15 May Teoría del progre (5)
Teoría del progre-5
Jacob de Chamber
Sorpresas te da la vida y eso, sí. Y si ha salido tanto a nuestro escenario ese Gramsci ha sido precisamente porque es, o quizá ya sólo era, la última oportunidad de ese marxismo práctico-militante de hacerse con el poder siempre soñado: esa cosa de «por la cultura hacia el presupuesto del Estado», que viene a ser un «por el Imperio hacia Dios» pero como más blandito (en realidad no). Y es, probablemente, lo que dibuja de verdad mejor que ninguna otra referencia la silueta de eso que se llama hoy ser progre: la cosa cultural y afines, o sucedáneos, y la versión artística, o para-artística, y la compulsión de opinar sin parar de todo menos de los asuntos directamente políticos. A lo mejor esa desviación hacia lo no político de la izquierda europea (así, dicho desde cierta altura y con foco largo) va a deberse a que las que esa izquierda quería que fueran acciones políticas ya no tienen espacio en la política: hay que ser muy cazurro o muy beodo para reivindicar hoy «un sistema escolar público», o «una sanidad pública que se abra a todos», y no digamos eso de que «el obrero tenga suficientes días de descanso a la semana», o «alcance la libertad para organizarse en sus propios sindicatos». Habrá que perfeccionar el sistema escolar (además, el actual está gangrenado hasta tal punto que merecería una sustitución, no un perfeccionamiento), desde luego la sanidad pública merece constante retoque y mejora, y así sucesivamente: pero eso es precisamente porque su existencia es un objetivo cumplido, así que… ¿qué le queda a la izquierda por hacer? En realidad, programas de izquierda de izquierda, programas de verdad de izquierda… no se ven. Pero es que ya se nos ha acostumbrado, tras algunas décadas, a considerar que es «de izquierdas» no derrochar agua del grifo, oponerse a la energía nuclear, comprar antes hortalizas cultivadas a 1 kilómetro que traídas al supermercado desde lejanas (y probablemente infieles) tierras… es decir: ese sucedáneo de gramscianismo que de la cosa cultural se amplía a la cosa, digamos, socio-eco-anticiencia.
Eso es el mundo progre.
¿Y por qué aquí, y por qué ahora haberse metido a este sobrehumano esfuerzo, cuando estábamos hablando de ese pobre «progre que lo fue y ya no lo es»?
Precisamente porque esa desviación y apartamiento de la política hacia causas más o menos de «feria solidaria cultur-eco-reciclable» es el motivo profundo de que ese antiguo progre haya ido dejando de serlo.
Si el talludito ex-progre no ve mal alguno en que los de dos provincias más allá vivan de traer a su ciudad las lechugas que cultivan, ¿por qué va a tener que obedecer la consigna que le impone comprar sólo «de proximidad»? ¿O esa doctora en Físicas que por más que la aprieten y la aprieten no puede llegar a admitir, porque ella sabe, que la energía nuclear sea esa cosa de comic sucio y satánico que le pintan (herencia de las propagandas de 15 años antes del fin de la Guerra Fría)? Supongamos que el/la talludito/a de nuestro modelo fueron ya lectores de periódicos desde los años sesenta, o que en su familia había aficiones culturales, y que para él es, como para otros La Bola de Cristal o Jardilín, recuerdo infantil indeleble (y ojo, también juvenil, y ya hablaremos de todavía más) el nombre de Antonio Buero Vallejo, yo qué sé, de Juan Antonio Bardem, de Millares o Mampaso o del resto de los pintores del grupo El Paso, o de Antonio Saura o su hermano Carlos, o de Berlanga o de Maruja Asquerino o de Nieves Conde, y además está familiarizado desde pequeño con los apellidos Torrente Ballester, Aldecoa, Martín Gaite, o de decenas de arquitectos o de ingenieros o de científicos… pero un día, algo después de 1975, va un listo y le obliga a admitir, como parte consustancial a saberse y decirse de izquierdas, que aquello del franquismo fue «un yermo cultural»; y que por un momento intentó y dijo «Hombre, yo creo que una cosa es la propaganda y otra es pasarse con estas cosas que desprecian a decenas de…», y fue cortado como por silbato de árbitro de fútbol: «¿No te estarás pasando tú a…?» Y claro, qué puede salir de ahí sino el ir quitándose paso a paso de progre, y tramo a tramo incluso de izquierdas, cuando las izquierdas deciden que ellas son eso y no otra cosa.
Es a lo mejor lamentable, así que el que quiera que llore, pero ni durante el lagrimeo hay que olvidar que la condición «1: El que fue progre y ya no lo es» es inseparable de dos circunstancias: a) el que ya no lo es, no lo es no porque quiera no serlo, sino porque las filas progres fueron copadas en sus puestos de dirección por aquellos que (no era nueva la cosa, siempre fue así, sólo que con contenidos diferentes) cambiaron el contenido de ese ser progre, y, a poco que ese que estaba siendo progre fuera, además de progre, decente, o intelectualmente consistente en alguna medida, o a lo mejor simplemente honrado, pues tuvo que sentirse expulsado cuando le vinieron con historias y con lo que no puede llamarse de otro modo que mentiras; y b) en realidad ese «ya no lo es» no es del todo exacto, porque lo sigue siendo tal como lo fue, pero lo que pasa es que hoy no se le reconoce que eso que es (y que fue) sea hoy ser progre. A lo mejor le sigue gustando Brassens, pero eso no le vale de nada ante unos sanedrines de lo progre de la actualidad, compuestos sobre todo por personajes que ni siquiera saben quién fue Brassens.
Sí, podemos decir desde fuera: pero qué pena (los telefilms obligan hoy a decir: «qué patético») que esa persona siga apegada a ese petardo de Brassens; pero oye, que para gustos hay colores y tal. A lo mejor ese o esa «progre que lo fue y ya no lo es» se pega una vez al año un maratón de películas de la que otros progres en su día llamaron «la Escuela de Barcelona», culminando con Tuset Street, y ni les salen urticarias; pero, ¿sabéis lo que pasa? Que un día, hace no mucho (unos 15 o 20 años) por causas que no procede enumerar aquí, vieron por fin Vente a Alemania, Pepe, o Españolas en París, o incluso No desearás al vecino del quinto, y tardaron dos semanas en salir del shock producido por haber descubierto que toda la vida habían estado pensando que esas películas eran lo contrario de lo que en realidad son, y que puestos a buscar ese «mensaje» que decían cuando progres, sus «mensajes» eran los opuestos a los que la propaganda sesgada del cine sesgado habían convencido a todos (los progres) que eran. Incluso, fí-ja-te, que puestos a recuperar y alimentar la progridad con nuevos abonos, esas tres (pero entre muchas otras de las despreciadas) eran películas con argumento, visión y conclusiones perfectamente progres-de-entonces. ¿A que ahora tendremos que pensar que serían progres, pero al no serlo de la ortodoxia ortodoxa obligatoria de algún sanedrín ultra-progre, recibió la calificación progre de «Ni para mayores con reparos»? Ah, ¿que esto se parece a esas calificaciones que se hacían en el franquismo sobre las películas, que rezumaban purulenta moral, pacatería, beatería y sexofobia y arrogancia de director espiritual? ¡Pero claro! Es que habías olvidado que hablar del mundo progre es hablar de moral y buenas costumbres. ¿Nos cansaremos alguna vez de repetirlo?
Nunca se agotará la observación del que fue y ya no es, así que saldrá por aquí y por allí y por todas partes; pero es el momento de desplazar nuestra mirada hacia el que no lo fue.