¿Pero hay vida antes del románico?

¿Pero hay vida antes del románico?

Miguel del Rincón

 

Uno de los muchos descarrilamientos gozosos que se pueden experimentar por Castilla y León te pueden llevar, por decisión de las solas ruedas de tu coche, hasta la villa romana de Almenara-Puras. No hace falta que te esfuerces demasiado en encontrarla, porque se diría que está en el centro de todos los triángulos que se puedan dibujar sobre ese mapa. Hagas lo que hagas, tienes ahí, a un lado del pliego del mapa, o al otro lado, a Almenara, entre la provincia de Valladolid y la de Palencia (o sea que imagínate lo en el centro que está de todo).

Es una de las no demasiadas instalaciones arqueológicas expuestas al público de la época romana de la península. Casi todas, menos las definitivamente desmigadas, están en la actualidad protegidas por personas que merecerían una duplicación automática de su sueldo, por lo menos, y desde luego homenajes mensuales en la televisión nacional. He visitado más de la mitad, por toda la península, y lo digo y lo sostengo: qué profesionalidad, qué amor por lo suyo, y qué alegría expresan los encargados (algo así como al 50% hombres y mujeres) cuando llegan visitantes y tienen ocasión de compartir con estos sus conocimientos, que suelen ser los de doctores en Historia, por decirlo rápidamente, aunque con suelditos autonómicos de auxiliares administrativos (por favor, si vais a visitarlos, haced lo que se os ocurra para dejarles propina). Qué amor por el conocimiento y además qué amor por compartir el conocimiento. Y encima sobre algo tan interesante e inagotable como la Historia Antigua de España

Y sí, a esto es a lo que vamos: compartiendo la visita con turistas de todas las características, qué interesante resulta comprobar lo altísimo que es el porcentaje de personas, que además están interesadas en el asunto (si no lo estuvieran no estarían haciendo esa visita, claro), que desconocen todo acerca de la Historia de la península anterior a, digamos, ese «románico» que hemos puesto en el título con un poco de broma. Las visitas suelen ser largas, y luego suele haber una pequeña cafetería para reponerse, y uno es dado a la conversación y así ha podido comprobar que domus, impluvium, atrium, y todo lo demás a menudo son conocidas casi solamente como palabras, en general atribuidas a aquellos viejos diccionarios de latín de la editorial Vox, que en sus dibujitos señalaban una cosa u otra, pero que hoy casi todos (y sobre este todos haré a continuación un matiz, una pena) atribuyen a «cosas romanas en Italia». Es raro encontrar en la actualidad, en efecto, a un español por encima de 40 años que no haya hecho algún viajecito a Italia y haya recorrido el foro de Trajano, por ejemplo. Y de ahí y para aquello le suenan estas palabras. Y ya es mucho.

El matiz y la pena que anuncio en el último paréntesis es el siguiente: en cerca de cuarenta visitas a instalaciones arqueológicas relacionadas con la Hispania romana, ni en una sola ocasión hemos compartido la visita o ni siquiera visto a lo lejos personas menores de más o menos esos 40 años que también acabamos de traer al párrafo anterior. Ahí pasa algo; pero supongo que se lo dejamos a nuestra compañera del Val y su Túnel. Pena nos da, desde luego.

En fin, queríamos traer como modelo de lo bien hecho y de otras cosas esta instalación de Almenara-Puras, en la provincia de Valladolid, uno diría que en el centro geométrico de la región de Castilla. Aparte de un museíto preciso y primorosamente cuidado, y además perfectamente dispuesto para la visita (lineal por un lado en una dirección y, al llegar al final, lineal en la dirección opuesta para acabar donde empezaste) en el que te muestran mil y una piezas muebles y herramientas, instrumentos y objetillos encontrados en la gran villa, se ha dispuesto el recorrido por la misma villa que todavía está en excavación de modo perfectamente visual y cómodo, con pasarelas elevadas y hasta pequeñas pantallas informativas en puntos clave. Todo ello bajo un enorme techo como de hangar, que protege del atroz clima de la zona por supuesto a los visitantes pero sobre todo los restos. Estos incluyen mosaicos asombrosos, como el famoso Baño de Pegaso, y muchos otros, pero además la suficiente cantidad de muro para que haya sido posible comprender la distribución interior de la Pars Urbana, o sea la casa-vivienda.

Lo que se nos muestra es sobre todo lo localizado en el Bajo Imperio, muy de la época de los follones de los bagaudas, follones que los arquéologos afirman detectar en estos o aquellos restos de fuego en los muros o en otros indicios. Como es natural, inmediatamente vienen al asalto otros profesores afirmando que de bagaudas nada, que qué mito es ese, y etcétera: qué más da. Que se peleen lo que quieran, que lo nosotros queremos de todo esto son otras cosas.

Los restos visitables de esta Pars Urbana de aproximadamente el siglo IV suman, si no recuerdo mal, nada menos que unos 4.000 metros cuadrados. Algo menos de medio campo de fútbol de vivienda. O sea, bien; apañado. Evidentemente se trata de algo de la clase más alta de entonces, terratenientes e industriales del campo, en una finca cerca de la cual pasan dos de los principales caminos de la época (muy similar a lo que sucede en la villa de Carranque, entre Madrid y Toledo): eso de las fábricas cerca de la vía del tren no se inventó precisamente ahora. Algún historiador de los minuciosos ha cuantificado producciones agrarias, compras y ventas, exportaciones y empleos de la época, y no es ninguna tontería lo que se movía en términos humanos y económicos. Eso se refleja en la villa, por supuesto.

Pero para el visitante hay además una especie de guinda fuera de los restos arqueológicos cubiertos y protegidos. Algún personaje benefactor, iluminado, inspirado, tuvo la ocurrencia maravillosa de construir una villa romana tal como sabemos que eran la media de las villas. Quiero decir, una «casa-vivienda» entera y completa, con materiales y técnicas de hoy, pero con todo lo que sabemos de cómo eran aquellas villas. De modo que se puede visitar por su interior y, con las adecuadas salvedades y los oportunos remilgos, visualizar en mejor medida algo de aquel mundo, de la vida de aquellas personas no tan lejanas a nosotros y sin embargo tan diferentes en mentalidad, moral, horizontes y ambiciones: pero todo lo nuestro es hijo de lo suyo, así que cuidado con ignorarlo.

 

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Y si la visita a los trabajos arqueológicos ha sido encantadora e instructiva, el recorrido por la vivienda reconstruida invita por supuesto a fantasear, probablemente en plan algo cinero, pero desde luego a escuchar  algo muy interesante, aparte de todo lo demás, que se extrae de estas visitas: las gentes no se imaginaban en su mayoría que hubiese «civilización» así en ese siglo IV. Los comentarios son generales, y festivos, y dan a entender que esa reconstrucción ha dado en el clavo, por mucho que algunos puristas (es como si fueran un club estos puristas, a lo mejor son los mismos quince para todas las disciplinas, no sé) la rechacen por… yo qué sé, uno diría que la rechazan porque da a entender con claridad las cosas, porque ayuda a las gentes a comprender y a conocer algo más. Allá ellos. Esa visita a la reconstrucción desata las lenguas y si uno está atento se acaba dando cuenta de que la gente sabía pero no terminaba de entender que en esa Historia Antigua de España había mucho, mucho más de lo que habitualmente se suele mostrar. Que en realidad se deja de lado, más o menos como los profesores de Historia de Secundaria norteamericanos despachan toda la historia anterior a 1620 en un solo tema de unas cinco páginas, y todo el resto de las 800 páginas son lo otro. ¿Qué saben los secundarios, incluso los bachilleres españoles de la decadencia del Imperio en Hispania? ¿O, ya puestos, del clímax del Imperio, dos siglos antes?

¿Qué se sabe en el nivel de la culturilla general, la misma que sabe que hubo unos Reyes Católicos, una Guerra de la Independencia, que hubo un Gótico y un Románico, de lo que hubo en España antes de ese «Románico»? Pues me ha parecido ver en estas visitas que no sabe prácticamente nada.

La cosa periodística, de papel o de no papel, ha divulgado una especie de línea inevitable: Atapuerca – cartagineses – Viriato – los romanos a batiburrillo – los barbaros, a ser posible visigodos – y ya el románico, que es cuando por fin la cosa se ordena y se encarrila.

«Quién lo iba a decir», «Qué nivel», «Qué sorpresa» y muchos similares son el modelo de los comentarios que en muchas villas romanas de la península y en esta reconstrucción de Almenara en particular podrá oír cualquier visitante a los visitantes menos informados previamente.

Y eso es signo de algo que de momento no vamos a denominar pero queríamos traer aquí. A lo mejor debemos acudir con cierta regularidad, como algún compañero ha comentado en otro lugar de esta web, a ciertos momentos del pasado para volver a alimentarnos y traer elementos al presente hasta ahora no utilizados; pero hay la impresión de que, en cuanto a la Historia, muchos no han sabido, o no se les ha enseñado, o no se han atrevido a ir más allá de San Juan de Baños (que por cierto, llaman «románico» cuando es visigótico, pero esto son los profesores también). Es como si hubiera un vacío oscuro antes de… por ejemplo el año 711. La Iglesia puede haber hecho todo lo bueno que se quiera, pero no fue la primera en hacer, por más que algunos quieran silenciar el tiempo anterior, tiempo en el que la misma Iglesia se apoyó.

Y era eso lo que queríamos comentar, para empezar: que hay mundo antes de Recaredo, y que en Hispania fue riquísimo, extenso e interesantísimo, y que a lo mejor nos resultaría útil acudir por fin a él bien a fondo.

(Fotografías de Mercedes Ruiz Paz)