Teoría del pijo (8)

Teoria del pijo (8) ¡La Ley de Chamber!

Jacob de Chamber

 

Así que Beatriz es pija: así lo han dictaminado los que dictaminan esas cosas, que son no se sabe si los pares del acusado, o sus superiores, o sus inferiores, porque nadie sabe qué significa esto. Pero sí se sabe que sucede algo con estos casos de comparaciones: que muchos de ellos se sentencian por venganza, o por envidia, o por desprecio. No por un análisis sosegado de características del sujeto examinado, entre otras cosas porque no suele haber tal examen.

Lo que hay, más bien, es ganas de llamarle pijo o pija al sujeto o a la sujeta sobre los que ahora cae tal calificación. Hay ganas, esta es la clave, previas a cualquier vista o excusa del insultado. Verás, la próxima vez que lo veamos le voy a soltar un «¡Pijo!» que se va a cagar, y eso delante de Jessica, a ver si así sigue Jessica detrás de él, verás como no, que me conozco a la tal Jessica y eso de ligar con uno al que llaman pijo ni soñarlo, porque la verdad es que para pija ella, ahora que lo pienso.

Mientras tanto, Jessica está pensando algo parecido de Manoli, quela tiene harta, y en cuanto le dé media excusa se va a enterar. Ya lo tengo, le gusta Laura Pausini, esa pija. Pija, más que pija, sólo a una pija le puede gustar Laura Pausini. Subo el volumen a una de Pausini y en cuanto empiece a moverse se lo suelto: ¡Pero si eres una pija! Yo prefiero el heavy metal francés, ¿me comprendes?

Y así sin fin: el techo de una persona es el suelo de otra, como sabemos, y todo el mundo tiene por detrás uno que le llama pijo, y por delante a otro al que llama pijo. ¿Por qué? Porque hace algo o tiene algo o muestra algo que uno no. O que muchos otros no. No forzosamente mejor, ni más caro, ni más dorado ni más ruidoso, sino raro. Bueno, o, en ocasiones, algo que alguien muy obedecible ha decretado que es de pijos: el que viste polos de Pedro del Hierro aprovechará para alejar fantasmas y temores y llamará muy rápidamente «pijo» a ese cuñado que lleva polos Lacoste. Pero el de Pedro del Hierro no sabe que en ese mismo momento está siendo calificado de pijo por un sobrino que suele vestir camisetillas de Alcampo, eso sí, con pañuelo de aspecto vagamente palestino alrededor del cuello; pañuelo de aspecto vagamente palestino que provoca que un primo suyo le califique mañana de pijo, porque quién si no un pijo se puede preocupar por esas cosas que nos pillan, digamos, más lejos que la hostia, cuando ya tenemos suficiente faena aquí con el convenio del sector a medio cocinar, y nos ha pedido el delegado Manolo que nos dediquemos a ello; ¿cómo que Manolo? Pero ¿Manolo no es ese que se ha cambiado tres veces de carnet, ese que lleva un Toyota, sí, hombre, ese que va siempre de Pedro del Hierro? Y el círculo del vicio, o del placer, vuelve a empezar.

Probablemente esta categoría C de Pijos por Comparación es la más idiota de todas, porque, como hemos dicho desde el principio, nadie lo es por nada en particular que haga o que sea él, sino que entran en esta categoría solamente porque otros así lo deciden. Y, además, con la particularidad de que todos somos pijos por comparación. O sea que sí, bastante idiota. Pero inevitable en un tratado como el presente, porque es la condición primera, la más frecuentada y la más esgrimida, y la que más pijos da a la Nómina Mundial de Pijos, porque, como vemos, resulta que coincide con el censo de población.

En fin, hay que reconocer cómo son las cosas aunque duelan, y, como mucho, a lo mejor reconocer que esta comparación lleva a injusticias, porque hay que tener cuidado: en según qué ambientes eso de que te llame pijo según quién puede ser determinante para tu suerte futura o inmediata, y te hace caer en el ostracismo o directamente en la condena violenta de los demás. Y nada de eso se lo merece Beatriz, que se compra esas adidas porque en realidad todo el mundo las lleva, y no digamos los líderes sindicales (para estos hasta las importan expresamente), y su trabajillo a 20 euros la jornada reponiendo género en un súper no coincide demasiado, ¿verdad?, con lo que cualquiera intuitivamente puede afirmar que es propio de un pijo. Aunque todo esto da igual, como hemos visto, puede ser útil no sumarse demasiado rápidamente a la condena demasiado rápida de cualquiera de las o los beatrices que hay por ahí, porque, para empezar, suele ser proferida por alguien que con esa acusación sólo quiere tapar la que se pudiera hacer sobre él; y además, y por encima de todo, porque lleva a pensar que la beatriz de que se trate es un espécimen parecido a cualquier pijo de natural o incluso a un pijo por ambición, cuando en realidad se está utilizando la palabra pijo con otro sentido, pero eso no importa al acusador. A menudo, con esta acusación de pijo, que se lanza sólo por comparar al acusado en alguno de sus detalles con el acusador o con lo que el acusador cree que es el mundo de los no pijos, se está queriendo decir algo parecido a «presumido», y a veces simplemente «frívolo», y a veces simplemente «inoportuno»; pero se dice y se oye «pijo», y uno piensa automáticamente en que esa reponedora de súper debe de ser una espía de Alemania del Este, si es que este engendro sigue existiendo, que tiene esa cosa de reponedora como tapadera, porque la acaban de acusar, ¡y con una convicción irrebatible!, de ser lo mismo que Tamara Falcó o Alfonso Ussía o Jaime de Marichalar o Cristina de Borbón y Grecia. Y habría que ver qué haría cualquiera de estos con un palé de Aceites La Española ante una estantería. Beatriz sabe qué hacer.

¿Ha quedado claro? si nos ponemos a comparar, todos tenemos un detalle, un objeto, un comportamiento, un acento, una barra de labios, unas gafas, un peinado o un gusto musical por el cual otro u otros nos van a calificar muy seriamente de pijos.

 

LA LEY DE CHAMBER

Es el momento de enunciar la Ley De Chamber:

Ninguna persona se libra de ser considerada pija por otras.

Ya está.

Afrontamos, pues, el último capítulo de este estudio con muchas cosas muy bien aprendidas, y un camino sólidamente recorrido hasta esta Ley, de modo que podemos comprender ese fenómeno definitivo, casi sobrenatural de puro despreocupado, que es la clase

 

D- El pijo por elección

 

que trataremos como se merece (entre otras cosas, brevemente) en la siguiente y última entrega de este tratado.