Teoría del paleto 9

Jacob de Chamber

¿Así que es ahí adonde hemos llegado? ¿A las tertulias de televisión?

No, tampoco, no es para ponerse así. Que hay tertulias muy dignas y muy apañadas, e incluso aunque no lo fueran sería cosa de respetarlas cuando tantas gentes honradas se entretienen con ellas. Informarse en ellas ya es otro asunto; pero algunas entretienen a muchos, y estos son respetables.

Otra cosa es que eso no nos libra de poder decir que esta cosa de Ser Paleto se alimenta sobremanera de cosas como esas tertulias donde toda tontería tiene su asiento. Pero eso no es culpa de los otros tertulianos que intentan hacerlo bien, por resumir. Ni mucho menos de las gentes que a lo mejor tienen esas tertulias como principal fuente de información y constructiva agitación mental, después de toda una semana limpiando escaleras, o mudanceando muebles ajenos, o en la caja del supermercado, o friendo patatas en Burger King. Pero habría que emitir una alerta pública y general al respecto, para que estos esforzados empleados enfocaran con algún nuevo matiz su cualidad de espectador de esas tertulias: míralas lo que quieras, escúchalas lo que quieras, pero cuidado con esto y con eso otro y con aquello.

Y esto, ahora que nos acercamos al final de esta contemplación, sí que nos lleva a unas consideraciones si no morales, que eso siempre acaba mal y en general a bofetadas, sí por lo menos prácticas. Una ayudita, si tal pudiera llamarse, para apoyo y guía de la vida cotidiana. Es decir,

Una Breve Exposición De Las Tres Reglas Admirables Para No Caer En La Aborrecible Condición De Paleto

Primera Regla:

Sé consciente de que cualquiera puede caer en la aborrecible condición, sin que importe ni suponga garantía alguna de defensa contra ello su origen urbano o rústico, sus estudios, sus preferencias políticas, su poderío económico o el gasto que haya hecho en coches de lujo. Quizá no se ha entendido suficientemente bien: cualquiera. Si se piensa bien, es algo que se parece a la condición de sordo, que cuando cae, en general con la edad, sobre personas abiertas, despiertas y honradas, les hace decir: «nunca diré que he oído bien si no he oído bien», o «nunca diré que he entendido algo que se me ha dicho, si no lo he entendido». Pero la vida es larga, y sobre todo cerda, y antes o después el honrado sordo se va a ver ante la bifurcación de su moral: ese empleado de zapatería, o ese notario, o más probablemente el presidente de su comunidad de vecinos, y con toda seguridad aquel profesor de matemáticas de la facultad, le van a hablar, y se diría que muy a propósito, como un tocadiscos de vinilos de los antiguos puesto a 78 revoluciones por minuto con un disco de 33, o como el repartidor de comida a domicilio por el telefonillo, o como esa cosa que a veces algunos saben sacar de sus laringes a medio camino del habla de Speedy Gonzales y de los minions. Y el honrado sordo ya le ha pedido tres veces en el transcurso de ese encuentro que repita lo que ha dicho, por favor, que no lo ha oído bien; y ya ha notado, en la tercera, que el otro comenzaba a irritarse, a mirar el reloj, y le ha parecido leer los labios (no oírlo, claro) que decían «puto sordo, me estás calentando los huevos» o algo así, de modo que ahora se plantea: si le vuelvo a decir que no he oído bien, lo mismo me atiza con esa estaca con clavo que ha sacado de la gabardina; pero me prometí un día no mentir nunca con esto… La Tentación Paleta acecha a cualquiera, sin que importe su estatus etcétera, etcétera, porque en realidad se plantea en situaciones muy similares: al quinto cargo súper alto que los de alrededor afirmen conocer como íntimo, y tú hayas negado honradamente conocer, o súper famoso de papel pinocho, o súper interesante de opinante publicado, o súper-de-lo-que-sea, todos esos de alrededor ahora se vuelven de golpe y al unísono hacia ti esperando que hombre, por Dios, a este sí lo tienes que conocer, a este por lo menos sí, no nos vas a decir que a este tampoco, si hemos bajado el listón mira cuánto, no se puede bajar más. Y tú, que miras cómo te miran, y miras y ves los garrotes como el as de bastos que alguno ya hace girar sobre su cabeza, y otros los móviles con sus pantallas con el número ya marcado de la Agencia de Cancelación Social a puntito de dar tu filiación para que pases a sus filas (las de cancelados, no las de cancelantes), pues te planteas eso, sí, desgraciadamente; te lo planteas: si ahora digo que a este tampoco lo conozco, la que me he liado, así que a lo mejor tengo que decir, por lo menos de este súper personaje, que sí que lo conozco aunque no sea verdad. Y así te habrás comportado como el Paleto.

¿Tú? ¿Tú, que siempre has evitado los tópicos de guateque político, que nunca has rehuido  la discusión si así te lo planteaban por tu honradez como de sordo honrado; tú, que tanto has perdido por mantenerte digno en tu digna condición de rústico puro o de urbanita puro, de desclasado a tu gusto y no como esos Paletos que son siempre desclasados renegados; tú, vas ahora, de golpe, tras tanta vida de honor, a caer en la aborrecible condición? No lo hagas. Cualquier cosa que pierdas (amistades, que se verá que no son tales; invitaciones, se ve ahora que para reuniones no tan interesantes; menciones en la prensa local, quizá, como asistente a una boda de postín local, por ejemplo) será poco perder en relación a lo que estás a punto de perder. ¿Recuerdas qué estas a punto de perder? No hace tanto que lo has leído; haz un esfuercito; eso es, ya has dado con ello; es lo que no hay que perder nunca: el decoro.

Pero, si te ha valido, lector, la reciente ilustración, habrás comprendido que he hablado de ti, y de mí y de cualquiera: quién no se ve alguna vez en esas. Pero hay que resistir.

Segunda Regla:

Infórmate en las fuentes siempre que puedas, y desdeña las romanzas de los tenores huecos. Nunca, bajo ningún concepto y en ninguna situación, hay que decir cosas como «Ya dijo Einstein que todo es relativo», o «Es y no es a la vez, como el gato de Schrödinger», ni por supuesto «Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho», ni «Ya dice Marx que todo es lucha de clases», ni esas otras miles de tonterías que nunca dijo ninguno de los mencionados y que con toda seguridad estás escuchando cotidianamente de boca de quien cree que así queda como dios, como un premio nobel, como un líder de la sala de sillones del casino local.

Todos comprendemos que ponerse a leer a Kant a estas alturas, sin entrenamiento previo, pues es algo duro y puede que hasta difícil; pero es que no hay más que dos alternativas:

a) si citas a Kant, es que has leído a Kant; o
b) si no has leído a Kant, no lo cites.

Y ya sabes: quien dice Kant dice El Quijote, el cuadernillo de la Teoría de la Relatividad General o cualquier libro, obra, película, entrevista o formato que sea de las cosas mencionadas. Hay pocas cosas que den más pena (qué coño pena, a lo mejor daban pena hace treinta o cuarenta años; hoy causan indignación) que presenciar cómo un orador con púlpito y micrófono suelta ingeniosidades originalísimas como «las comparaciones son odiosas», «Fulano es sin que quepa la menor duda el mejor autor de novelas de habla española» y «los españoles es que no tenemos remedio».  Hay que evitar dar pena. Eso, siempre.

Lo cual nos lleva a la siguiente y última regla.

(Continúa)