23 Oct Teoría del pijo
TEORÍA DEL PIJO
Jacob de Chamber
Quién nos hubiera dicho hace tantos años que en la ya madura democracia española iban a pasar ciertas cosas que se descartaban como propias de las infancias. No cabe aquí una relación apretada de estos fenómenos, que en todo caso incluye apariciones de la virgen, el trotskismo, las lágrimas en público de políticos, la censura, y yo qué sé, tantas y tantas que adornan nuestros días con alegrías y hasta con penas; que será cosa de ir poco a poco recorriéndolas en esta sección. Pero de entre todas vamos a ocuparnos en primer lugar de lo más raro, lo menos previsible (hace cuarenta años), casi lo exótico. Una palabra esgrimida como florete ya allá por los sesenta, y mucho más por los setenta, que relevaba a expresiones como «pollo pera» (arcaísmo paleozoico), «niño bien» (sólo paleolítico) o «niño de serrano» (local y achelense): el pijo. Allá por entonces, sea cual sea ese entonces, un «pijo», se decía, forzosamente empezaba a serlo por su ropa: vaqueros Levis, zapatos Castellanos o Sebago, polo Lacoste o Fred Perry, jersey Shetland o cosa parecida. A partir de eso, había una colección de condiciones: diversiones peculiares y en general caras, lugares de veraneo o de inverneo, unos ciertos centros de estudio y no otros, y muy pronto ciertas marcas de coche o de moto, una lista de bares de forzosa asistencia y otros tabú…
Pero hoy las cosas no son así y, sin embargo… ¡hay pijos! Claro que el personal se hace un lío y, con un tropezón parecido al que sufre el uso del término «facha», se ha empezado a llamar «pijo» a todo cristo, en cualquier ocasión y con cualquier excusa. Y esto en España y hoy es bastante incómodo, porque ya se sabe lo que pasa: puedes estar recitando la tabla del 9, que como un interlocutor te suelte «¡Pijo!», a partir de ahí nadie te va a creer ni que 9 por 7 son 63 ni que (lo que es más grave) 9 por 9 son 81.
Hay que aclarar todo este lío. Hay un servicio urgente que realizar a la sociedad. Lo vamos a hacer desde aquí, exponiendo a partir de este número la primera
TEORÍA DEL PIJO
que se ha escrito, de la cual, por razones de espacio y de intriga, vamos a exponer en esta primera entrega solamente el esquema inicial:
Clases de pijos
Hay 4 clases de pijos:
- A-Los pijos de natural
- B-Los pijos por ambición
- C-Los pijos por comparación
- D-Los pijos parciales o de elección
Y mucho ojo, queridos filósofos, porque esto os toca más de lo que muchos pudieran pensar. A lo mejor no sabéis que los que se dedican a la filosofía suelen estar entre los más frecuentemente considerados pijos. ¿No dijo nosequién del gremio de hace mucho, mucho tiempo, que lo primero para dedicarse a la filosofía era no tener que dedicarse a otra cosa? Desengáñate, lector: con toda seguridad, hay alguien que te considera pijo.
Quizá debamos preguntarnos, antes de comprender las clases de pijos, por qué ha vuelto tan intensamente la preocupación por ser o no ser pijo, y sobre todo porque lo sean los demás. Lo cierto es que se parece algo a esa euforia colectiva desatada acerca del insulto «facha», que analizaremos en otra ocasión: en primer lugar, insultar a alguien de ello es ganar alguna distancia respecto de la posibilidad de que te lo llamen a ti; en segundo lugar, te da sentido de pertenencia, por lo menos en el grupo físico de los que en ese momento te rodean (¿os habéis fijado que sólo se insulta de «facha» o de «pijo» cuando hay público, y nunca nadie ha informado de que se lo hayan llamado en una conversación entre dos?), porque en cuanto llamas «facha» o «pijo» a alguien, los de alrededor, que no saben nada de lo que está ocurriendo, se van a sumar de golpe al insulterío: «Eso, facha, abajo los fachas», «Ya estamos hartos de pijos», etcétera. En tercer lugar, y probablemente lo más importante, otorga al insultador automático estatuto de no-pijo, y esto es mucho más productivo de lo que parece a primera vista.
Porque ya hace más de una y más de dos décadas que nació, y por el camino se ha desarrollado, esa que algunos llamaron «la sociedad de la queja», que es donde se apoya todo esto. Si uno es un pre-lumpen «de barrio periférico», ya tiene mucho ganado (y si no lo es, ya se ocupará de parecerlo): como si no fueran periféricos los barrios de Vallvidrera, de La Moraleja o de Neguri, en la tele autonómica siempre tendrá las de ganar el que se presente como «de los barrios, no del centro» (sí, además se comen lo de que en el centro también hay barrios). Y de eso, que es lo más esquemático, hacia arriba: el que no llora no mama, como ya se sabe, es decir, el que no se indigna no obtiene pasta o especies, el que no muestra su pobreza o su opresión o su agravio comparativo casi no va a tener ni existencia. Imagínese un reportero de la tele por la calle que para a un viandante: Buenas, cómo le va; pues la verdad es que bien, gracias; y dígame, qué anda estropeado por su vida o por su barrio; pues la verdad es que nada, está todo en su sitio, quizá este nudillo del meñique que, con la artritis a veces me chirría; aaah, un nudillo, que está siendo desatendido por las autoridades sanitarias, seguramente; pues no, todo lo contrario, precisamente vengo del ambulatorio, donde no he esperado ni dos minutos, y me han recetado lo mejor, a coste cero… Y así, el reportero tiene sólo dos salidas: o se suicida en directo (antes de que su jefe en la redacción le crucifique) o se vuelve a cámara y explica: señores, es que hemos dado con un pijo.
Porque esa es la cuestión: o tienes algo de que quejarte (o mejor si tienes cómo quejarte de todo lo posible), o eres un pijo. Y ardiendo por debajo del suelo de la turbera, invisible pero calentándolo todo, yace la convicción de que el que no tiene ahora mismo algo de qué quejarse es porque oprime a alguien, es idiota, no se entera de las cosas y es un frívolo: un pijo.
Otros niveles, progresivamente estrastoféricos, se alcanzan cuando alguien pronuncia su preferencia por el solomillo de vacuno antes que por el bofe, las conservas sin caducar a las caducadas, la fruta jugosa antes que la seca, la ropa de calidad antes que la de mala calidad… o incluso cuando consigue un trabajo (¡un trabajo!) en una empresa famosa por su calidad antes que por unos portes de polígono industrial con pago en B, o en un colegio que resulta ser de prestigio y no en una academia renqueante,… y hasta el infinito: pijos, todos pijos menos yo.
Nadie admite que es pijo, claro, porque a estas alturas se ha comprobado lo peligroso de serlo: en cualquier conversación, en cualquier ambiente, el que lo admita es inmediatamente «cancelado», como se dice en la actualidad. Como si hubiera admitido ser un pederasta o un asesino. Nadie le hablará ni le escuchará ni le dará trabajo.
Pero todo el mundo está todo el tiempo llamando pijo a otro. A veces da la impresión de que cuanto más pijo es alguien, más intensa y frecuentemente llama pijo a alguien, y hasta parece que más llamarán pijo a quien menos lo es. Hay que poner orden en todo eso.
Así que comenzamos por la primera de las categorías,
A- LOS PIJOS DE NATURAL,
Que, por razones de espacio y tiempo, comenzaremos a desarrollar en la siguiente entrega.