Teoría del progre (6)

Teoría del progre-6

Jacob de Chamber

 

2- El progre que no lo fue pero lo es ahora.

Menuda figura: casi contiene en sí a todos los demás. Porque digamos, sin adelantar demasiadas cosas, que si ahora lo es, lo es sólo de vez en cuando, y si conviene, y si viene a cuento. Pero arrastra la tradición de su propia vida, la trayectoria de búsqueda de la comodidad, incluso de desprecio antiguo a los progres de aquel mundo ya pasado, y eso pesa en horas libres, entre manifestación y manifestación, entre una indignación y otra. ¿Y esto qué tiene que ver con ese todos los demás? El lector ya empieza a olérselo; o si no, que no se preocupe, que lo verá dentro de poco.

Claro que en esta categoría se meten a sí mismos todos los que tienen cualquier idea, por loca que sea, de qué es eso de ser progre. Rara vez lo dirán con esa palabra, como ya hemos visto, salvo humorísticamente, pero se sentirán progres, se sabrán progres; y, llegado el caso, si el reportero de televisión (de esto va el asunto, más que de otra cosa) les acorrala, se reconocerán progres como si fueran progres antiguos, avezados, tan macerados por los sinsabores de la lucha y la historia que ya han pasado esa frontera de los pudores y lo dicen abiertamente: sí, soy progre, qué pasa.

Pasa, en primer lugar, que no nos han leído: porque si dicen eso, los que nos han leído ya saben que se descartan automáticamente como progres, porque los progres nunca admiten eso salvo en privado. Ya sabemos que eso es una cosa que pronuncia la carcundia para insultar, y ellos sólo para admitir humorísticamente su propia condición en petit comité. Y eso nos empieza a dibujar su tipo.

¿Recordamos cuando hace cuarenta años o por ahí escapábamos de los grises a la carrera (hubiéramos participado en el follón que los había convocado o no hubiéramos participado: naturalmente, a los grises eso les importaba un pimiento y sólo eran nuestras pintas y nuestra edad lo que les ponía en la persecución) y había siempre en las entradas de los mercados donde íbamos a refugiarnos o camuflarnos grupos de señoras tampoco mayores, sino nada más que en la treintena, que hacían todo lo posible para obstaculizar nuestros pasos? ¿O esos tíos demasiado serios para su edad, que era como la de los maridos de las anteriores, que salían entrevistados en los telediarios de cuatro o cinco días más allá, y normalmente más en los reportajes de la noche del sábado, o llenaban las columnas de las inmensas páginas del diario Pueblo con pregunta-respuesta en total a unos cuarenta o cincuenta ciudadanos (o eso teníamos que suponer los lectores) con llamadas a la mano dura, anuncios de esto lo arreglaba yo en un par de días, uso de simpáticas expresiones como meter en cintura y similares, en general enfadados y con santa indignación por la malversación de la España de paz que se estaba perdiendo por la deficiente educación nacional y por haber aflojado la correa? Pues justo, exactamente, ahí están: los que antaño pedían cárcel para el que se manifestaba por la calle hoy se dejarán ver en casi cualquier manifestación que se convoque, siempre que la convoque alguien que oye a los cantantes que hay que oír.

Una confusión recorre el mundo, amigos: muchos creen que los grupos piensan mejor que los individuos. Y cuando es un grupo (un comité central, un comité de barrio, una pandilla artística de bombos mutuos) el que emite un dictamen, muchos creen que ese dictamen está bien emitido y que cómo va a saber uno algo mejor que ese grupo, y se une al dictamen o a las acciones que este dictamen propone sin cuestionar nada. Así que como uno de esa pandilla se ha comprado una casa en Nuakchott y no había calculado antes la que le iba a caer en impuestos mauritanos por la compra, empieza poco a poco por los pandilla-bares, hace un par de llamadas a dos colegas que tiene en las redacciones de TVE y de La Sexta, improvisa un par de canciones en los pequeños escenarios de bar de sábado por la noche, y empieza a largar de Mauritania, país opresor, y hasta se esfuerza por conocer qué es eso de los cantos gnawa, y aunque se entera a medias porque resulta que es más bien una cosa marroquí o argelina, total, son casi de la zona, y empieza a hablar de la opresión que sufren los cantantes gnawa mauritanos (no hay , y eso demuestra que han sido reprimidos), y consigue por fin que se hagan carteles así de grandes muy de color verde con llamadas a manifestarse por la libertad en Mauritania, y el nombre del país es conocido por primera vez por casi todos los universitarios (dados los programas de Secundaria que les han asestado) y empieza a manejarse en conversaciones y trabajos de clase como un modelo de opresión, y por fin, después de varios domingos de carreras solidarias con causas diversas y a menudo opuestas, se logra colar en el programa una en cada capital de provincia en solidaridad con Mauritania, y nuestros héroes sesentones o setentones, estrenando casi de todo, desde barba o peinados hasta modales y palabrotas, son lo que nunca fueron y se saben y se llaman lo que siempre que se lo llamaba otro a sí mismo despertaba en ellos sospechas y enemistades: activistas, y además activistas progresistas. Y creen que están ayudando a los mauritanos a quitarse de encima el régimen político opresor bajo el cual viven, cuando en realidad nada de lo que hagan, como es sabido, va a servir para eso, pero sí están tocando los cojones un poco a las representaciones diplomáticas y moviendo el fango del charco, de lo cual el famoso que se compró la casa y no se esperaba tantos impuestos espera sacar alguna ganancia de pescadores.

Esos son los progres que no lo fueron pero lo son ahora. Y ninguno se acuerda de que pronunció alguna vez aquello de «esto es un desgobierno, todo el día la calle ocupada por estos revoltosos», y menos eso de meter en cintura.

Han descubierto muy recientemente, en su cincuentena, o más, que hay causas. Antes siempre dijeron (no consta que además lo pensaran) que sólo había sinvergüenzas que no defendían más que sus intereses. Hoy esgrimen que sus intereses personales son causas, y no se llaman sinvergüenzas a sí mismos. Eso es saber vivir, coño.