15 Sep Vamos a ver arquitecturas y otras cosas
Vamos a ver arquitecturas y otras cosas
Miguel del Rincón
Hay una ambivalencia en esos puticlubs abandonados de carretera: por un lado, cómo los puedes mirar sin imaginarte el sufrimiento, la esclavitud, la explotación y el dolor que tuvieron ahí lugar. Por otro lado, por cosas de la historia, una gran proporción de ellos resultan imanes para la vista y, a poco que se tenga algo de pesquis para estos asuntos, resultan ser construcciones y arquitecturas interesantísimas y hasta muy valiosas en ocasiones. Y entre un valor y otro tenemos que manejarnos.
Esas cosas de la historia que decimos tienen que ver seguramente con la época en la que muchos de estos edificios se construyeron. La mayoría querían ser pequeños hoteles «en las afueras» de ciudades y sobre todo de pueblos grandes; hoteles con uso evidente, salvo excepciones. Y, como ya sabemos, eso de darse a construir hoteles fue cosa principalmente de finales de los cincuenta y más aún de los sesenta. Así que, necesitados como todas las construcciones en España de un arquitecto, y al ser este arquitecto casi con toda seguridad un tío más bien informado durante sus estudios acerca de épocas y estilos constructivos, lo más frecuente fue que, aunque sólo se expresara en el dibujo general, en el aspecto, su proyectito de hotel de diez habitaciones en mitad de la llanura mostrara esas líneas del racionalismo e incluso del funcionalismo más de moda en el momento. Ya nos meteremos en si Art Dèco o qué.
Racionalismo y funcionalismo arquitectónicos que algunos tratadistas separan, pero otros no; cosas académicas. Da lo mismo: a golpe de vista reconoces en uno de estos hoteles que el arquitecto que lo hizo se había estudiado bien la colonia del Viso, de Madrid. Esta se construyó, como es sabido, en los años 30; pero esas cosas de la guerra y otros tropezones impidieron que ese racionalismo tuviera continuidad fluida. Aunque sí la tuvo, si bien con esa pausa intermedia, en cuanto se pudo; y en muchas ciudades, pero en mayor número en Madrid, surgieron las fachadas (y los interiores, pero esta es otra historia), los portales, los materiales, los colores y todas esas cosas algunas no tan racionalizadas que caracterizan ese estilo. Que durante muchos años, además, no han sido apreciados sino más bien al contrario. A menudo se ha mencionado esa fachada o ese portal o ese edificio como ilustración de lo perezoso, desde luego de lo feo, y muchas veces de lo rutinario.
Lo cierto es que algunas hoy consideradas casi joyas, o joyas del todo, hasta hace veinte años y no digamos treinta fueron maltratadas y abandonadas a la intemperie o a la estupidez de piquetas y mamposterías absurdas. Quizá conoce el lector la clasiquísima Piscina Stella, de la Ciudad Lineal de Madrid, de la que hay casi tanta documentación visual en su estado calamitoso como en su buen estado, y que ciertamente es una belleza de líneas claras. A lo mejor es el edificio que ha enseñado a muchos a apreciar ese racionalismo, con sus volúmenes de aire, su exposición abierta de fachadas… Un poco como otro clásico, este apenas restaurado aunque algo, que es el cine o teatro Barceló, también de Madrid. Recuerdo haber oído comentar en los setenta que una fachada en esquina convertida en arco de cuarto de círculo era «algo intolerable», por supuesto sin que eso se explicara del todo, porque además me parece que no tiene explicación posible más que manías personales.
Muchas de estas, de manías personales, fueron las que en el fondo dieron nacimiento y forma a movimientos artísticos y desde luego arquitectónicos. Aquellos constructores de principios del siglo XX insistían en el adorno barroco de mampostería, más al gusto neogótico unos, otros más en plan neomudéjar, pero mucho adornar, mucho poner cosas en plan churritos de nata sobre el pastel, principalmente para impresionar a las familias rivales con el poderío de la propia, digamos. Pero ese siglo XX trajo lo que trajo, que fue, entre otras cosas, la confluencia de fenómenos impredeciblemente confluyentes, como la apertura europea a culturas orientales, un crecimiento de la población inmanejable, y… ruina, muerte y destrucción masivas con las guerras. Y la necesidad de reconstruir y de alojar a millones de personas en la postguerra hace aparecer al constructor más potente de todos: el Estado, que desde luego se deja de «manías personales», de gustos ostentosos y de presumir. Aquí hay que alojar a tres millones de personas sin techo, allí a siete millones y suma y sigue: casas eficientes, rápidas y funcionales ya mismo.
Y eso, que trae esa «desnudez», ese despojamiento de ornamentación, se convierte, como en tantas ocasiones, en ideología, y viene a proporcionar una especie de «desvelamiento de la figura que estaba dentro del bloque de mármol», y muchos empiezan a decir: mira qué belleza en el despojamiento, no hacía falta adornar tanto ni retorcer ni doblar.
Los contemporáneos de los hechos, como es habitual, a menudo expresaban disgusto: entre otras cosas, porque estaban educados, como adultos que eran, en las formas anteriores. Pero ese acostumbramiento que algunos detestan, pero que otros ven imprescindible para la adaptación, y hasta positivo, fue haciendo que se apreciara lo que se había estado evitando: precisamente ese «no hacía falta tanto adorno».
Y de ahí partiremos en este Casas y Caminos. Y por supuesto que en ocasiones llegaremos a arquitecturas muy adornadas, y a expresiones artísticas no exactamente sobrias, pero eso será porque los caminos de hoy ya son incontables y divergentes, y no pocos como antaño, ni mucho menos uno. No vamos a dar abasto.