15 Abr Teoría del madrileño – 2
Jacob de Chamber
Lo cierto es que conviene aprender, por vía de cursillos, o de másteres, o de estas mismas páginas, a tratar con esa cosa inconcreta llamada «madrileño», porque todo lo que te han contado, lo puedes asegurar, es erróneo. Y para aprender eso hay ciertas coordenadas que conviene retener.
1- El madrileño tiene prisa siempre. Casi todo lo que se diga más adelante, en esta reflexión o en cualquier otro lugar, acerca de cómo es el madrileño, estará condicionado por la Primera y más Irrebatible Verdad del madrileño: el madrileño tiene prisa siempre. A lo mejor no se ha entendido lo suficiente: el madrileño tiene prisa siempre.
Esto, que puede parecer una simple manía, resulta que no lo es: sucede que en Madrid las distancias son muy largas, y a menudo enormes. Y por más que te esmeres en mezclar el combustible de tu moto de un nuevo modo con una fórmula secreta, o en tomar ciertas pastillitas más o menos blancas que te ha regalado un cuñado para aumentar tu rendimiento cuando vayas en bici, o yo qué sé, en prometer una propina insuperable al taxi (mal) o al uber o al cabify (mejor), da igual: siempre vas a llegar por los pelos adonde sea que llegues. Normalmente, a la hora (ver punto 2), pero por los pelos, y con las pulsaciones a mil, y con muchos negocios, contactos, teatros, cines o eventos o llámalos como quieras de la cadena de la agenda a punto de caer todos en el abismo del caos a causa de esa primera tardanza. Bueno, menos mal, por fin no ha sido tardanza. Pero has tenido que apartar de un codazo a esa familia de turistas de Calatorao que evidentemente estaba paseando contemplativa, todos del brazo y bloqueando la acera, en pleno día laborable a las 11 de la mañana, como si el mundo se hubiera parado, y no consistiera casi en su totalidad en esa última oportunidad (además de ser la primera) que te ha dado el del banco antes de quitarte la hipoteca, la casa, el ordenador, Netflix y hasta el novio. Sí, el mundo entero se ha concentrado en tu carrera hacia ese reloj a la puerta del banco, y todos en la ciudad te han hecho pasillo, pero… esos turistas caminaban despacio, despaaacio, despaaacioooooo, como su fueran turistas en zona turística, y te has visto obligado a empujarles y a soltarles una sonora interjección.
Pero dicen los de fuera: pues nosotros los de Paredes de Nava a veces tenemos que ir a Palencia capital a hacer alguna cosa, que está más o menos a la misma distancia que ese barrio de Carabanchel de la Plaza de Castilla de Madrid, y eso no nos hace ser tan atagallaos y ponernos a correr. Se les puede y se les debe contestar: y cuando vais a Palencia a «hacer algo», ese «algo» seguramente no consiste en dejarse luxar durante 50 minutos por un fisioterapeuta de Carabanchel a 12 kilómetros de atasco bajo una nevada, mientras el jefe te ha dado sólo una hora para la cosa, que hay que apretar como sea porque ese trayecto desde la Plaza de Castilla son fácil-fácil 45 minutos, y además ese mismo jefe (u otro, da lo mismo) quiere que vuelvas directamente con la propuesta redactada de la estrategia para convencer a un cliente de que doble su compra, y además que llegues ya merendado, porque vais directos a esa reunión y hoy la merienda de la mañana se adelanta, aparte de que te han llamado del colegio de los niños para decirte que uno de ellos (no te dicen cuál con seguridad) se ha tronchado una pierna y en el hospital no lo admiten porque sus papeles del seguro no están bien firmados y que si, por favor, puedes pasarte por las oficinas para arreglar eso, ya que vas de paso entre la Plaza de Castilla y Carabanchel y mientras no firmes bien el niño va a permanecer a la intemperie con la tibia expuesta a la nevada.
Sí, amigos: esa es la vida normal de un madrileño: cómo no va a empujar a los que van marcando bailecitos regionales por las aceras mientras cantan la famosa canción «pues esto no es para tanto, en el pueblo lo tenemos igual, al al al».
No acaba aquí la ilustración, pero no continúa aquí. Volveremos a aclarar extremos que sabemos que son confusos para el no iniciado en la vida de la capital. De momento, fíjate en una cosa: el madrileño corre. Sí, corre, pero, ¿por qué? En cualquier otro lugar, esa hora de permiso muy fácilmente se convierte en 2 o 3: que si la cosa está muy embotellada, que si además pasa eso otro… No se puede decir que no hay excusa. No se puede decir que no sea humano. ¿Por qué corre tanto y siempre el madrileño? Por 2.
2- El madrileño es puntual. Sí, sí, así, como lo oyes o lo lees. A lo mejor de momento no lo recuerdas, no te parece verdadero ni verosímil, pero piensa… Piensa… ¿Ya va apareciendo? ¿Qué recuerdos afloran poco a poco, como cadáveres indeseados que acaban sobreflotando en el fango del pantano? Exactamente, esos: cada vez que os visitaban unos madrileños en tu pueblo o en tu provincia y decías: quedamos para comer en casa Pepe como en un par de horas, los madrileños siempre te contestaban y siempre te han contestado: ¿un par de horas quiere decir a las 14 y 17? ¿O qué quiere decir? No tanto, les respondías; que ya nos veremos por ahí, cuando vayamos llegando… Y los madrileños siempre te han contestado: pero mejor fijemos una hora exacta; es que en función de eso me tomo el café de media mañana algo antes o algo después; y luego tengo una llamada por hacer que dejo ya fijada para una hora, porque no quiero llamar con el postre en la boca. Y tú has cortado: bueno, hombre, que no hay tantas prisas. Y los madrileños te han dicho: que no son prisas, que es saber las horas, las metas, las cuadrículas, porque tengo que organizarme.
Como diabéticos insulinodependientes. Las comidas, a sus horas exactas; y, si no, hay que llamar a urgencias. Ya hemos visto en 1 que el madrileño tiene ciertas condiciones en su vida de todos los días que, al final, le han educado. Se pueden resumir en una conciencia muy extrema de la sucesión de las cosas, de su carácter de fichas de dominó abriéndose en ramificaciones: si llego tardea ese fisioterapeuta, no sólo me cargo mi cuadrícula de mi mañana, sino que hago entrar tarde al siguiente paciente, que así se cargará su cuadrícula, la cual llevará a que otros etcétera. Eso de ¿cuándo entramos a comer en ese restaurante? y que se le responda ¡hacia las dos, o dos y cuarto o por ahí!, es probablemente lo que más madrileños ha llevado a la UCI coronaria. ¿Cómo que el cohete despega hacia la luna «hacia» las 17 horas 10 minutos? ¿Qué problema hay para fijar que despegue a las y 11 o a las y 9, y decirlo así, y cumplirlo así?
Como ves, lector, toda una neurosis. Pero cuidado, una neurosis que además de ser defensiva como todas, es además benéfica: porque no hace daño a nadie, no hace a nadie esperar muerto de hambre o de ansiedad o de espera ante restaurante o empresa o sala de juntas alguna, sino muy al contrario.
Mira por dónde, a lo mejor uno de los defectos del madrileño pudiera ser una virtud defendible.
(Continúa)