01 Feb Cave, espinosa (10)
(No introducimos resumen de entregas anteriores por la facilidad de acceso a las mismas desde el Home)
(Cont. cap 2).
Me importa que entiendas todo esto: puede que de nuestro don Benito quede para el mundo una pequeña obra escrita y sobre todo esas famosas cartas que parecen tener al mundo entero como destinatario, y que versan sobre el bien, el mal, el mundo, la imaginación, el entendimiento y Dios; pero para mí será el hombre político, el quién sabe si diplomático (y si no lo sé yo, te garantizo que pocos más podrán saberlo), el republicano decepcionado de una de nuestras últimas tardes de conversación. Porque, además, no fue el teólogo casi paulino (como muy bien tú mismo me has sugerido), o el científico del entendimiento el que fray Tomás quería que yo viera, sino ese mismo Benito de Espinosa político, el que aquella terrible noche de revuelta quiso acercarse a los despojos desmembrados de sus amigos republicanos para colocar junto a ellos una placa que acusara a todos: ultimi barbarorum; y que afortunadamente su protector no le permitió hacer.
Esa última carta que recibí en casa de don Abraham no era otra cosa que el lazo que rodea el cepo: me tenían allí con la excusa de la teología y de mis estudios a tu lado; ahora se desvelaba que lo único importante era que me cerciorara del fin de don Benito de Espinosa, en esta nueva era de amistad entre nuestras coronas y de enemistad simultánea con la francesa. Has leído bien: me habían llevado al lado de don Benito para que me cerciorara de su final.
-Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte –me dijo varias veces de Espinosa, me parece que citando de nuevo a nuestro Quevedo, o casi.
Me explicaba que la muerte no era sino cambiar el orden de nuestra materia por otro, o cosa parecida. Y volvía a reírse, el truhán, seguro de haberme asustado una vez más; que yo, y bien lo sabía él, como todo el que ha ejercido el oficio de las armas, acepto la muerte mientras no me la pongan nombre, que es cosa que me da como un contrapelo en los brazos.
De modo, querido amigo Alonso, que llegamos adonde quizá habríamos podido llegar hace tiempo si mi pluma no fuera tan torpe y yo tan medroso: yo estaba ahí para asegurarme de que de Espinosa, fueran cuales fueran sus teologías, como personaje célebre y visitado que era, y preocupado por las cosas públicas, no fuera a molestar en las nuevas gestiones de amistad entre las coronas española y holandesa.
Don Benito falleció el domingo 21 de febrero, sin agonía previa, ni larga postración, ni aviso alguno de inmediato desenlace, sino muy al contrario: esa mañana estuve con él, y llegaron a su casa otros amigos a los que yo ya iba conociendo, y nos separamos a mediodía, porque llegó a visitarle un médico que últimamente le aconsejaba sobre sus toses. Nos prometimos un paseo de todos por la tarde. Pero a las tres falleció, en presencia de ese médico, que inmediatamente abandonó la casa, según nos dijo el casero esa misma tarde.
Yo ahora debo informar de todo ello, de las teologías y de todo lo demás y, según la última carta, sobre todo acerca de ese final que hay que ser muy novicio para no entender que se me encargó que administrara yo mismo. Pero sólo yo y ahora tú y nadie más sabemos quién me lo encargó; para cualquier otro esas cartas no han existido, ni las conversaciones anteriores…, y no digamos mi oficio y mis «misiones de información».
¿Qué debo hacer? ¿En quién puedo apoyarme? ¿Cómo me la han jugado de este modo tan inocente? No puedo afirmar ni negar mi participación en el fin de don Benito de Espinosa sin verme gravemente perjudicado: se me acusará en un caso de haber desobedecido una orden, y en el otro de haber interpretado en demasía esa misma orden.
Ya he llegado al final de mi historia. Espero ahora de ti ese consejo sin el cual no sabré cómo salir de esta. Casi no he existido para nadie, y la mayor parte de estos últimos treinta años (eres el que mejor lo sabe, o quizá el único) he tenido que ser tan transparente como el agua (aunque no lo fui para el agudo filósofo y quién sabe si diplomático marrano de Espinosa). No puedo recurrir a altas amistades ni demostrar mis benéficas acciones para la corona de nuestro rey y el prestigio de nuestra nación.
Socórreme. Espera a enviarme tu respuesta: antes te enviaré recado con mi nueva dirección. La patrona de la fonda de Bordadores ha resultado ser familiar del Santo Oficio. ¿Hay alguien que no lo sea?
Madrid, septiembre de 1768
III
(Último documento)
En fecha de hoy, 13 de septiembre del año 1678, se procede registrar el ingreso en esta Cárcel de la Villa y Corte del que dice ser capitán de Infantería Miguel Ibáñez de Tordesillas, natural de Barcelona, bachiller en Filosofía por Alcalá y licenciado del ejército, al que se le intervienen efectos personales por valor de trescientos ducados en subasta con los que se costeará su manutención a la espera de que su caso sea visto y oído y remitido si procede a los tribunales eclesiásticos, o retenida su persona por el contrario en la jurisdicción secular, ante la cual habrá de dar cuenta del fin y motivo de su reciente viaje a tierras del reino de Holanda y demostrar la falsedad de la acusación levantada contra él de intriga y alta traición a favor del reino de Francia. Se le intervienen asimismo una cantidad indeterminada de libros, útiles para escritura y pliegos de papel, y una carta ya escrita de su puño y letra, fechada en esta villa en el mes corriente, y dirigida al licenciado don Alonso del Puerto, de Alcalá, y se da aviso al Comisario de Corte para que proceda en consecuencia.
En Madrid, 13 de septiembre de 1678.
(Continúa)