01 Ene Teoría del pijo (5)
Teoría del pijo (5)
Jacob de Chamber
La ambición de un pijo por ambición, que es la clase B de pijos, no es principalmente material, y hasta en muchos casos ni siquiera es material. Pero esto no es tan misterioso como parece.
Sí, muchos se matan de hambre por comprarse trajes de esa marca o coches o relojes o hasta gafas siempre que el logotipo del fabricante carero sea muy visible. Pero… ¿no es visible que mucha gente lleva cosas de buena marca y hasta de marcas caras con cierta naturalidad y discreción, sin ponértelas delante de la cara e incluso sabiendo oscurecerlas si notan que en una reunión social pueden llegar a molestar? No es la compra de marcas caras, pues, un tornasol definitivo para definir esta categoría de pijos B.
Hay otro bien que te puedes entregar, lector, a hacer la investigación de campo tan extensa como te den las fuerzas, y comprobarás que ese sí que es el verdaderamente bien del pijo B: las relaciones sociales.
Hasta ahora parecía muy facilito, ¿verdad?, con eso de las compras y los colorines y los logos. Eso casi no dice nada, de lo desparramado que está el fenómeno, porque cualquiera, incluso el menos pijo de la tierra, puede llevar un polo guay en un momento dado porque se lo ha regalado su suegra (y eso es de obligada inserción vestimentaria, claro), o una pulseraza con brillantes que le ha regalado su suegro, que viene desde las antigüedades familiares (ídem). En fin, que aunque ya iremos cogiendo práctica, aun con esta hay mucha equivocación.
Pero las relaciones sociales son la cosa.
O no exactamente las relaciones sociales, sino la narración de las relaciones sociales.
La vida de uno puede haberle llevado, por las sinuosas calles medievales del centro de su ciudad y su generación, a ser buen amigo, o amigo íntimo, o simplemente conocido de bien llevar, de ese héroe del rock local, que a su vez puede ser de los humanos normales, de los difíciles o de los de púlpito en pub y ladera de admiradores bajo él. Esta última variedad hace más difícil que si ese uno mencionado es una persona normalucha acabe trabando amistad con el héroe (la misma ladera de adoradores ejerce de barbacana); pero incluso así puede darse la oportunidad. Lo que importa es que ese uno mencionado, a continuación, tiene otras amistades o relaciones o compañeros de trabajo, y es ahí donde se va a poner de manifiesto la categoría pijal del individuo. El modo en que responda a la pregunta ¿Estuviste ayer con el héroe en el pub, que creo que sois amigos? podría hasta dar como resultado un baremo cuadriculado para situar al sujeto en la escala de esta categoría B (o en ninguna, que no hay que descartarlo). Todo esto queda algo agrario y parcial, así que podríamos ir elevándonos un poco sobre la llanura: el pijo clase B tendrá siempre una vocación material en un grado u otro, pero lo que siempre, siempre le va a caracterizar sin grados ni matices es su ambición social.
¿Y qué es esto de la ambición social del pijo de clase B? No es exactamente lo de querer «ascender» en la escalinata de las clases y acabar siendo el propietario de las acerías más grandes del país y todo eso. No es querer ser perseguido por el aeropuerto por un ejército de reporteros y salir luego en la tele a la hora de la merienda tediosa del corazón. No es, en definitiva, querer ocupar una posición más alta en la sociedad.
Es querer ocupar una posición al lado del que la ocupa más alta, o les parece a sus relaciones habituales que la ocupa más alta (aunque sea una pelagatos cuya fama se debe sólo a la sucesión de gatillazos que ha ido sembrando entre aspirantes a su vez a cantantes probablemente seguidoras de la que a menudo viene siendo la madre del gatillero, por decirlo de modo sencillito e inteligible).
Poder presentarse entre las aburridas amistades habituales para ser preguntado por lo que de verdad dijo, pero deverdaddeverdad fuera de cámara La Gran Fulana (léase si se quiere El Gran Fulano) en ese tumulto a la salida del Grandioso Estreno Una Vez Más del Añoso Espectáculo, tumulto muy expresivamente recogido por las cámaras, en uno de cuyos planos, al fondo, medio de perfil, se te ve a ti, a Ti, A TI… pues eso, queridos lectores, para el pijo de clase B es la Gloria.
Este ejemplar al principio no contestará, pero sonriente.
– Nada, nada importante, no dijo nada que no hubiera dicho antes, ya lo conocéis.
– Aaaay, pero no como tú, anda, dinos, tuvo que ser guay, ¿no?, con todo ese lío que hubo, y a ti se te veía muy bien ahí al fondo…
– Bueno, ya sabéis que me gusta ser discreto, yo siempre en un segundo plano, protegiendo, eso de figurar por figurar no es lo mío…
– Pero no te hagas de rogar, tuviste que ver cosas que no han salido en la tele.
– Bueno, si os ponéis así…
(Se reúnen a su alrededor.)
– Cuenta, cuenta.
– Ya sabéis que él (o ella) llevaba ese foulard (pañuelo) que le di yo (me encargó su manager que se lo acercara).
– Sí, claro, claro, lo vimos, ¿verdad que lo vimos todos?
– Pues os cuento.
(Se produce un sonido colectivo como de deglución o de aspiración: eso es una promesa de aventuras y secretos, de acceso eleusino a sanctasantorums insospechados: ¿tanto habrá ahí que hay que empezar con ese solemne «os cuento»?)
Este es el paraíso del pijo B. Esto sucede con el/la tonadillero/a local, pero sucede igual por lo menos, y puede que con más intensidad, cuando el sujeto es requerido de recitado sobre su relación con el Insigne Director General (actualmente CEO) de la empresa, que parece que se ha hecho con sus 17.000 empleados sólo para prestigiar su propia posición (o la de los que ocasionalmente cenan con él); o, según el entorno, el hábitat o el biotopo de que se trate, con ese que sabe, por cercanía, de cotilleos de actores/actrices de gran posición, de políticos o periodistas que no importa si son decentes o gañanes porque lo único que importa es que en cuanto abren la boca alguna emisora de tv los pone en pantalla; de altos funcionarios, de embajadores, de deportistas y… de poco más.
Así de triste es la vida de estos clase B que hasta ahora parecía llena de glamour y pasodobles.
Poco más que relaciones con poco más que actores, deportistas, políticos, periodistas. O sea, lo que sale por la tele o en las portadas de revistas de empresa o afines.
Hasta tal punto ha sido esta la modalidad de pijez B que se ha impuesto, que ha convertido la anterior, la de la presunción por las cosas (el reloj, el coche, el vestido) en algo así como un aprendizaje o una mera estación de paso hacia la que al final se ha coronado como la verdadera ambición, la verdadera presunción: conocer a conocidos.
Qué vueltas da el mundo. Empezábamos con sacar el Rolex a reflejar el sol en la muñeca, y hemos acabado puliendo el relato de cómo le dimos dos besos a Pantoja, o a Corcóstegui, o a Imanol Arias, o a Bill Gates, o, ya lo último, a Madonna.
Sacarán en cuanto puedan su pistola: si uno dice que se ha comprado el último libro de Zutano, por supuesto conocen a Zutano, son íntimos-íntimos. Si uno comenta la bonita exposición fotográfica de Perengano, resultará que la mitad de las fotos las tomó por consejo del sujeto pijo B; y así con todo. Con todo, que nunca es mucho. Cuando los pijos B son gentes de la metrópolis, recurren a primeras figuras nacionales. Cuando son lejanos a la metrópolis, suelen más bien aludir a figuras regionales o comarcales, pero con influencia en la metrópolis, o a alguno ya instalado en esta pero con más pelo de la dehesa que una bellota, que suele escribir en prensa nacional y nunca llama a Gabriel García Márquez por su nombre, sino Gabo (le tuve que advertir a Gabo; aconsejé a Gabo que escribiera sobre ello) ni a José Luis Rodríguez Zapatero por el suyo sino Pepe, ni a Concha Velasco más que Concha. Pero eso tiene poco reparto y se acaba pronto, claro.
Los pijos B suelen tener, pues, una evolución, a medida que cumplen años, y acaban tristes. Y entonces pronuncian a menudo la palabra maridar y hablan de caldos en lugar de vinos.