Teoría del progre (4)

Teoría del progre (4)

Jacob de Chamber

 

Así que no tomarás el nombre de tus dioses en vano, claro, pero sobre todo hablarás mal de la Ilustración, de todos esos que no oían a Sabina ni a Urko ni a Jacques Brel, siempre que proceda, y aunque no proceda, y con más intensidad cuanto menos sepas de ella. ¡Tus mayores (de progresidad) ya lo hacen! ¡Qué mejor motivo! Esto nos proporciona una segunda condición (recordarás que hubo una primera: «progre es todo aquel que…»), de esas que se nos van superponiendo a las cuatro modalidades.

Segunda condición:

 

2- Para ser considerado progre, además, te tienes que comprometer a hablar despectivamente de la Ilustración por lo menos una vez a la semana.

 

Porque hay pocas cosas más a las que te puedes agarrar. Incluso esa es bastante arriesgada, porque seguro que antes o después el gurú (o quien sea, ya sabes) ha encontrado una falta en el expediente oculto, o renovado, o inventado, de ese Sabina, y el que era de regocijo y disfrute obligado pasa a ser cancelado.

¿Lo hemos dicho? ¿Hemos sacado ya eso de cancelar? Qué pronto. Ya suponía yo que acabaría saliendo, pero mucho más tarde. En fin, ya que está aquí: sí, eso de cancelar es un invento progre y una de las conductas, o propuestas, o ideas, o peticiones que más fina y dibujadamente distingue a un progre.

Digamos que ahora nos podríamos ir de excursión por Gramsci, y hablar de hegemonías culturales o expresiones parecidas. Hasta sus traductores, comentaristas, hagiógrafos y plagiaros discrepan entre ellos acerca de cómo denominar todo eso, aparte de discrepar por supuesto en todo lo demás, como se diría que es de ley tratándose Gramsci de uno de los iconos más icónicos (en realidad no: por decirlo con más propiedad, es un santo de los más santos) del santoral marxista, para algunos además leninista (para otros no, por supuesto; para otros más sólo es parcialmente leninizable), comunista, y encima luego postcomunista, casi también simplemente postmoderno pero progresista y por último, ya lo tenemos, progre pero progre de verdad: progre de esos progres que no oyen ni siquiera a Sabina sino exclusivamente discos de canciones populares de los partisanos italianos de esta o aquella ocasión histórica, porque eso ya no importa tanto mientras sean partisanos italianos. Progre de esos progres que van siempre con dos carpetas y tres libros bajo el sobaco, y hasta saben aplaudir al orador de una inauguración callejera cuando esta es progre y sin soltar esas carpetas y esos libros.

Porque hasta ahora hemos tocado con el canto de la mano al señor Gramsci, y no le hemos dirigido la mirada; pero sí, hemos estado en contacto con él cuando hablamos de cine a ser posible búlgaro o francés cuasi búlgaro, y cuando hablamos de músicas de todas esas cosas. La hegemonía cultural, si nos permite El escindido Frente Popular de Judea (Progre Renovado) utilizar esta expresión en lugar de la favorita del Partido del Pueblo Original Judaico (Progre Auténtico), que es la de entrismo cultural (aquí se lían un poco con Trotski, pero ya se sabe: al final todos a escribir cien veces con la ortografía correcta). Y si con esto, lector, ya te hemos asustado lo suficiente, que sepas que ya está, no vamos a seguir por ahí ni por todos esos pesados y aburridísimos caminos que ya son de pedernal de tan pisados que están. No más Gramsci, pero cuidadito, progres de la primera y de la cuarta categoría, que como os pongáis plastas os suelto un par de miles de páginas del italiano para que las copiéis.

Y las anteriores consideraciones y estas últimas advertencias nos llevan, por supuesto, a entrar por fin en harina, y considerar más de cerca, por si acaso te vieras reflejado y encontraras algún consuelo, la primera categoría:

 

1- El progre que lo fue y ya no lo es.

¿Hay algo más triste, lector, que un matrimonio sesentón ya con barriguitas, pelo cano, rodillas doloridas y cuello un poco rígido, presbicia y algo de sordera, que no se quita la boina negra ladeada con estrellita roja al frente ni cuando uno de ellos se cae en el paso de cebra para romperse un fémur, y aun en esa situación sólo se preocupa el caído de los papeles desparramados de su carpeta, que contienen las primeras 800 páginas de la novela definitiva que va a describir como ninguna otra los oscuros tiempos de una juventud vivida durante el franquismo (sólo es el primer capítulo, pero ahí está el germen)?

Eso no es propio de esta primera categoría de progres: es propio de las cuatro. Lo que caracteriza a esta primera categoría es que lo que hay escrito en esa Definitiva Novela es la explicación de cómo su autor fue pasando de condenar a todos los fuegos del infierno todo lo que no fuera la sanidad pública a hacerse de Asisa; y todo lo que no fuera la escuela pública, laica y republicana a recomendar para sus nietos un pequeño colegio privado muy bien llevado que está cerca del barrio y tiene buena fama de que enseñan; y cómo fue cambiando su autor de repugnarle, rechazar, odiar a la Guardia Civil a considerarla hoy lo único de lo que te puedes fiar en España.

Es que, imaginémoslo, es muy duro, muy duro haber gritado por las calles cercanas a la universidad aquel ¡Di-solu-ción (pausa) Decuer-posrepre-sivos (pausa)!, y no tantos años después haber presenciado cómo uno de esos cuerpos sacaba de debajo del coche a tus propias hijas casi ilesas cuando aquel miserable borracho empotró su deportivo contra el utilitario con el que estas hijas, empezando ya a ser mayorcitas, se habían ido juntas a Ikea para comprarte una lámpara; o cuando aquella evacuación por incendio veraniego de la costa de Vera, Almería, dejando todos los apartamentos quién sabía si en manos de los saqueadores, pero con la Guardia Civil patrullando y todo al final yendo como la seda. Es muy duro, es mucho más que duro haber pensado durante tus primeros 20 o 25 años que la pobreza quedaría abolida sólo con que el gobierno la aboliera, y luego, andando los años y los ascensos, llegar al gobierno o llegar un amigote o líder tuyo, y comprobar que no, que la pobreza no se arregla aboliéndola (y entonces todos esos monstruos de maldad que habías insultado por no abolirla tenían que dejar de ser considerados monstruos de maldad). ¿Y lo de poner en alquiler el pisito de dos habitaciones que te dejaron tus padres en el pueblo, cuando siempre habías echado pestes de los rentistas (pero eso te había metido en un lío de los más gordos: si los alquileres eran malos porque eran malos los propietarios, entonces no tendría que haber alquileres, o sea que todo el mundo tendría que ser propietario)? Irresoluble. Ya empezaba el gusano de la realidad a comerse la teoría…

Y veremos que cada categoría de progres tiene una novela distinta escrita ahí, y eso es principalmente lo que las caracteriza, y lo que de esa escritura se deduce.

Posemos lo leído.