Teoría del boomer -9

Jacob de Chamber

Así que cuando en la actualidad hay quejas y lamentos acerca de que no coincide la oferta de puestos de trabajo con lo que yo he estudiado (también es verdad que el contexto Z es muy quejosito de casi todo lo relacionado con El Yo Y Su Inmediata Satisfacción, así que esa queja en particular pierde importancia; pero el caso es que la expresan), quizá habría que llamar a la población a recordar que la cosa ya viene de cuarenta años atrás, y que más o menos son lentejas. Y no, este no es un delito achacable a los boomers, sino que, más bien, es un delito que casi casi se inauguró teniendo a los boomers como primeras víctimas. Estos boomers se habían criado oyendo a su alrededor (un alrededor de pocos adultos) que el que estudiaba para confitero se colocaba a continuación de confitero, y que el que estudiaba para jardinero era antes o después jardinero, y no te digo ya si estudiaba alguna ingeniería o alguna cosa universitaria en general: casi todos, oían los boomers en su infancia acerca de sus primos mayores, ya habían recibido las primeras ofertas de trabajo aun antes de acabar los estudios. Esto llegó a pasarles a los primerísimos boomers; pero sólo a unos pocos, que además casi siempre lo negaron en el futuro (hasta tal punto se considera un agravio y una injusticia en el mundo boomer).

Una vez más, un asunto más, una cosa más, en la vida de los boomers en que los antecedentes no tenían los consecuentes prometidos. Una ocasión más en que el menú ofrecido se les cambiaba a medio cocinar.

Casi estamos acabando esta Crónica, y no debemos irnos por las ramas. Vemos que, a diferencia de las anteriores crónicas, los protagonistas de esta no pueden elegir. Hasta ser o no ser madrileño, como vimos, puede ser una decisión personal. Pero nadie puede elegir ser boomer, claro. Aunque algunos dicen que sí, algo un poco la línea de esas líricas que nos cantan que ser viejo no es una edad sino un estado de ánimo y tal. Pues no, mira. La artritis, la diabetes, las arrugas, las canas, todas esas cosillas deberían dejar claro al personal que con este tema pocas bromas. Ya es una proeza que consiguieran sobrevivir tantos boomers a las aglomeraciones de su infancia. Y no te digo ya, en España, a los acosos y las sevicias de los inmobiliarios, de la brigada político-social, de los profesores a la antigua, de los jefes más a la antigua todavía…, y eso mientras, como buenos boomers, lo que tenían en su mollera era la música de los Beatles o las últimas novedades de Sting o de Peter Gabriel, los cálculos para comprarse en el Rastro, entre doce amiguetes, una tienda canadiense de dos plazas para irse en verano los doce de playa en playa, o las intrigas y los engaños para conseguir una cita en la consulta de ese ginécologo, uno de los pocos enrollados de la época con los asuntos anticonceptivos. Es decir: el permanente Chirrido Anacrónico en el que hiceron nacer a los boomers y los criaron, y que les ha acompañado toda su vida.

No entraremos a analizar los equivalentes (más bien poco equivalentes) de ese Chirrido en otras generaciones; estamos para lo que estamos. ¿Os imagináis lo que es nacer en un mundo sin televisión (o con sólo, cuántos eran, creo que 75 los televisores que había en Madrid el primer año de emisiones) pero llegar a tu 60 cumpleaños con móviles capaces de mostrarte en directo la final de la Champions? Por no hablar de tweeter, instagram y toda esa pesca. Quizá hay que comprender un poco los excesos boomers en estos campos: lo locos que se han vuelto la mayoría de ellos con Whatsapp no es más que consecuencia y compensación de muchas, muchas horas y muchos, muchos días de soledad e inasistencia y necesidad en su juventud y hasta en su primera edad adulta, en la que si no encontrabas una cabina telefónica que funcionara en el momento en que te hacía falta ibas a perder con toda seguridad esa amistad, o ese piso, o ese trabajo, o ese giro que quizá la familia te enviara para que salieras de un atolladero en un lugar lejano, en el que te habían robado a lo mejor, además del dinero, hasta el billete kilométrico de tren para volver a casa.

Baby Boomers, Generación X, Millennials y Centennials. Y tú, ¿de qué generación eres?

Sí, mejor con ayuda de milenials y hasta de Zs. Pero ojo, que a ver si estos sabrían desatascar una cabina telefónica de las de ficha o poner un giro telegráfico.

¿Notáis el Chirrido, los que no sois boomers? ¿Cabina teléfonica que puede funcionar o no funcionar? ¿Qué es eso? ¿Perder amistades o trabajos por eso? ¿Y eso de «un giro» que aparato es? Pues con todo eso aprendido y bien aprendido, como instrucción esencial para el manejo del propio cuerpo en el mundo, y por supuesto con unos cientos de cosas más de ese orden, lo que se fueron encontrando estos boomers fue, qué sé yo, fotocasa, el idealista, el teletrabajo, y por supuesto bizum. Que para vosotros es tan normal, probablemente, como para los padres de los boomers lo era la radio. Pero que hay que ser muy conscientes de que alguna vez el mundo no fue así: como mínimo, por si os metéis a hacer películas y os da por poner, qué sé yo, un móvil Samsung 8.000 en una de época de los años veinte (del siglo XX).

Y por supuesto, alrededor de este Chirrido Anacrónico se ha desarrollado todo un mundo de exageraciones, desde luego también de mentiras y, como mínimo, de excusas. Por si no se entiende: un boomer lleva cocinando 40 años y sufre por fin, más o menos coincidiendo con su jubilación, un ataque de lucidez. Este ataque consiste en que ve claro que lo conveniente, a partir de ahora, es «que cocine Rita», o quizá «que cocine su abuelo», siendo este y siendo la anterior no se sabe qué, porque no son nadie concretos ni reales. De modo que se pone a llamar a Just Eat o cosa parecida. En todo caso, lo que van a encontrar sus descendientes (que le interrogan, temerosos, sobre la idea de que a base de Just Eat al final a ellos no les llegue herencia alguna) es que «No, mirad, es que las vitrocerámicas de inducción son muy complicadas para mí; por lo menos si vinierais algunos a hacerme la comida; pero como no os voy a pedir eso, pues algo tendré que comer». Y todo eso, por supuesto, es cuento (no sé si hoy se puede decir «chino» después de cuento, porque es una expresión muy boomer, pero me parece que muy poco woke). ¡Por supuesto que ese caradura sabe manejar la vitrocerámica! Pero sucede que no le da la gana o, por decirlo de un modo muy técnico, que está ya hasta los huevos de cocinar.

Y no le da la gana porque lo que sí que pasa es que la mayoría de los boomers han llegado a la jubilación no sólo cansados, como muchos antes que ellos, sino además cabreados por pandemias, por toda una vida recibiendo insultos de Hacienda, por la manía de los políticos listillos de tratarlos como si no supieran manejar el interruptor de la luz y por arrogantes adolescentes que les amenazan en plan macarra con no pagarles la pensión que se veía próxima.

Cansados y cabreados es mala combinación.

(Continúa)