01 Ene Teoría del paleto 5
Teoría del paleto-5
Jacob de Chamber
Y se le ríen mucho, y sabemos, porque lo hemos visto durante décadas, que sobre todo se le ríen para evitarle a él, al Paleto, una situación de vergonzoso bochorno. Y, por supuesto, estas risas son un error, porque son un refuerzo de la conducta del Paleto.
Si estamos en condiciones de mezclar lo que llevamos visto, podremos batir como en coctelera el asunto de la aborrecida apariencia de soledad, el deseado aplauso y la ansiedad del mentir: y por esa mezcla es por lo que el Paleto no será capaz de callarse, ni siquiera de ser moderadamente razonable (dos que son prácticamente palabrotas para él: razonable, callar) cuando alguien en su presencia menciona a un famoso merecido o inmerecido, a un importante fundamentado o no fundamentado, a un simple relumbrante figurón de los últimos tiempos: ya lo saben los de alrededor que ya le conocen; incluso los que no le conocen todavía ya se lo han notado, y saben también: en cuanto puede colarlo, lo cuela: pues (el nombre del famoso) y yo estuvimos el otro día dialogando en Els quatre gats y gracias a eso luego publicó en su columna lo del presidente uzbeko. Los demás se miran, le miran, se vuelven a mirar entre ellos, durante unos segundos no saben muy bien cómo contestar o a quién adjudicarle el marrón de contestarle, principalmente porque (nombre del famoso) estuvo en esos momentos comiendo en casa de uno de los presentes, y el presidente uzbeko no era uzbeko, sino zambiano, y resulta que ese Els quatre gats no atiende a esas horas. Pero como el Paleto está ahí porque es cuñado de un cuñado de un cuñado de un primo, y nadie quiere ofender a estos, ni liarse a bofetadas con el estafador de vidas, pues de pronto, y con más velocidad de la que se pudiera haber previsto, los de alrededor ocultan su embarazo riéndose (es la risa contraria a la que emplean los complutenses y similares cuando lo que quieren ocultar es su desconocimiento de lo hablado, o de si lo que es de buen tono es sentirse abochornado o admirado por lo que acaban de oír): se ríen, sí, y no hay otra forma de decirlo, aunque nos resulte difícil a los de cierta extracción y posición: se ríen de un modo piadoso; se ríen sin sentir ganas de reír, y solamente para darse un tiempo y un punto y aparte o un cambio de página o de capítulo. Pero uno de ellos está algo harto del Paleto, que le ha estado dando la brasa toda la cena, y aun sin dejar de reír no puede evitar que se le escape: «Uzbeko no; zambiano», y todos ríen más; ahora las risas son de naturaleza mixta, pero siguen pudiendo ocultar su condición de defensa ante el bochorno, y el Paleto se agarra a ello y… ¡se suma a las risas! ¿Por qué te ríes tú?, apetece decirle, si nos estamos riendo en el fondo para protegerte. Pero él se ríe y mira a las caras de unos y de otros, buscando algo en alguna de ellas, y por fin lo encuentra, o cree que lo encuentra, y se dirige a ese en particular mientras las risas no cesan: uzbeko, zambiano, a mí qué más me da (risas), como si es de Soria, a mí qué me importa, ¿no? (más risas). Y él cree que ha conseguido la comunión (que frecuencia sospechosa de aparición de esta noción cuando se trata de paletos, ¿verdad?) con los demás, es decir, esa compañía que por defectos muy profundos de su construcción psicológica personal siempre necesita demostrar que tiene alrededor, como ya sabemos. Esas risas, de tan diferente significado en los demás y en él, son las que acaban de consolidar, como el agua que fragua un hormigón, la naturaleza paleta irreversible de este Paleto. Cree que ha sido gracioso, cree que ha impresionado, todos le niegan la verdad de que han descubierto su mentira, todos le perdonan haber mentido y haber errado, y encima todos perciben que se acaba de autoproclamar algo así como la mascota de ese grupo. A ver, (nombre del Paleto), enseña a mis cuñados cómo rebuznas.
¿Percibe alguna vez el Paleto que lo consideran tal?
No.
No seguiría siéndolo si lo percibiera. Alguien que por causas muy oscuras está comenzando el proceso de convertirse en paleto puede percibir, de pronto, lo que le está pasando. Y puede darse el caso (algo hay por nuestra memoria de contempladores que nos lo señala) de detenerse, frenar, percibirlo, no desearlo, y corregir el camino emprendido. Pero no tanto entre los rústicos que, por desgracia, han emprendido ese camino de convertirse en paletos, como, principalmente, entre los urbanos que han decidido alcanzar nuevas cotas de buen tono y aplausos entre los de su ambiente forzando para sí un proceso de apaletamiento que (no es nuevo, nunca hay nada nuevo a este respecto, todo tiene antecedentes y va por épocas y altibajos) últimamente produce buenas rentas sociales y aprobados y quizá hasta admiración entre aquellos que… aspiran a lo mismo, precisamente. Y con ello hemos llegado a ese territorio que los más perezosos nunca hubieran querido descubrir, porque es arduo de recorrer. El del proceso de apaletamiento verdaderamente pernicioso, el que supone un coñazo y un forúnculo para todos los que tienen la desgracia de haber caído por sus cercanías. Si ya vamos conociendo, como primero o quizá arquetípico, el proceso de caída desde la digna rusticidad hacia la paletería, lo que nos quedaba por ver es el proceso de caída desde un digno decoro cultural hacia esa misma paletería. ¿Hemos dicho «esa misma»? Sí, porque es la misma. Desde un extremo o desde el contrario, no se llega, en este proceso, a diferentes territorios paletos. Se llega al mismo, y en él los personajes de diferentes procedencias se dan la mano, se saludan, se admiran y se imitan.
A propósito: algún duende contemplativo-reflexivo se las ha apañado para colarnos una expresión interesante: decoro cultural. En esta web sabemos todos que más vale obedecer a los duendes, porque si no les obedeces te van a obligar a hacer lo que ellos quieren. Así que seremos sumisos y aceptaremos esa cosa que, en el fondo, es tan bonita, del decoro cultural. A lo mejor es lo contrario de paletería. Vamos a verlo.