15 Ene Teoría del pijo (6)
Teoría del pijo (6)
Jacob de Chamber
Sí, ya nunca más dirán «vino». Ni concierto ni fiesta ni boda ni reunión ni cena ni juerga sino «evento». Ya lo hemos visto: nunca más dirán Director Gerente, y siempre dirán en su lugar CEO, sea el sujeto aludido CEO o no lo sea.
Además, a partir de esta especie de rito de edad pre-jubilación, su lengua se hará bífida; sí, se partirá en dos, una desorejadamente osada, y otra cauta, cauta, cauta, cauta como la de un progre a la salida de un cine (¿pero otra vez adelantando acontecimientos?).
El pijo clase B ya triste sentirá siempre unos accesos de rabia que son muy visibles pero que hay que estar avisados para reconocer como tales, porque pueden parecer santa ira de ciudadano consciente de lo público; han sido muchos años de tener que simular unos intereses que en realidad le daban lo mismo: por la libertad de empresa y la supresión de impuestos, contra los funcionarios y sus sueldos que nos los cobran a todos; o contra los que son simplemente empleados públicos no funcionarios cuyas empresas cobran en realidad de tasas de usuarios de modo que nada de recaer sobre los ciudadanos inocentes; o interés por la discografía del chansonnier local, cuyas melodías le resultan deprimentes y sus letras incongruentes con sus, ya lo sabemos, Rolex, pero que por eso mismo, que también hay que demostrar eso que dicen los telediarios, como se llame, eso, solidaridad con los menos favorecidos. En fin, la tragedia del pijo clase B es que casi todo en su recorrido de edad mediana es y ha sido simulación, y eso pasa su factura. Sobre todo en rabia, una rabia rara, inconstante, que les hace decir a partir de un momento: yo ya no tengo filtros. Y se sienten como legitimados para ser maleducados (seguir siendo maleducados) y no atender al decoro o al dolor ajenos…, pero eso durante una temporada. Porque en realidad ni se han hecho tan feroces ni tienen tanto que insultar a los otros. Es sólo a rachas, como en ataques, como en espasmos: vamos a animar esta cena, voy a tomarla con…a ver, a ver, con Fulano, o no, mejor con Mengano. Y eso se lo permite simplemente para compensar los años y años que lleva de simular que otro Mengano era de su gusto, simplemente porque parecía serlo del de los demás; demás que, por su parte, muy probablemente se dedicaban a cubrirlo de mierda cuando nuestro pijo B no estaba delante, pero tenían con este la atención de simular, ellos también, que ese cantante o ese cónsul o ese famosete insoportable que él decía tener como íntimo era por lo menos algo respetable para que nuestro B no se ofendiera.
De modo que cómo está la situación para el pijo B: ha recorrido mucho desde desear la mejor moto de la oficina ya a los dos meses de entrar en ella con 22 años, y comprarla, hasta ser oráculo en las Nochebuenas tumultuosas; tiene de todo, desde gemelos de oro con diferentes esculturillas hasta relojes de pared con esfera de porcelana; algún sillón chester; uno o dos BMWs y algunos con menos sentido estético hasta se hacen con un Jaguar (el coche de esa marca; es verdad: algunos también con el animal mismo); ellos se han dado a los pantalones de colores de la familia del fucsia y de la familia del cobalto, mientras ellas se han acogido al pelo garçon y a vestidos adlibs ibicencos los lunes, miércoles y viernes, e imitación de chanel los martes, jueves y sábados. Algunas dejan el domingo para sacar el loden de la abuela, incluido sombrerito, con el que por supuesto no se dejan ver en sus ambientes habituales. Ellos últimamente han ido dejando la moda cazadora esa y se peinan hacia atrás, eso sí, con el pelo muy aplastado, y esos mismos domingos (aunque algunos lo hacen otros días) se prueban una y otra vez su reciente colección de delantales de cocinero. Es que ahora se dedican a maridar, ¿no?
Ah, por supuesto: dedican el 67’3% de su tiempo a insultar a otros de pijos, precisamente. Los pijos clase B en fase de cansancio son los humanos que más insultan a otros de pijos. Quizás es que ya han conocido que a ellos se les llama, y corren a adelantarse a llamarlo a otros para ver si así…
Ay, que en esto también se parecen a los progres, insultando de fachas sin control ni fundamento para evitar que a ellos…
(¿Seguimos adelantando cosas? ¡Silencio!)
Bueno, que no les hace falta mucha excusa para insultar a otros de pijos, y lo hacen sin parar. Cuando agarran a un pijo tipo C lo tienen fácil, claro, y además parece que los C se lo buscan y normalmente hasta les da igual; pero más frecuentemente no es así y arrojan sus pedradas contra quien menos lo merece, a menudo una joven que ha conseguido su primer trabajo serio y bien pagado en una empresa a la que alguien alguna vez consideró, vaya usted a saber por qué, pija; o a otro, normalmente también joven, que ha sacado sin enchufe una oposición para un cuerpo del estado de alta cualificación; qué sé yo, la lista de insultos sin fundamento es inacabable, y siempre tiene que ver, ojo, con la calidad.
Cuando alguien, pijo o no, y normalmente no pijo, consigue algo de calidad, pero de calidad de verdad, no de la fanfarrona (como acabamos de decir, sobre todo un empleo en una empresa privada solvente o famosa o un puesto técnico difícil; pero también una vivienda, un viaje, una comida, cualquier cosa), el pijo B en fase triste correrá como un familiar de la Inquisición a denunciarlo ante conocidos y desconocidos, incluso ante los mismos denunciados, porque ya se sabe que ahora «han perdido los filtros» y no les importa ofender.
Pero ¿eso de la calidad no ha sido lo que estos pijos clase B han estado persiguiendo y en cuanto han podido han estado viviendo a lo largo de su vida pre-tristes?
No.
¿Qué tienen que decir contra la calidad?
Nada, no es que digan algo contra la calidad. Pero es que los pijos clase B nunca han perseguido la calidad. Cuando a veces la han tenido ha sido por pura casualidad, y a veces hasta molestándoles, porque lo que han perseguido y en lo que han vivido ha sido en la apariencia de calidad: de calidad de bienes materiales, de calidad de vivienda, de bienes de consumo, y, sobre todo, el lector ya lo sabe, de relaciones.
Por eso mismo, cuando se enfrenta a alguien que consigue la calidad sin haberse visto obligado a hacer los sacrificios que ellos han hecho, tiene que insultarlos. ¿Alguien consigue ese puesto técnico del estado sin esfuerzo ni sacrificio? La verdad es que no. Todos conocemos historias de enchufes e influencias, pero precisamente como excepciones. Pero esos sacrificios y esos esfuerzos son perfectamente invisibles para los pijos de clase B, porque ellos nunca se han tenido que plantear hacerlos. Ellos se han esforzado, desde luego, y han sacrificado mucho, pero en muy otro lugar de las cosas de la vida.
Y lo único que les ha importado y les ha agobiado y les ha perseguido ha sido conseguir la apariencia de calidad.
Aunque a veces esta y la calidad misma no fueran distinguibles, y por algo que pareciera ese Rolex que venimos trayendo desde hace algunas líneas hubiera que pagar lo mismo que por un Rolex. Porque a veces hay calidades que no se pueden imitar, y si quieres presumir de ellas, las tienes que sufrir. Oh, desgracia del pijo clase B. Te vas a enterar, clase B. Aunque seas B, estás condenado a ser también la muy humillante clase C del pijerío.
Ajo y agua:
C- PIJOS POR COMPARACIÓN,
que no hace falta que sean verdaderamente pijos, aunque lo son, como veremos a continuación.