01 Feb Teoría del boomer -7
Jacob de Chamber
Cuarta pista de que ese sujeto es un boomer
La cinefilia; no dirás que es complicado.
Ya hemos mencionado que hay tantos boomers que lo primero que es difícil encontrar en ellos es uniformidad; pero repetimos que características comunes sí que las tienen. Y esto, en la cinefilia, significa que no les gusta a todos el cine negro, pero les gusta a muchos; y que no les gusta a todos la comedia romántica, pero les gusta a muchos; y que no les gusta a todos la ciencia-ficción, pero les gusta a muchos. Y así podríamos ir repasando todos los géneros y modalidades de cine, incluyendo las más raras de imitadores fallidos pero aclamados de Tarkovsky y contradicciones termodinámicas de ese calibre, y lo que vamos a encontrar es que no les gustan a todos, pero les gustan a muchos. Ya os habréis dado cuenta de cuál es la cosa que falta, ¿verdad? Que sólo hay (siempre concedemos a nuestros enemigos, para que no se diga) algo así como un 0’000063% de boomers que dicen que no les gusta el cine: son seguidores demasiado tempranos de algunos poetas del 27, unos pocos ex-estudiantes de Teleco hijos de clase demasiado acomodada de cuando los 70 y, por supuesto, esos damnificados por una enseñanza demasiado eclesiástica, que insisten en que el cine no les mola pero ven una y otra vez La señora de Fátima y Alba de América. No vamos a decir que es un porcentaje despreciable: más que nada, para que ese ministerio no nos acuse también de despreciar a algunos seguidores del 27; lo dejaremos en que se trata de un porcentaje soslayable.
El gusto, o la afición o, probablemente más: la adicción al cine de los boomers es una de las herramientas que los boomers más han utilizado y siguen utilizando (y seguirán utilizando) a lo largo de su vida (y de lo que les quede de esta) para interpretar la realidad. Y de hecho, incluso ese gajo de boomers que en su día se apegaron a ciertos estudios en los que se podían regodear en expresiones como «herramientas para la interpretación de la realidad», tal como la que hemos usado, es decir, los que tuvieron coqueteos, a veces hasta noviazgos y, el colmo, algunos hasta hijos, con el marxismo universitario dislocado (o sea el marxismo), hasta estos, hablan hoy de la realidad y sus problemas no con la jerigonza pseudomarxista de aquellos profesores-adoctrinadores de los 70 y los 80, sino con el argot de la industria e incluso del arte cinematográficos. Y no sólo el argot, sino el mismo idioma a veces algo reducido que desde los guionistas hasta los traductores se han confabulado en poner en boca de sus personajes, por esa creencia más o menos mema de que el público «no entiende» más allá de unas dos mil palabras. Y de ahí tanto tópico y tanta frase hecha como de tontorrones de telefilm que se puede oír en las conversaciones boomers, y que muestran también la variedad de la que estamos presumiendo desde el principio: será una colección u otra de frases hechas en función del nivel, digamos, de estudios de cada boomer. Pero son frases hechas de cine o de televisión. Por ejemplo, los boomers con peores estudios (o con mejores, pero a los que la vida les ha hecho olvidarlos, que también es un fenómeno casi exclusivamente boomer) se regodearán en expresiones como «es la ley del más fuerte», «todo es relativo, que dijo Einstein», «es lo más peligroso que he visto nunca», y cosas así, en general muy rotundas y demasiado lapidarias. Los boomers de eso que podríamos llamar nivel medio usan y hasta suelen abusar de cosas como tocarse la palma de la mano izquierda bien extendida con el dedo corazón de la mano derecha también bien extendida, imitando esa señal más o menos oscura que pide «tiempo», es decir, una pausa o un descanso en una conversación; llevan a menudo sus ojos hacia el cielo, dejándonos ver su blanca esclerótica inferior como en gesto de hartazgo o de pereza (que no es un gesto, digamos, demasiado propio y natural de los pueblos de expresividad mediterránea, que más bien, cuando están hartos, miran al cielo, cómo decirlo, mirándolo del todo y no escondiendo sus córneas en la cueva superior de la cuenca ocular, que es un gesto Disney con el que entrenan en esa productora a los actorcitos infantiles de sus teleseries); y además son los más plásticos de todos, porque adoptan inmediatamente las seis o siete palabrejas que más se oyen en el último éxito-taquillazo-rompeaudiencias, y las manejan con abundancia y generosidad, hasta que viene un nuevo taquillazo y adoptan las nuevas: el atasco del 1 de agosto de este año fue el armagedón, aquí no hay quien viva-un poquito de por favor, zas-en-toda-boca o bazinga, o comer en ese restaurante es misión imposible 3. Y los del nivel más alto (que, como decimos, no es exactamente de estudios, aunque un poco sí, sino que lo es sobre todo de memoria de estos combinada con la aspiración de hacerlos rentables) se acogen, como si con eso destacaran sobre los otros niveles de sus iguales, a otras apropiaciones: si miras el problema en primerísimo plano; o: es como si mi marido hubiese tenido un fundido a negro. Cosas así pero, sobre todo, en este nivel, comparaciones de la vida real con menciones a cineastas no populares: igualito igualito que en una de Wong Kar-wai, aquello parecía el desfile final de La dolce vita, la historia acabó como A bout de souffle. O sea que o estás muy al loro o la has liado. Pero no hay que confundirse: estas clases no se corresponden con las antaño llamadas clases económicas o clases sociales, como veremos a continuación. Los boomers son cinéfilos casi hasta extremos patológicos pero, como todo en el caso de los boomers, lo tienen todo muy mezclado.
Ya hemos situado las cuatro principales características en las que te puedes fijar para reconocer si alguien es un babyboomer o simplemente alguien maquillado o disfrazado que pretende serlo porque, quién sabe, ha encontrado un posible provecho en ello. No te creas que no: hay unos cuantos de la generación X que llevan toda la vida jugando a que son mayores de lo que son en realidad; y hay otros de la generación anterior a la boomer que, por supuesto, han jugado a tener menor edad. La verdad es que no se adivina qué beneficio le puede encontrar nadie a incluirse en un grupo humano tan amorfo y numeroso como el boomer, que ha sido ese que ha gozado, sí, de unos cuantos adelantos de los que los anteriores no pudieron gozar, pero que inmediatamente se han encontrado con lo que ya hemos dicho, y el lector ya estará entrenado perfectamente para encontrar por su cuenta: consumo y alquileres más galácticamente caros que nunca antes, paro laboral hasta extremos que antes nunca se había llegado ni a concebir como posibilidad, puteo en los trabajos más allá del mero aprendizaje y extendido a lo largo de toda la vida laboral, y rigor en Hacienda como antes no se había conocido, de modo que se han pasado la vida pagando impuestos, de los directos y de los otros, y soportando descuentos hasta de la más pequeña factura los de profesión liberal (o autónomos para la administración), y pagos a la seguridad social sin excusa ni remiendo, y ahora llegan sus jubilaciones y tienen que oír de los X, pero sobre todo de los milenials, y hasta de los Z (todos los cuales han ido a la escuela que los boomers han pagado, y se han curado sus pupitas en los hospitales que los boomers han pagado, y han ido a la playa por las carreteras que los boomers han pagado, y han recibido becas que los boomers han pagado) que les va a pagar la pensión su padre o, en defecto de este, su tía abuela. La cosa se presenta neblinosa; pero, una vez más, la iluminaremos con nuestro atinado verbo: son los boomers los que nos han enseñado que, contra lo que les decían sus mayores, no tiene por qué haber, y de hecho no suele haber, correspondencia entre la cualidad de una persona, incluyendo en esta sus conocimientos o sus habilidades naturales o entrenadas, por supuesto sus estudios y hasta sus titulaciones, y su trabajo y su posición en la sociedad. Seguimos con los líos.
(Continúa)