repoblación o algo así, y eso por lo visto es malo: ¿como los humanos fruto de la fertilización in vitro? Ojo, que hay quien dice que sí).

Pero somos constructivos y le buscamos el lado bueno a todo: ¿sabéis quién estuvo en esa que más tarde sería chopera – y hoy han eliminado- y podemos volver a recordar y hasta imitar, ahora que ha vuelto a ser prácticamente explanada? Pues nada más y nada menos que Alfonso XI con sus tropas, cuando le dio por sitiar Escalona. Por supuesto, al poco tiempo comprobaba que no iba a poder vencer y se retiraba.

Es que en ese castillo del que hemos hecho poco más que mención pasaron cosas: la dinastía Trastamara se lo tomó como prácticamente su residencia familiar, hasta el punto de que fue en él donde estuvo refugiada Juana la Beltraneja durante las guerras que acabaron con la victoria de los partidarios de Isabel. En ese castillo hicieron mangas y capirotes los Enriques y los Juanes Trastamara, se casaron y se descasaron, unieron su prole a otras proles notables y, mientras tanto, sus vigías oteaban hacia el sur, que, al principio mucho más que al final, era mirar directamente a la taifa de Toledo, a tierras de musulmanes hoy amigos pero mañana enemigos y por último derrotados como guerreros. Y Escalona fue durante muchas décadas prácticamente la capital de la monarquía castellana y la zona principal desde el punto de vista militar.

Pero además, en ese castillo es donde el infante don Juan Manuel, casi un par de siglos antes, escribió El conde Lucanor. Era su casa, sí (y por su causa hubo aquel asedio de Alfonso XI), así que por qué no iba a escribirlo ahí. Y escribió otras obras. Y además intrigó todo lo intrigable desde esas mismas murallas, todo aquel lío de casorios y reyes ahora jurados y luego renegados.

Puedes estar en tu sombra de la orilla sur, casi oyendo a los brutos del ejército de Alfonso XI a tu espalda, tras un baño refrescante, mirando hacia el castillo y oyendo también las broncas trastamarescas. Pero de pronto se oscurece la memoria, porque son las tropas de Napoleón, tres siglos después, las que llegaron  a una Escalona que ya no se defendía y había sido abandonada, y tomaban el castillo al asalto y lo destrozaban, sobre todo en su parte del palacete-vivienda, que saquearon y derruyeron.

Esto nos obliga a rebobinar y volver atrás, aunque a muy otra compañía que los literatos cortesanos: el pueblo de Escalona, todo él encantador, y precioso en según qué esquinas, tiene sobre todo una plaza central que no admite peros. Bajo su ayuntamiento hay una columna: La Columna. Exactamente esa, sí, contra la cual, como venganza final, el Lazarillo hizo saltar a ciego encabronado que tenía como amo, haciéndole creer que tenía que salvar un charco. ¿Es que hay algo que no haya sucedido en Escalona?

¿Exactamente esa? Pues tampoco.

En Escalona todo es verdad, para empezar porque es figurado.

De ese saqueo napoleónico del castillo quedaron ruinas, y una fue esta columna, que se trasladó a la plaza, al lugar que ocupa ahora, que es el lugar en el que en la narración del Lazarillo ocupaba la columna de la venganza.

Y hoy una placa señala la columna como la del Lazarillo aunque todo el mundo sabe que no lo es del todo pero que casi lo es.

Y uno diría que eso es más que suficiente en este pequeño pueblo que pocos que no sean de su comarca conocen, donde han hecho de la historia con regodeo fluvial y menestras de verduras una doctrina de vida. Y nadie lloriquea ni se queja, sino que simplemente se ofrecen: la que fue prácticamente capital castellana durante dos siglos dice, como buena manchega: si vienes, bien; y si no vienes, tú te lo pierdes.