Teoría del madrileño – 4

Jacob de Chamber

Pero no como esa antisonrisa de los moscovitas, por ejemplo, que le hace pensar a uno que están a punto de invadirle; el madrileño no sonríe por la calle más o menos porque no tiene tiempo, pero tampoco hay más cosas en su ademán que te hagan temer nada en particular. Muchas gentes de visita en la ciudad lo han denunciado desde hace décadas: qué seria va la gente de Madrid por la calle. Esto es un poco equívoco, naturalmente: la mayor parte de las personas que esas gentes habrán visto por la ciudad no son madrileñas, por supuesto. La ciudad-ciudad contiene unos tres millones, y con las ciudades de alrededor se llega a los siete millones; pero es que, de media, la ciudad la visitan al año unos 25 millones de personas. Así que es fácil hacer las probabilidades. Especialmente, claro, por el Madrid turístico, porque rara vez esos 25 millones se van de paseo por Moratalaz o por Getafe o por Tetuán. En fin, muchos lo proclaman: qué seria va la gente por la calle en Madrid; y eso incluye a los madrileños.

Pero sucede que a eso se junta el que si le preguntas una dirección a un madrileño, como hemos visto, este se va a mostrar obsequioso y dadivoso; a lo mejor no exactamente con los datos de la dirección que has pedido, y a lo mejor con historias que no son las que te interesan. Es decir, no es que esa seriedad del gesto vaya acompañada de hostilidad o de otras seriedades forzosamente (que a veces sí), sino que es simplemente el gesto que por defecto se pone cuando estás corriendo los 400 vallas, o a veces los 1.500 metros, que suelen ser los que le separan de la parada del autobús que quiere coger y la distancia a la que aprecia que el suyo, de entre los 10 o 12 que paran ahí, es justo el que está llegando, y desde luego el gesto con el que se abandona la propia cara cuando tienes el cuerpo concentrado en evitar ser atropellado por esa bandada de ciclomotores, ese cardumen de ciclistas, o esa manada de patinetes eléctricos, o desde luego esa horda de runners, que son los que desde hace no mucho tiempo han proclamado sus derechos de propiedad sobre las aceras y las calzadas de Madrid más que de ninguna otra ciudad. Ya veremos que hay más influencias en el fenómeno, pero de momento baste como primera explicación esa circunstancia: ¿tú has visto que la gente que va con prisa vaya sonriendo? Y esto nos lleva a la Observación Capital Segunda, que es sutil y retorcida como una anguila ante su yerno.

Observación Capital Segunda: antes de que te des cuenta, si paseas por Madrid vas a empezar a comportarte como un madrileño. Porque, al fin y al cabo, ¿no hemos dicho que aquí es tan madrileño el que viene como el que está? Pues eso no es vaga teoría. Es que sucede así: si a un madrileño le caracteriza la prisa, la puntualidad, la locuacidad y el gesto serio, inmediatamente tú, visitante, vas a adoptar todos esos vicios, como mínimo, durante tu estancia en la capital: y esto no es ninguna comunión mística; es que si no los adoptas no vas a sobrevivir. No te extrañes, pues, si te ves paseando por el Paseo del Prado a 70 pasos por minuto, como la legión, y encima enterándote de lo que ves, o contratando una barca del Retiro con dos medias frases y en unos 2,7 segundos. No, no te pasa nada raro. Solamente es que ha comenzado tu transformación. Y no digamos ya si te lías a vivir la vida del aborigen y, en lugar de ponerte a comprar en tiendas turísticas, te alejas a calles menos transitadas y te pones a investigar la vida real y te metes en un ultramarinos (todavía muchos se llaman así), o en una zapatería normal de barrio, o en cualquier tipo de comercio. No serás el primero al que haya que tranquilizar con V&M (valium y mimos) ante el agradable, algodonoso y cálido saludo standard del comerciante madrileño:

– Y usted ¿a qué viene aquí?

Pues como esta es una zapatería, a lo mejor vengo a afinar mi violonchelo, o puede que a recalibrar las bujías de mi coche, o quizá a sacar unos billetes de avión, no te jode, contestan muchos de entrada. Tienen bastante motivo, hay que reconocerlo: acaba de manifestarse la Observación Capital Tercera, y eso es algo muy serio.

Vivienda social madrileña de bajo nivel, para solteros, una de las 39.000 que se hicieron sobre los mismos planos en el barrio de Usera. Algunos sospechan que se financiaron con cargo a los presupuestos de la Generalidad valenciana.

Observación Capital Tercera: el borderío madrileño es único y campeón entre los borderíos del mundo en cuanto se lo propone. Y el modelo de madrileño borde es el del comerciante madrileño que observa a un visitante en su tienda y que cuando ya han transcurrido unos 3 segundos, o 3’4 si hay clima veraniego, todavía no ha pedido un artículo en concreto o, a falta de ello, ha mostrado un fajo de billetes dispuesto a volar de sus manos a las del comerciante. Digámoslo de modo más técnico: el visitante está incurriendo en el delito de relajación de su vigilancia de la Coordenada Primera, y de ahí la adopción de medidas especiales por parte del comerciante madrileño, que no por comerciante deja de ser madrileño y se ve en efecto determinado por la Coordenada mencionada: tiene prisa. Y al vulnerarse esa vigilancia de algo tan fundamental, prácticamente se está abriendo una caja de pandora. El comerciante responde intentando reconducir la situación con esa pregunta, que tiene mucho de apremio, como se ve, pero también bastante de pasmo, un pasmo que no se aminora por más que pasen generaciones y generaciones de visitantes del no-Madrid por su tienda, con esos ritmos iniciales más bien insoportablemente lentos (hasta hay una leyenda urbana que cuenta que un turista entró en una tienda sin haber cogido aire antes, y que se esperó a estar ante el mostrador para cogerlo y pedir lo suyo; pero es tan extremo que a lo mejor no hay que creérselo). Así que esa pregunta, en el fondo, no está mal, y resulta que por su lado da bastante información del personaje madrileño tal como la venimos tratando, pero en apretado paquete de contenidos: en seis palabras, te informa de su prisa, de otro par de cosas que vamos a ver algo más adelante, y además de que si en su tienda entra alguien que no viene pidiendo ya lo que quiere desde la misma acera, ¿para qué entra?

Pero, se vea como se vea, eso es un borderío. Porque hay que unirlo al canturreo habitual del habla madrileña, que ni por lo más remoto es la parodia esa de Arniches y del Género Chico zarzuelero, sino muy otra cosa. Y todo junto queda casi como un bofetón.

Pero la dolorosa experiencia nos sirve, por lo menos, para conocer una muestra parcial de esta Observación Capital Tercera, que no es tan fácil de conocer fuera de un comercio (al contrario de lo que dicen las gentes melindrosas). La verdad es que mejor librarse de conocer al madrileño en plan borde, pero algo hay que conocerlo, y mejor como espectador. Te lo aseguro. Como el madrileño, ya lo vamos viendo, va a lo suyo, y ni le importa ni probablemente se entera de que a su lado, por la acera, va un joven vestido de avestruz, o incluso puede que un avestruz verdadero, y de frente se le acerca una pandilla de amigos nudistas en plan muy publicitario, o cualquier otra cosa que por otros lugares del mundo causan sensación, o pasmo, o incluso ira, resulta que no es tan fácil sacar al madrileño borde que todo madrileño tiene en su interior.

Porque si lo sacas, ríete de las erupciones del Etna, ya verás.

(Continúa)