15 Ene Teoría del paleto 6
Teoría del paleto-6
Jacob de Chamber
Sucede que hubo un tiempo, probablemente más lejano de lo que resultaría cómodo, en el que eso de ser un paleto dependía más que de otra cosa de, por ejemplo, algo tan tonto como la forma de vestir. No sé si es muy preciso esto, pero para hacernos una idea: aquello del chaquetón de pana, la boina por supuesto, a menudo un chaleco de lana basta, pantalones también de lana; cosas así. También se hacía depender eso de ser paleto o no serlo de, por ejemplo, la música que te gustara y consumieras; esto es más sutil, o simplemente más cabrón, pero quizá se puede resumir en que si a uno le gustaba (y lo decía, claro) el género de cancioncitas al que pertenecía «El conejo de la Loles», y además gruñía con desprecio (que es un tipo especial de gruñido, ya lo hablaremos en otra ocasión) ante cosas como, qué sé yo, canciones de Frank Sinatra, por supuesto el pop anglosajón empezando por los Beatles, y no digamos eso que llamaban «música clásica» (entendiendo por tal cualquier cosa que contuviera un sonido de violín, poco más o menos), entonces te estabas calificando como un paleto de premio. Había otros signos para aquella época, como algunos acentos del habla, normalmente de prolongación vocálica final de las frases y entonación hacia arriba y consonantes ahuecadas o casi ausentes, y rechazo de novedades, en general de cualquier tipo pero más intenso hacia las relacionadas con las costumbres elementales y domésticas como novedades en las comidas, en esas formas de vestir, en horarios. Como se ve, todo cosas muy elementales. Eran así los elementos que definían a alguien como paleto o como no paleto. Pero ya entonces todo esto sonaba demasiado impreciso, insatisfactorio. Principalmente, porque ya entonces había, digamos, combinaciones de elementos paletos y no paletos en una misma persona que, por otro lado, costaba demasiado terminar de calificar como paleta: ¿Miguel Delibes, autor de una de las prosas más exquisitas en lengua castellana, era un paleto por su gusto por la pana, el mundo rural y los cocidos a la antigua? ¿Jordi Pujol, expresidente del gobierno catalán, aficionado a la alpaca para sus trajes y relacionado en algunos momentos con lo más granado de la política internacional dejaba o dejó por ello, en momento alguno, de ser un paleto profundísimo?
Ahí está la cosa, amigos lectores: de nada valen las categorías se diría que asentadísimas de finales del siglo pasado, porque todo se ha entremezclado, se ha hibridado y se ha liado. No son la pana o las relaciones sociales, no son los viajes o los destinos laborales, no es gustar de esta comida o no gustar de aquella otra (ni lo era ya hace mucho tiempo) lo que define a uno como un paleto o no.
Y nos acercamos con reverencia y paso a paso a la revelación que sabemos delicada y sobrecogedora, y por eso no queremos ser veloces.
Paleto es ese que te escribe un whatsapp diciendo: «ayer se ha muerto manolo, está en el tanatorio X, yo no puedo ir porque tengo que coger un avión hacia Yakarta para conectar con el de Vanuatu». Este tiene la convicción de que los demás vamos a quedarnos impresionados con sus viajes, porque tiene la convicción de que los demás no viajamos, y mucho menos a los destinos a los que él viaja; y además carece del más elemental sentido de la oportunidad.
Eso es un paleto.
Paleto es el que te insulta durante veinte minutos llamándote paleto porque has rechazado expresamente pedir un plato de la carta que tiene trufa, y te insulta así por rechazar la trufa, que como todo el mundo sabe, y él el primero, es un manjar de dioses, eso sí, propio de personas, cómo lo diría él, eso, parisinas, y es imposible que alguien que rechaza la trufa no sea un paleto, eso te pasa por lo paleto que eres, a ver cuándo te quitas ese pelo de la dehesa, te dice. Ignorando, claro, que las trufas son propias de dehesas y bosques, y que son alimento rústico desde la más tierna infancia de la humanidad. Y, además, ese tío carece del más elemental sentido de la oportunidad, porque da la casualidad de que existe una cosa en el mundo que se llama alergia a la trufa, que resulta que tú la padeces, y él ni se ha molestado en desperdiciar un segundo en preguntar, averiguar o suponer si era esa la causa de tu rechazo, o con que simplemente hubiera sido una cuestión de gustos, o de que no te da la gana en ese momento.
Eso es un paleto.
Paleto es el que supone que te gusta cierta matraca musical caribeña puesta de moda por un grupo de cantantes matraqueros caribeños del gusto de los paletos urbanos locales con presencia en los diarios guay, y te somete y somete a tus orejas al tormento de esa matraca, y cuando tú preguntas que qué es eso, él abre de pronto el ademán, se ríe exageradamente, y procede a un ataque que nunca hubieras previsto que alguien educado y más o menos amistoso se permitiera hacerte: ¿es que me vas a decir que eres tan paleto como para no saber quién es F.H.Fitzroy-Bachatero y sus Celiacruces? ¿De verdad te has quedado en esa cueva tuya de rock y Beethoven? ¡Es que no se puede ser más paleto! ¡Asúuuuucaaar!
Eso es un paleto.
Como sabe y ve el lector, esta relación simplemente bienhumorada podría completarse con otros treinta o cuarenta mil casos e ilustraciones, que él conoce tanto como el que esto escribe. Y probablemente ya va cayendo por su cuenta en esa verdad abrumadora casi insoportable de tan simple:
Paleto es un presumido inconstante solamente preocupado por apropiarse de lo más llamativo del presente trivial para apresurarse a crear a su alrededor con ello una barrera que aleja a los demás y, con ellos, el riesgo de que mencionen algo que desconoce y lo descubra como ignorante entre los que él aspira que sean sus iguales.
Anda, qué serios nos hemos puesto de pronto. Como si esta fuera una web de filosofía. Ah, me dicen que es que lo es. Cojamos resuello, pues. Porque no debemos olvidarnos de que todo esto que llevamos visto no es otra cosa que hablar de ese decoro cultural que decíamos.