Teoría del progre (7)

Teoría del progre-7

Jacob de Chamber

 

Y la tragedia que les abruma cada madrugada, cuando van despertando, es recordar cómo fueron, y no poder evitar el miedo a que alguien lo recuerde, y diga hoy de ellos en el pasado lo mismo que dicen hoy ellos de los que en el presente no son progres. Para empezar, todo eso que hacían «los estudiantes» eran cosas «que se arreglaban en un periquete, poniendo a trabajar a los señoritos». Pero ya hace años que esos «señoritos» son sus hijos, uno de los cuales ha ido bien en la universidad, mientras que los otros dos parecen más tarambanas, o por lo menos botelloneros, o por lo menos fiesteros, y manda huevos con los tres años de segundo que ya lleva el uno y los cuatro cambios de carrera que ya lleva el otro. ¡Pero es que son tan graciosos y tan buenos chicos! Las 5 de la madrugada e insomnio son mala cosa, porque inevitablemente les lleva a preguntarse: ¡Un momento! ¿Y si algunos de todos esos a los que yo insulté tanto y a los que deseé tanto mal hace treinta años no eran tan «estudiantes señoritos», sino a lo mejor más como mis hijos? ¿Es posible que fuera yo tan malo tan malo como malos serían los que hoy llamaran «señoritos» a mis hijos estudiantes?

No. Yo siempre he sido así. Claro que en toda biografía hay matices, y más que nada porque el mundo está siempre cambiando, pero es que, a ver, entonces no significaba eso lo mismo que hoy. Y además no lo dije tanto; en realidad recuerdo una ocasión nada más, que parecen varias, o sea muchas, porque en aquella época estaba uno como enfadado siempre, porque empezar con tu profesión siempre es algo difícil que te tiene algo de los nervios, y además que entonces sí que era difícil aguantar, porque sí que eran malvados los patrones, no como hoy, o bueno, hoy también lo son, tampoco hay que patinar, porque si no lo fueran qué hacíamos en la calle el otro domingo, pero eso es desviarse, porque lo que de verdad importa es sólo una cosa: nosotros hemos sido siempre luchadores y si a alguien le parecía entonces que entonces no lo éramos es que no sabía bien lo que estaba viendo porque aunque pareciéramos parados y sumisos en realidad estábamos en la lucha.

No hay límites para la infección cerebral de la progridad. Son generaciones y generaciones, más de las que se pueden contar, desde hace más siglos que los dedos de las manos, de enseñanzas en la hipócrita bondad de la conducta prescrita como buena, enseñanzas adheridas con mecanismo incomprensible a una especie de moral de las intenciones. Incomprensible porque una de esas partes te grita que sólo importa lo que hagas, pero la otra te dice que sólo importa la intención que tengas.

Y ahí se produce la fecundación. Dos contrarios se funden, un óvulo cromado de blanditas expresiones sentimentales y un espermatozoide más adusto, simple catálogo de acciones objetivamente realizadas a espaldas de intención, sentimiento, afecto o emoción algunos. Esto trae como cola principal la constante tensión en la que vive ese pobre progre que lo es ahora pero no lo fue: entonces (hace treinta o cuarenta años) no hizo nada progre: ni contra Franco, ni por la democracia, ni estar en París el 68, ni ir a los conciertos de Paco Ibáñez, ni nada de todo el listado de cosas de las que presumen los progres que fueron pero ya no lo son. Pero, eso sí: intenciones las tenía todas, y todas buenas, contra Franco, por la democracia, y por todo el listado de cosas de las que presumen los progres que fueron pero ya no lo son.

Por motivos más complejos de lo que es posible traer aquí, el progre que lo fue pero ya no lo es está libre de esa tensión: no tiene nada que demostrar, siendo hoy más bien alguien tranquilo y casi conservador, cuando piensa o habla acerca de lo poco o muy conservador y lo muy tranquilo o poco que fue en su juventud. Sin embargo, muy al contrario, el que ahora es progre pero antes no lo fue, está el día completo intentando demostrar lo progre que fue y que era antaño, y que si no puede sacar fotos de su presencia en la Sorbona o en una de esas atestadas clases que daba Lacan no es por falta de ganas de haber estado ahí, sino porque «los que éramos obreros suficiente teníamos con llevar a casa el salario semanal de blablablá», y así sale del paso ganando además dos partidas en una, porque, además de progre, obrero.

Ah, no.

Porque todos los que le escuchan saben que una cosa o la otra, pero las dos juntas nunca se dieron.

Y los demás le miran con cierta sospecha y pitorreo.

Y él lo nota, y por eso empieza a escribir. Aunque en su caso, a diferencia del que lo fue y ya no lo es, este progre lo que escribe es más bien poesía (o rimas, como pronto dirán algunos por sus cercanías). «Cuando un oprimido obrero/ se enfrenta al militar franquista/ como hice yo aquel febrero/ su vida tendrá una arista/ y perderá el monedero», insistirá.

Y los demás: que nooo, que te equivocas.

Pero no aprenden, por supuesto. La progridad les ha llegado, paradójicamente, cuando al cumplir años les ha subido la temperatura de la burguesidad, y les ha dado por comprarse una casa, y un buen coche, incluso un apartamento en una playa para las vacaciones: todo aquello que siempre vieron y predicaron de los fachas como cosas propias de fachas. Pero las gafas de doble graduación son la especialidad de estos quenofueron pero hoysíloson: es que las casas y los coches de entonces eran otra cosa y etc., etc., y no me vas a decir que hoy es lo mismo cuando tienen, y hasta un segundo coche para los hijos, los secretarios generales de, los diputados que van con, y los militantes de. Entonces se ponen manos a la obra, y ven que sólo se pueden aburguesar yéndose a la periferia: pedazo de chaletazo hasta con piscina que se pueden comprar casi con los ahorros y sin pedir hipoteca, por ejemplo, en Rivas, en el extrarradio Este de Madrid. Cinco dormitorios y un desván que podría ser el sexto, sótano con rampa de entrada como garaje y en el que además cabe la mesa de ping-pong, dos salones en la planta de calle aparte de cocinón con isla y toda la pesca: y la piscina pues ahí fuera está, esperando que nos tiremos a ella de cabeza… Sí, claro, pero es que no avanzamos en este país, si un obrero quiere esto se lo llevan a… a…, ¿dónde estamos? Ah, sí, en Rivas, ¿no? Ellos bien que tienen estas cosas en la misma Castellana (o en la Diagonal, etcétera), pero a nosotros nos mandan a las afueras. ¿Sabes lo que te digo? Que en la próxima manifestación contra los propietarios de inmuebles voy a hacer yo la pancartona que ponga que los de los barrios no podemos más.

¡Así se escribe la historia, amigos!

Ya estamos preparados para contemplar el siguiente tipo de progre y reflexionar sobre él: el progre que no sabe que lo es.