Teoría del progre (3)

Teoría del progre (3)

Jacob de Chamber

 

¿Moral y buenas costumbres? ¿Hemos oído eso? ¿Pero no estábamos trabajando la idea, precisamente, que se supone opuesta al personaje conservador de misa diaria y expresión contenida, alabanza de aldea, coquilla cuaresmal todo el año, paseo y colada los sábados, y domingos de sermón y quiniela?

No. ¿Alguien lo había pensado? ¡Qué despiste!

Hay:

  • 1 – un progre que lo fue y ya no lo es;
  • 2 – un progre que no lo fue pero lo es ahora;
  • 3 – un progre que no sabe que lo es; y
  • 4 – un progre que no lo es pero quiere serlo.

Y ninguno de ellos es el personaje opuesto a ese funcionario Torquemada galdosiano, o marido esmirriado de Mingote que todos se imaginan que es el carca, salvo en los casos de carcundia guerrera venida arriba entre correajes y llamadas a la acción: correajes y llamadas que los hay también en el mundo progre, ¡vaya si los hay, y en más cantidad!, y no digamos esmirriados y funcionarios. Así que ya estamos como siempre, ¿no? Fastidiando los bonitos esquemas que traíamos hasta ahora y nos venían tan bien para tener claro de quién reírnos y a quién respetar. A ver, progres, ¿me vais a decir que nunca habéis tenido el problema de que otros progres que os desconocían os tomaran por carcas, y no habéis tenido la oportunidad de aclarar las cosas con ellos porque se iban del local entre risas y miradas de desprecio hacia vuestra persona, sólo por manifestar imprudentemente cualquiera de las mil cosas que es imprudente manifestar en el mundo progre si no quieres que te tomen por carca?

Ahí está la yema: moral y buenas costumbres.

El mundo progre, como ya hemos estudiado, viene desde la lejanía tardofranquista. Aunque esto no es demasiado exacto, porque existe también, por ejemplo, y con una intensidad deslumbrante, en Francia y en Italia y en Alemania y en casi todos los países, y allí de tardofranquismo poco. Este es otro asunto de enorme interés sobre el que caeremos con nuestras garras en la era posterior a esta: cuántas cosas del tardofranquismo achacamos al tardofranquismo cuando, en realidad, no eran ni fueron propias de este tardofranquismo, sino de esa extraña época de los 70, fuera cual fuera el país. ¿A que anuncia escozores? La cuenta que la pague Gramsci.

Pero sigamos a lo nuestro. Aquí podemos denominar esa época como tardofranquismo. Es de entonces desde donde llega hasta hoy el grueso del andamiaje del mundo progre, que lo cierto es que no ha variado demasiado por más que hayan pasado ya casi cincuenta años. ¡Y con lo que ha cambiado el mundo! Claro que algunos no lo han notado. O algunos otros sí lo han notado (lo que ha cambiado), pero les incomoda tanto tener que dejar atrás su infancia de aquel entonces que por eso insisten en que estamos igual. Pero no.

De aquel tardofranquismo se han traído hasta hoy, en el mundo progre, juicios, conductas, valores, libros, películas, y hasta risas y llantos en cantidad tal y de tantas variedades que es imposible hacer su relación detallada. Pero estamos aquí precisamente para hacer lo más posible, que si no puede ser la lista de todo ello, quizá sí una especie de índice.

El mundo progre es una caravana nómada que va buscando a lo largo de los años y las décadas un territorio donde establecerse para ejercer el poder y demostrarse a sí mismo que sus sueños no son ilusiones, haciendo que la realidad, a su pesar, se transforme según los sueños. En esos carromatos de su trashumancia acarrea gentes y olores, sonidos y músicas, pero sobre todo juicios estéticos, de valor, con lo que estos tienen en el fondo de éticos, pero atentos más que a otra cosa a que la expresión de los mismos se ajuste a lo tolerable, lo decente y lo cabal. Si tus modales no son esos, no entrarás en la caravana. Si lo que dices lo dices con formas heterodoxas aunque el contenido sea decente y cabal, no entrarás.

Claro que, ¿para qué querrías entrar?

Hay respuesta para ello, por supuesto: en ciertos momentos y lugares la caravana progre ha conseguido el poder, aunque luego se ha visto que siempre eventual, para dictar normas y sentencias, libertad y prisión, compras o desprecios, y, por ejemplo en aquella universidad tardofranquista (y en la actual, que nadie se engañe), nada menos que aprobados y suspensos. Sí, amigos, en medida similar en la que había tantos figurones de levita y reacción, había santones (y sobre todo sus diáconos) con poder sobre las actas de examen, y bien que lo ejercían. Era necesario, pues, acercarse a ellos, aprender por lo menos sus formas y formalidades, ciertas claves léxicas y hasta sintácticas si querías algo de ellos: por ejemplo, el aprobado en la asignatura que tenían copada.

Pero es verdad que, fuera de ocasiones así, ¿para qué querría alguien entrar en la caravana progre? Porque lo cierto es que era (y es) costoso de narices. La cantidad de cosas que hay que aprender y con las que hay que cumplir, como decimos, hace imposible ser el Perfecto Progre. Y obliga a agruparlas por brochazos para hacerse una idea:

– Nunca dirás lo que opinas de obra intelectual o cultural o incluso científica alguna antes de que el Sanedrín nacional, o en su defecto el local, o en su defecto el momentáneo (el más chulo de la cuadrilla) se haya pronunciado. Las probabilidades de que se te haya pasado, aaaarrrrg, ese matiz con que el autor expresa su desacuerdo con alguna obra de los del Sanedrín o como mínimo del Santoral Remoto (ese que se trae desde hace cincuenta años) son casi el 100%, y eso te obliga a tener la boca cerrada hasta que las cosas estén claras. Y aun entonces. Que muchas veces los del Sanedrín, o etcétera, se divierten tendiendo celadas.

– Siempre, por el contrario, te adelantarás a expresar una opinión, favorable o desfavorable, sobre los asuntos más o menos públicos y generales sobre los que el mundo progre ya ha  emitido su imprimatur. Y corre a hacerlo, que se te vea con iniciativa y empuje. Pero no dejes de mirar por el rabillo del ojo al comisario (en forma de chulo, gurú, o lo que sea que tengas) por si tienes que transformar un mucho en un muchísimo o un desagradable en un inaceptable, pongamos.

– Conoce como la palma de tu mano la historia, los personajes y las obras de aquella Movida Madrileña de los años 80, pero, ¡cuidado!, no para alabarla, sino para denostarla, dejando a salvo con torsión de tu nervio ciático mental a ciertos personajes principales de la misma. Y eso de las disonancias cognitivas lo dejas para otros días. Es que esto de la Movida Madrileña de los 80 le importa mucho a la caravana actual: en aquel entonces le importó, pero muy como enemigo; luego, algunos de sus capitanes componen el Sanedrín de hoy, y de ahí el lío, en el que entraremos más adelante.

– Cine, mucho cine, a ser posible húngaro, búlgaro y desde luego el francés de los 60 que imitaba al cine húngaro o al búlgaro. Con los cuidaditos de siempre: Resnais y Semprún: sí, más o menos, pero olvida que el guionista era Semprún, en plan ese «la persona de la que usted me habla», porque no olvidemos que el progre del pasado no es forzosamente el progre de hoy, y Semprún (recordad: guionista de varias de Resnais y hasta de Costa-Gavras) acabó siendo nada menos que ministro con Felipe González. Así que sí, cine de este tipo, a ser posible de memoria, pero con las precauciones necesarias.

– Por último, ni se te ocurra informarte de cuestiones científicas, literarias o filosóficas antes de opinar. Ecología, inmigración, orden público, energías, urbanismo, alimentación, farmacéuticas, industria, todo, todo, todo tiene en sí un valor que no necesita de la razón del sujeto para ser decidido. Qué leche: a quién se le ocurre aplicar procesos racionales al conocimiento de las consecuencias positivas o negativas de un procedimiento científico, por ejemplo. ¡Eso de la razón es una cosa de Aristóteles, de Ortega y Gasset, de Kant o de uno de esos tíos! Y, a ver: ¿acaso ellos oían a Sabina?