01 May Teoría del madrileño – 3
Jacob de Chamber
3, o sea tercera coordenada: el madrileño no posee el mecanismo psicológico de proyección personal en el mundo físico urbano que le rodea. Dicho de otro modo, no identifica su persona con su ciudad; o: no cree ser tan feo o tan guapo como su ciudad; o: no cree que le aprecien más o le aprecien menos por considerar más bonita o más fea su ciudad. Quizá va quedando claro. Por eso es Madrid, probablemente, una de las tres únicas ciudades del mundo, incluyendo la España periférica y por supuesto la España del hinterland (es que a menudo los autores por ahí excluyen, y a veces correctamente, estas dos zonas de eso que se llama «el mundo») en la que puedes pararte en mitad de una plaza a decir «qué feo es esto», «pues vaya birria», «pues no es para tanto, en Rarotonga tenemos diez edificios como este, y mejores», y cosas así, y no te va a pasar nada. No diremos cuáles son esas otras dos ciudades: nuestro dinero nos ha costado en viajes llegar a conocerlas y será justo, querido lector, que te lo gastes también tú, porque aquí estamos a lo que estamos y no a dispersarnos. En Madrid puedes incluso parar a cualquiera (allá tú con su cantidad de movimiento y el choque que te vas a llevar) y preguntarle: Oiga, ¿por qué su ciudad es tan fea?, y obtener como toda contestación algo así como «Anda, mira este. Déjeme pasar, que tengo prisa» (coordenada 1); o: «Y yo qué sé, llevo toda la vida preguntándomelo. Échese a un lado, que me va a hacer llegar 2,6 segundos tarde» (coordenada 2); o: «Será que es tan fea como yo, jajajaja. Hágase a un lado y vea esa fachada, más sucia todavía que mi gabardina, y además tengo prisa y no quiero llegar tarde» (coordenadas 1, 2 y 3 por el mismo precio).
Así que hasta aquí vamos cumpliendo nuestra función de ser útiles públicos, como el agua de Solares. Pero estamos en un tono solamente amable, risueño, hospitalario. Como si eso fuera todo. Si lo dejáramos ahí no seríamos tan útiles. Así que quizá hay que añadir alguna cosa.
Es muy verdad, aunque sea un tópico, que esa cosa que de momento de acuerdo que no sabemos muy bien qué es pero que para resumir llamamos «el madrileño», no es un tío hostil como sí son en general hostiles los naturales o por lo menos los habitantes de muchas otras tierras y asfaltos. Casi todo el mundo, menos los demasiado pensados, tienen la experiencia de haber recibido un comentario ácido o agrio (habrá que estudiar el umame para incorporarlo a estas sinestesias relacionales), al preguntar a un habitante del lugar extraño a uno, una dirección en tierra extraña, y al notar el habitante ese que uno manejaba un acento «no de aquí». «Usted no es de aquí, ¿verdad?», te dicen, con sus diferentes acentos, ellos sí, impunes. Hay hasta históricos arrestos militares, y algunos otros meramente policiales, repetidos y de creciente intensidad, causados sólo por esa habla seca madrileña en tierra de relajo y economía fonética; habla madrileña entendida demasiado inmediatamente como cortante, crítica, llena de guasa y (sic) retintín. Bien, pues eso es imposible que pase en Madrid. Ya decimos que sabemos que es un tópico, pero que se trata de una de esas ocasiones en que hay que conceder que alguna vez un tópico refleja la verdad: no se conoce caso alguno de arresto ni detención de forastero alguno en Madrid por causa de su acento, su canturreo o sus fonemas aspirados en el habla. Y si alguna vez se ha producido algo que lo ha parecido, se encontrará sin dificultad que el agente arrestador no era madrileño (que Madrid está atestado de ellos: quiero decir de agentes arrestadores de todas las jurisdicciones que no son madrileños).
Cuando alguien de Porriño, y probablemente forzando hasta casi lo ininteligible su acento (o más bien su canto) y muy de modo consciente como para invitar a la compasión hacia el extranjero perdido, pregunta, por ejemplo, la dirección de la plaza de Colón casi seguro a unos dos metros de la plaza de Colón, el madrileño, lejos de hacer esa pausa algo de western con mirada de abajo arriba del incauto, y lejos también de contestar con espinas fonéticas amenazantes de los peores tormentos xenófobos, simplemente (previa mirada a su reloj y oteo hacia la lejanía de los autobuses que se están acercando, y cálculo del tiempo prescindible) contestará (y aquí añadiríamos «risueño» si no se interpusiera la Observación Capital 1, vid infra) alegre: «Anda, usted es de Porriño, qué alegría oírle, mi abuela paterna era de Porriño, fuimos unas cuantas veces a verla, hay que ver qué tierra tan bonita, y eso de la lluvia, a mí es que eso de la lluvia me gusta, ¿sabe usted?, a diferencia de muchos otros de por aquí, ¿se ha fijado?, en Madrid se pone a llover y a la mitad de la gente le da como acojone, y se tapa y sale corriendo, ¡con lo agradable que es la lluvia!, y no se crea, que en Madrid llueve más de lo que dicen por ahí, fíjese, precisamente tengo aquí en el bolsillo la estadística que salió el año pasado en los periódicos, un tercio de los días del año son lluviosos en Madrid, quién lo iba a decir, ¿verdad?, con la fama esa que tiene, pero claro que no es lluvia como la de ustedes allá por Porriño, o por Vigo, íbamos mucho a Vigo cuando íbamos a Porriño, claro que como están al lado, ustedes estarán todo el día bajando, dicen bajando, ¿verdad?, a Vigo, qué suerte, vaya tierra tienen ustedes, qué bonita, que me tengo que ir, que llega mi autobús, ah, y que sí, que está usted en la plaza de Colón fíjese, dos metros más, pasa esa farola, y eso se llama ya plaza de Colón, joder, cómo se cuela la gente subiendo al autobús, tome nota, y por cierto, no deje de ir al Museo del Romanticismo, adiós» (escena real tomada del natural sólo un mes antes de escribir estas líneas).
Recapitulemos: el madrileño tiene prisa, es obsesivamente puntual, no se proyecta físicamente en su ciudad, no es xenófobo y es largón, muy, muy largón.
Pero no te creas que esto está escrito como defensa y halago del madrileño ese que andamos buscando. Aquí contemplamos y reflexionamos, que quede claro, y somos muy honraos. Así que vayamos adelantando que ciertas observaciones van a equilibrar el premio a la bondad kumbayática que algún regional de ciertas regiones kumbayescas podría sentirse inclinado a dar: hay cierto número de Observaciones Capitales que es necesario no apartar del campo visual si quieres que tu paseo por Madrid discurra sin problemas ni equívocos. Por poner un ejemplo, podríamos empezar por la
Observación Capital Primera: el madrileño no sonríe por la calle.
(Continúa)