01 Dic TEORÍA DEL PIJO (3)
TEORÍA DEL PIJO (3)
Jacob de Chamber
Digámoslo claramente: las pijas de clase A, es decir las Pijas de Natural, dan la impresión de ser los seres más aburridos de la Tierra. Les siguen muy de cerca las pijas de clase B, pero puede que el aburrimiento de estas sea sólo imitado. Cualquiera que viva en cualquier ciudad medio grande conoce el fenómeno de las jóvenes que acaban de terminar su educación obligatoria, y que en el curso siguiente, de pronto, «abandonan toda esperanza» de seguir formándose y aparecen súbitamente, el primer día de clase, en la Calle Mayor o en la Calle Real o en la Avenida de España o en la calle de Serrano o en la Avenida Diagonal, normalmente del bracete de su madre, en el Día 1 de su nueva vida de paseante y compradora, viendo escaparates y señalando cosas y comentando asuntos como con la mayor de las naturalidades (siempre naturalidad): ya llevaban dos o tres años, digamos desde los 14 o algo así, deseando ese régimen de vida, necesitándolo, mereciéndolo. Por fin ha llegado, y lo disfrutan y se regodean en él. Pero unas cuantas ya no.
Es más difícil una cosa así en los pijos clase A varones. Desde luego que existen los ociosos, que se corresponden (o hacen esfuerzos por parecerse) con los antiguamente llamados calaveras, tarambanas y adjetivos parecidos. Pero si se fija uno bien, son muchos menos en relación al conjunto de los pijos naturales varones. Estos, en su inmensa mayoría, se han desviado hacia los estudios de «Empresa», que dicen, es decir, Económicas o Empresariales en cualquiera de sus formas y modalidades. Y, a propósito, allí se han encontrado desde hace ya unas décadas con la sorpresa de que muchas de sus pares, es decir, Pijas de Natural, han elegido también estudiar, y estudian y aprueban y suelen ser las mejores, además, y todo ello (adivina, lector) con una naturalidad pasmosa, como quien se saca el carnet de conducir a la primera (ellas), se hace patrón de yate como estudiando con medio ojo nada más (ellas) y mientras tanto arregla la muy complicada burocracia de la jubilación de sus padres (ellas). Pero en cuanto a los varones, incluso muchos de los tarambanas empiezan, como mínimo, estos estudios mientras ya van a «hacer horas» en las gasolineras de la familia (no es que trabajen: se personan, hablan algo, son campechanos y comparten tabaco con los empleados), o en las diversas versiones de empresas familiares que en esos ambientes suele haber: mucha conversación de importar cosas sorprendentes que van a romper el mercado, mucho «te comento que» acerca de cosas poco más que susurradas que suelen ser asociaciones con deportistas famosos para fundar algo muy actual que va a ser un éxito seguro, no te preocupes, que ya lo hablo yo con él, mañana mismo he quedado a comer, y actividades de ese estilo que suelen acabar acaparando su horario y apartándoles de esos incipientes estudios, que, total, para qué seguirlos, si aprende más con la práctica en las empresas de la familia.
Pero no nos confundamos, que nos hemos acercado demasiado a los pijos de clase B, como ahora veremos. Y no, no nos confundamos. No tienen nada que ver. Esas carreras y estudios parecidos están precisamente diseñados para y dirigidos a los pijos de clase B. Y los de clase A acuden para que los de clase B no les coman próximamente todo el terreno. Hay guerra entre ellos.
Nos importa en esta primera mirada que hay en efecto unos pijos que son, por así decirlo, los únicos verdaderamente pijos, naturalmente pijos. Inevitablemente. Y son los únicos que, en realidad, merecerían tal nombre, que además, en su caso, no sería en absoluto un insulto. Han nacido así, y van a vivir así toda su vida: como si supieran sin que nadie se lo hubiera enseñado cuándo cambiarse la americana por una de tweed fino, o dónde queda bien esa corbata de hipopótamos que en cualquier otro sería siempre hortera, o por qué en esa ocasión hay que ponerse el escote palabra de honor o, por el contrario, el balmain de manga larga.
Es un grave error suponer que pueden corregir sus modales o su forma de estar, que, por otro lado, ni es agresiva ni en realidad nos molesta: porque no existimos para ellos. Ni siquiera se equivocan con nosotros confundiéndonos con el aparca o con el camarero (cuando no lo somos). Saben sin mirar cuál es el puesto de cada uno, su función y a veces se diría que incluso su renta.
Volveremos con ellos, por supuesto. Pero ya nos hemos hecho inevitable, con la última mención, empezar con
B- LOS PIJOS POR AMBICIÓN,
que sí que se confunden, vaya si se confunden. Tienen menos ojo que una lombriz de noche para cuestiones de esas, digamos, sociales. Comenzaremos con ellos a continuación.