15 Nov Las modas camineras: cuidado con el Canal de Castilla
Ramón Nogués
Ya sabéis a qué me refiero: de pronto todos hablan de «hacer a pie» este Canal de Castilla o, en otras temporadas, no sé qué tramo del Camino de Santiago o de la Ruta de la Plata, nada menos.
Sucede que hace años que vienen por oleadas los damnificados del recorrido del Canal de Castilla, que se fueron a hacerlo un feliz día de ánimos y empuje, pero al poco volvían castigados, muchos lesionados, y siempre avergonzados: un camino llano, para sus pies o sus bicicletas, quién se lo iba a decir. Pero es que por en medio se ha cruzado la mala propaganda que últimamente se le ha hecho al Canal. Y la manía runner o su sucedáneo walker.
Es como la herencia de esos pegotes que de toda la vida se tiraban los vanidosos montañeros del Guadarrama, que en cuanto les dabas los buenos días en un bar, un martes laborable y lluvioso camino del trabajo, te soltaban aventuras y victorias en la Cuerda Larga, que es uno de los perfiles posibles de la sierra de Guadarrama, tanto como aquel viejo cogía a cualquiera por las solapas y le contaba la vida de Andy García y sus mafioseríos en la película Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto: ay de ti, si te caía o caías por las cercanías de un montañero de estos. Ahora la cosa es parecida, pero en general con menos pegotes montañeros y menos cotas de altitud y esas historias, pero no menos indianas jones en la curva de salida de Alar del Rey o en la dársena de Sahagún.
O sea que parece como que en estas cosas de los caminos hubiera una cuota fija, que si no la llenan los presumidos de las inclinaciones del terreno, son ocupadas por los atemorizados del llano. Pero fijaos en una cosa: estos últimos, los que ahora parece que sólo hablan de ese Canal de Castilla, no suelen hacerlo para proclamar sus victorias sino más bien al contrario. Y a eso vamos.
Resulta que una cosa era esquiar a lo bestia en el Telemark y otra esquiar en una pistita azul o verde y balizada y con un consultorio de primeros auxilios en su base: pero a ambas cosas se las llama igualmente esquiar, así que lo mismo puedes acabar miembro del club al que pertenecen los héroes del Telemark con sólo haber estado una mañana en la estación de esquí de ahí al lado y haber hecho un par de bajaditas en cuña. Y puede que te sientas en el mismo club de los sherpas del Himalaya o de Edurne Pasaban con que camines un par de kilómetros en llano por las cercanías de Monzón de Campos, por el camino de sirga del Canal de Castilla, y con eso ya te puedes ir diciendo: he hecho caminando algún tramo del Canal, soy un andarín y un montañero (o cosa parecida). Porque ¿no os suena que casi siempre que habéis oído a alguien hablar de sus marchas por el Canal han sido historias de abandono y de «sólo un tramo»?
Y resulta que, salvo que alguien tenga la rara idea de hacerlo hacia arriba (ahora que lo pienso, no he conocido a nadie en todas estas décadas que haya dicho que lo ha hecho así; todos lo hacen hacia abajo, como es más de sentido común, aunque menos sacrificial, claro),
resulta que todo lo que puedes caminar, en la misma orilla, por esos caminos de sirga, a lo largo del Canal de Castilla, es en el peor de los casos llano, y normalmente con cierto declive suavecito, a veces difícil de notar salvo que seas un balón, que rueda solo hacia allá. Son apenas 120 metros de diferencia de altitud entre Alar y Valladolid. Es decir, que dificultades de pendiente, ninguna. De vez en cuando al Canal se le cruzan las carreteras, las líneas del tren, muchos caminos de labranza, y entonces hay un puentecito y a veces el camino paralelo al Canal tiene diez o doce horrorosos metros cuesta arriba, oh, para cruzar esa carretera, y luego otros no menos horrorosos diez o doce metros cuesta abajo, al otro lado, para volver a la orilla misma de la corriente. Eso es todo. Sucede que como ya no se usa ese canal para lo que fue pensado, el camino de sirga se interrumpe en algunos sitios, pero estos son pocos y cortos, y provocados por las nuevas conveniencias carreteriles. Hay algún tramo, incluso, en el que el mismo Canal es el que pasa por arriba de un cruce, a modo de acueducto sobre la carretera que lo cruza. Precisamente por esa zona se puede viajar en barco por la misma corriente, en unos recorridos turísticos muy bien confeccionados y realizados con todos los cuidados deseables, que salen desde Frómista o desde Herrera de Pisuerga.
En el resto del canal no se puede navegar. Aunque es poco el declive, es declive, y de ahí las alrededor de cincuenta esclusas que hay entre su origen, ahí arriba en Alar del Rey, y su final doble, con bifurcación, por un lado en Valladolid y por otro en Medina de Rioseco. Nadie maneja ni controla estas esclusas que, sin embargo, están ahí y dejan pasar el agua construyendo paisajes de cascadas. Cuidado con estas esclusas. En ellas es donde se han producido los peores accidentes entre caminantes del Canal, y en algún caso reciente una verdadera tragedia al caer a una de las tinas de una esclusa un coche familiar con varios niños que resultaron ahogados. Quizá no ha habido un suceso más grave que este de no hace muchos años.
Ahora hay, me parece que envidiosos de lo bien que lo han hecho los del barco y su humilde recorrido, muchas iniciativas para resucitar el Canal con excusas didácticas, ecodidácticas y alguna simplemente hotelera. Eso está bien, desde luego. Resulta que con su semiabandono de este siglo pasado, en algunos lugares, por lo visto, se ha desparramado el agua y se han creado eso que llaman humedales que se han consolidado como alojamiento de especies de aves y animalillos diversos que ahora cuentan con ello como si toda la historia hubieran estado ahí. Pues mira qué bien.
Pero ojo, una vez más, si te pones a caminar por ahí.
Y además, sobre todo, es que son 200 kilómetros. Por eso hay tanto entusiasta a priori con el ataque épico o a veces hasta religioso que se propone caminarlo; y luego está la versión más de joven ejecutivo con bicicleta, que se junta en general con otros tres o cuatro similares, y anuncian y publicitan que van a hacer ese recorrido en una semana como quien se apunta al Tour de Francia; y a los dos días vuelven: o se han congelado en las escarchas de marzo, o les han picado todos los insectos picadores de junio, o se han quemado con el fiero sol que se estrella contra su desnudez ciclista. Aquello es la meseta norte, y hay que saber vivirla. Cuando los aborígenes no hacen esas cosas será por algo. Oye, y que vengan otros y las hagan, pues muy bien: pero en condiciones, no me fastidies.