¿Lope de Vega Alquila Plaza De Garage?

Ramón Nogués

Estábamos unos amigos haciendo fotos de casas y caminos de la ciudad de Madrid, que es un vicio que todavía no está en el Código Penal, y teníamos que parar de vez en cuando para recuperar el resuello que perdíamos a ratos del puro acelerón y del gozo. Qué equivocados estábamos o quizá estuvimos al principio de conocer la ciudad, allá por nuestra mocedad estudiantil: con nuestra arrogancia de suelos históricos, casi casi los mismos que ahora somos adoradores y fotógrafos de la capital tuvimos entonces nuestra temporadita de burlarnos en la universidad de los compañeros madrileños que, oh, extravagancia, iban a estudiar a las mismas facultades que nosotros. ¿Pero no eran esas facultades y esa universidad para los que veníamos de fuera?; y, sobre todo, ¿qué era esa cosa de la fama rara esa de la Gran Vía? ¡Si (recuerdo de una compañera navarra en particular) allí en Pamplona teníamos treinta o cuarenta calles mejores, sobre todo más anchas y más gordas, menudo callejón en el fondo la cochambre esa de la Gran Vía, sólo la tontería madrileña podía hacer de eso algo famoso! Los compañeros madrileños, hay que decir la verdad, se portaron siempre como probablemente ninguno de otro lugar se hubiera comportado si vas a su tierra y encima les menosprecias o les insultas; nunca contestaron lo que en cualquier otra ciudad se hubiera oído, y ni siquiera dieron contestaciones  razonables que hubieran sido incluso de aplaudir como, por ejemplo, una que muchos teníamos en la punta de la lengua (aunque más bien jugábamos a hacer causa común provinciana con la navarra): no es por ser gorda, es por la cantidad de historia que ha protagonizado (entre otras). Otro compañero barcelonés estuvo casi todo el mes de octubre y la mitad de noviembre preguntando a los compañeros madrileños si en la semana del 20-N se podría venir sin riesgo a la facultad, o simplemente salir por Madrid, al cine, al súper, a lo normal, o que qué había que hacer durante las fiestas franquistas de la ciudad. En fin, lo que hace el pelo de la dehesa incluso en aquellos primeros, o quizá segundos, tiempos del autonomismo faltón contra el conspirador judeo-masónico-madrileño. La mayoría, tras esos años de universidad, dejamos todo eso atrás. Otros no, y volvieron a sus territorios históricos, y son hoy incluso presidentes autonómicos o cargos variados. No todo el mundo tiene en su programación básica las instrucciones necesarias para admitir nuevos conocimientos, o corregir los erróneos, o sea aprender.

A lo que íbamos. En una de esas paradas para estirar los músculos de fotografiar, que son los de los dedos y eso, uno se dio cuenta de pronto de qué circunstancia nos estaba demandando más esfuerzo. Los edificios estaban ahí, las luces y las perspectivas nos las ponían gratis una unión temporal de empresas entre el ayuntamiento, la astronomía, la meteorología y la ciencia de los arquitectos… Entonces, ¿por qué teníamos todos las sensación de estar forcejeando con el modelo, con el objeto de nuestras fotos, y de estar perdiendo más tiempo en ese forcejeo que en el oportuno y natural esfuerzo de buscar puntos de vista, relieves de luces, contrastes, lo que habíamos venido a hacer? Y entonces caímos: pegatinas, grafitis de los grandes, grafitis de los pequeños, señales de tráfico, carteles y cartelajos, y restos de grafitis, tachones, jirones de anteriores carteles… ¡Esa estaba siendo la batalla!

Acertijo: ¿cómo se titula la foto? ¿Telefónica en la Gran Vía de Madrid? ¿O Banderolas, señales, pegatinas?

Puedo ponerlo en forma de reto: el famoso edificio que hoy se conoce como Metrópolis, antaño de La Unión y el Fénix, tiene varios tiros de cámara desde los cuales te puedes lucir como si estuvieras haciendo la foto del siglo, y uno de los mejores es desde la acera de enfrente de la Gran Vía, es decir, desde el número 2 o 4 de la Gran Vía, o incluso desde ese trozo de acera de la misma Alcalá justo antes de dejar de serlo, donde empieza la cuesta arriba de los pares. Pedazo de fotos te salen (te saldrían) desde ahí. Pues no hay forma, como no te lleves una escalera, o un compañero muy cachas que no se te derrumbe cuando te subas en sus hombros. O te tiras al suelo, sí, justo encima de ese charco de grasa de autobús, en los más o menos tres segundos que puede que haya un huequecito en ese suelo entre que unos cruzan y otros pasan y otros arrasan y encima la excursión de chinos (más los italianos de fin de semana, que menos mal porque son los que le dan alegría a las aceras) y las de cripto-catalanes, y si te tiras así al suelo allá tú y tus semanas de descontaminación, o… relájate y acepta que esas fotos te van a salir con señales de Por aquí no se pasa, Ojo que le multo, Peatón cruza por aquí obligatoriamente aunque no quieras, Si te viene al autobús de frente allá tú, y otras del código de circulación, más, por supuesto, todos los pegatajos y los arrancones de mil y un anuncios, quejas, teléfonos de algo, transportistas y hasta oraciones al corazón de Jesús. ¡Ay, la leche!

Y eso en uno de los espacios más amplios del centro de la ciudad, en el que a lo mejor puedes llegar a medir 50 metros de aire entre el objeto de tu foto y tu objetivo; porque las preciosas cases del llamado Barrio de las Letras son para hacerlas con dron. ¡Oiga! ¡Que en esta casa vivió Cervantes! ¿Se da usted cuenta? ¡Y esa de ahí cerca fue la de Lope de Vega, hoy más o menos museo! ¿No tendrían ustedes a bien, insignes munícipes, despejar un poco sus fachadas y sus entradas para que nos podamos hacer una idea, aceptamos que quimérica, y que probablemente hasta idiota, de cómo era eso cuando venían esos señores de su último estreno?

Tienda bicentenaria con protección etcétera. Premio Municipal a la Cochambre Grafitera.

No hay prácticamente una foto posible ni en ese Barrio de las Letras ni en casi ningún escenario interesante o bonito del, por otro lado, impresionante Madrid, que no esté manchada de «modernidad». Ya digo: descubrimos, en ejercicio mental ad hoc, que estábamos más fatigados de evitar trastos en la foto que de hacer bien las fotos mismas. Y eso sin contar con los sagrados grafitis que todo lo ensucian, lo deforman y lo desnaturalizan. ¿Por qué tenemos que tragarnos esa estética obligatoriamente en las paredes entre escaparates de una preciosa tienda de hace 200 años que queremos fotografiar? Pero no hablemos de fotos, y quedémonos simplemente en el simple pasear y ver y vivir. ¿A quién le impongo yo en su portal, en su fachada, en su tienda, o simplemente en las calles de su ciudad cuando quiere pasearlas, que tenga que estar viéndose rodeado de un rodillo continuado de Jackson Pollock o de Sorolla o de cualquier cosa que sea que a mí me parezca bien y ellos no hayan elegido ni para su ciudad ni para la verja de su tienda de juguetes o de libros?

Un misterio, la suciedad esta de una ciudad por otro lado muy barrida, muy manguerada y muy despejada de suelos como es Madrid ya desde hace tiempo, suciedad que parece que, asustada del suelo, ha ascendido a las señales, a las paredes, desde luego a las farolas, y distorsiona el mismo aire urbano, el real de seres vivos de hoy, o el quimérico (o lo que se quiera) del pasado que conserva como pocas ciudades. E interfiere con todo. Los admiradores casi estuvimos a punto de aceptar nuestra derrota: seremos para la posteridad los testigos fotográficos de que en una cierta época, la nuestra, esta Calle de las Huertas de Madrid estuvo así de ¡limpia! en sus suelos, pero asquerosa en sus fachadas de grafitis y sus postes de… Se Alquila Plaza De Garage.