Teoría del progre (8)

Teoria del progre-8

Jacob de Chamber

Sí, sí: el progre que no sabe que lo es.

Menudo papelón.

Nosotros estamos llamados a sentir, o por lo menos a conducirnos como si sintiéramos, la mayor de las compasiones hacia este pobre, cuya vida es un permanente sinvivir. Los otros progres tienen sus sufrimientos, desde luego; pero nada comparable a este desgraciado, que es algo así como un bantú en una cervecería de Múnich en 1933, un prosista en la tertulia de Alberti o un socialista en el PSOE. Tenemos que seguirle los pasos, y sólo así nos podremos hacer una idea.

Contempladlo en esa presentación del libro de un director general, amigo desde antiguo y feliz compañero de comidas mensuales. ¡Y le han editado un libro! Ahí está él el primero aplaudiendo y animando como un forofo. Luego hay un canapé y, mira por dónde, hay mil compañeros de carrera, que en total suman sólo la mitad de los que podrían estar, porque los otros ya se sabe que son más bien…, cómo lo diría…, vamos, que votan a los otros, y estos actos son muy de…, estos. Pues qué alegría ir saludando de corrillo en corrillo a los antiguos compañeros, ¿no? Aunque las caras de muchos de estos al acercarse él no son precisamente amables, y en más de uno se puede descifrar hasta el gesto de qué horror, ya viene este pesado. Bueno, lo reciben, con brevísima referencia a su pasado compartido, pero muy muy breve, porque están todos escuchando al santón barcelonés, exiliado desde Vallvidrera, donde se ha dejado mucho mobiliario isabelino, bastantes ventanas emplomadas, pero no su arrogancia. Su traje claro en ese atardecer invernal ya dice lo suficiente. Habla mirando al techo y todos asienten como si pudiera verles, por si acaso. Nuestro desgraciado mira a unos y a otros, a los que conoce de memoria, incluyendo al antaño protegido (entre otros muchos, claro) de Barral, luego muy de la Displicencia Layetana, y luego de los Estetas Apolíticos, y por fin perseguido por los catalanistas desde los indepes a los meramente killers, que entró un bello día en Madrid más o menos como Cleopatra en Roma, o así se lo imaginó él: en la estación de Sants muchos se paraban y le miraban al pasar; ¿aquí en la de Atocha todos estos que están es porque sabían que yo venía? ¿Y entonces por qué no se postran, tú? La grosería de Madrid tan cantada en la cançó es poco más que eso: que no se me postran, pero no lo voy a decir así. En fin, adoptado el olimpic por esos sectores madrileños que surfean entre la Administración a la que odian, y de la que son cargos, y las subvenciones que execran pero absorben, pronto su vocación oracular encuentra nueva satisfacción e impone sus reglas. Entre otras, no nombrar en su presencia a dos autores que en la biblioteca del lector más tranquilito y amante de la lectura podrían convivir perfectamente, pero que a este no le da la gana: y a sus jaleantes tampoco, ya se lo tienen bien aprendido entre ellos. Pero ya sabemos que nuestro desgraciado que no sabe que es progre está fuera de los círculos esos que tanto quieren parecerse a los enarcas pero en español. Esos ternos apretados en ellos, esos pelos muy estirados y rubios y largos en ellas, podrían hacerle pensar a uno que está en una recepción en el Elíseo, y no en la planta alta de un café de la glorieta de Bilbao de Madrid. Bueno, va (como dice el vallvidrés), que nuestro desgraciado, el progre que no sabe que es progre, ve la ocasión y lo suelta:

– Precisamente, el otro día decía (pongamos) García en su columna que…

– ¡Bueno, García! ¡Mira tú, García! ¡Mira por dónde sale! -dicen todos más o menos a la vez, mientras el mudancista barraliano imperfecto hace lo que hace siempre que alguien le desconcierta: repetir lo que dice el otro pero riéndose:

– ¡García! ¡Jajajaja!

Dos o tres del corrillo de seis han aprovechado las exclamaciones para girarse como a coger nuevas copas en  la mesa cercana; uno se lleva del bracete al oficiante; los demás han ensayado perfectamente en los trescientos actos con corrillos anteriores a este lo que hay que hacer: se abren como girasol maduro, giran como girasol viejo, y se van al otro lado de la mesita redonda donde yacían esas bebidas y esos panchitos: como hecho por un prestidigitador, el lugar que ocupaba nuestro desgraciado en el corrillo está ahora ocupado por… la mesa. Y el corrillo sigue celebrándose, sí, pero a dos metros de él, y más cerrado que antes. El autor del libro presentado, que como casi todos los autores mientras no son celebérrimos en esas situaciones está solo, sentado en una silla con una cocacola en la mano, lo ha visto todo, y se lo explica:

– Es que te he oído hasta yo, hombre, cómo se te ocurre, mencionar a (pongamos) García. Ya puestos, podrías haber hablado de Stalin. Anda, ven aquí, que te pongo una fanta.

Y esto nos lo dice casi todo acerca de este pobre hombre (o esta pobre mujer, claro). El tío no está al día de lo que se lleva o no se lleva no sólo en los ambientes progres, sino también en los ambientes antiprogres. De modo que su vida es una sucesión de meteduras de pata con quien sea, siempre, sin refugio posible.

– Pero si no es nada político. Me parece que puedes citar a García sin que te tomen por comunista, y ni siquiera de izquierdas, ¿no? -se defiende el ingenuo. 

– Tú vas a tener que venirte un día a los cursillos de mi dirección general si quieres seguir vivo en estos ambientes.

Y él se defiende así porque de verdad lo cree: antes, los progres esforzados (esos que «quieren hacer todo lo posible para que les tomen por…») citaban a García, al que la mayoría no leía, y la cosa tenía todavía más sal porque un gran sector del progrerío, especialmente el más de Partido, naturalmente consideraba a García algo así como «ácrata», con lo cual entre unos subsectores de progres y otros subsectores de progres se organizaba una divertida trifulca. Pero la historia avanzó, y dio en esa rara cosa progre madrileña que comprendía a los que hacían atentados y, sin haberse atrevido a estar nunca por allí iban catequizando a todos acerca de las condiciones sociales que explicaban esos atentados, y mientras tanto se empezó a oír que a (pongamos) García no le caían precisamente bien los que cometían los atentados, ni los que los defendían, y la cosa acabó como tenía que acabar: dando refugio a García en la universidad de los progres madrileños, donde hasta una furibunda, ridícula y desquiciada hija de un antiguo decano acabaría gritando a un alumno, que por cierto provenía del mismo lugar que el refugiado, y que había tenido a bien comentar elegantemente lo bien que le parecía ese refugio: condena definitiva, índice de libros y sobre todo de personas prohibidas (que es la especialidad de la casa). Ese García, que son bastantes, estaba fuera de cualquier posibilidad social. Para siempre sería de mal tono citarlo y sobre todo mencionarlo. 

Pero nuestro desgraciado no sabe nada de esto, y va por libre, y resulta que es de los pocos a los que les gusta de verdad ese cantante Sabina, y no se ha enterado de ante quién hay que decir que te gusta y ante quién no hay que decirlo, si quieres conservar la vida o el honor. Y le gusta Savater, y cree de verdad en la importancia de unirnos todos para presionar por la supervivencia de la rana del estiércol de Tomelloso; sí, lo cree de verdad, lo ha analizado por su cuenta, lo ha estudiado, y ha llegado él solo a esa conclusión…, y no sabe que los que piensan igual que él han salido últimamente en los telediarios como autores de un atentado estercolérico ante el ayuntamiento de Cinco Casas, localidad vecina y por tanto enemiga, y que cuando él diga lo que de verdad cree no apoya ni deja de apoyar vuelco alguno de estiércol en ningún lugar, sino que piensa en la rana nada más.

Y lo peor es que cuantas veces se le diga que está hecho un progre, entre ranas y todo lo demás que tan espontáneamente va soltando por ahí, tantas veces negará y hasta se horrorizará de que lo llamen progre. Pero es que lo es de verdad. Una tragedia. Porque, como vemos, ni entre los progres ni entre los antiprogres. Dios le da pan a quien no tiene dientes, dice entre los mismos nuestro siguiente tipo: el progre que no consigue serlo.