01 Oct Cave, espinosa (2)
Cave, espinosa (2)
(Cont. cap 1).
Del Capitán Miguel Ibáñez de Tordesillas
Al muy noble y docto Licenciado don Alonso del Puerto
Queridísimo y nunca olvidado amigo:
Te preguntarás por qué mi ausencia tan prolongada, y en especial si esta se debe a agravio u ofensa que yo pudiera haber sentido (nada tan imposible como ello) causado por palabras o acciones tuyas; espero, antes que proceder a ofrecerte todas las explicaciones, no haberte ofendido yo en modo alguno, y tampoco con este silencio de más de cinco años, del cual, como pronto sabrás, yo he sido más víctima y esclavo que autor.
He sabido por terceros que tu salud es vigorosa y que tus negocios florecen. Es lo que más feliz me podría hacer. Los que hemos vivido una existencia de ajetreos y malaventuras, aunque ya estemos en la edad del retiro y de leer poesía (que debo confesarte que me consuela más bien poco), se diría que hemos quedado inútiles para establecernos serenamente, o para cultivar la paciencia que te permite esperar de una siembra a una cosecha. Y no obstante lo deseamos, o por lo menos yo lo deseo. Como me sé incapaz, sólo el hecho de que tú lo consigas ya me hace vivirlo un poco, y cada éxito tuyo que he conocido lo he celebrado como si fuera mío.
Lo cierto es que debo recurrir a ti, aun a costa de parecer avaricioso, y solicitar consejo de tu sabiduría para salir con bien de un asunto de extrema gravedad, y no sé por dónde empezar a relatártelo. Tras mucho pensarlo, creo que si me refiero a mi oficio recién abandonado, y a que se trata quizá de la última misión que se me ha encomendado, y que tiene que ver con un personaje que habita en esas lejanas y húmedas tierras en las que he ejercido mi profesión casi en su totalidad, pudiera ser que ya fueras empezando a entender.
¿Recuerdas aquel nuestro primer día en la universidad, hace ya tantísimas eternidades, y cómo me cubriste con tu capa de la lluvia de gargajos, y mi tonta soberbia que rechazó tu protección? Mucho me temo que, como todas las cosas de la vida, también esa ha de darse la vuelta de la cara a la cruz, y debo suplicarte como sólo un amigo puede suplicarle a otro: Por favor, cúbreme con tu capa.
Espero tu respuesta, que en caso de no ser negativa entenderé como licencia para proseguir con la narración de algo que pudiera llegar a ser comprometido, y que por ello mismo interrumpo ahora, cuando todavía no conozco tu parecer. Me alojo en la fonda de la calle de Bordadores de esta villa, adonde puedes escribirme con confianza, pues conozco de antiguo a los dueños, y a cualquier hora me harán llegar tu envío.
Quedo, mi recuperado amigo, enteramente tuyo.
Madrid, enero de 1678.
De Don Alonso del Puerto
Al ilustre y excelente capitán Miguel Ibáñez de Tordesillas
Sólo he podido derramar lágrimas desde el momento en que he visto el remite de la tuya; y he seguido derramándolas mientras la leía, y ahora mismo que cojo la pluma no sé si la tinta acabará visible o invisible, pues se sigue mezclando con aquellas. ¡Qué alegría tan inmensa saber de ti, y en primer lugar saber que estás vivo! ¡Y qué felicidad comprobar que, vivo, tu silencio no se debía a resquemor o rencor que hacia mí pudieras albergar! Cuántas noches he pasado en blanco preguntándome qué sería de ti, o qué sería lo que yo pudiera haber hecho para merecer tu alejamiento.
Te sé, pues, vivo, y colijo que en estado aceptable, como mínimo, porque veo tu firme caligrafía y el vigor de tu escritura, y te aseguro que todo eso es para mí como un cordial. A mí, en efecto, me van bien las industrias, y he conseguido una posición tranquila y firme en nuestra pequeña Alcalá sin necesidad de acuchillar a nadie ni de estafar a viudas ni a huérfanos, ni de conducir a ciegos a estrellarse contra columna de puente. Perdóname: recuerda cómo hablábamos de ese acuchillar en aquellos años de estudiantes (y que lo pensamos incluso como condición indispensable para pasar el examen de Lógica, de tan imposible que parecía; ¿lo pensarán hoy mis pupilos para mí?), y no lo tomes en absoluto como una referencia, y menos despectiva, a tu vida de milicia. Vida esta que, si no he entendido mal, ya ha concluido: ¿debo felicitarte por ello, tal como me siento inclinado, o quizá no es para ti tan feliz acontecimiento como lo sería para cualquier otro?
Pero me sugieres desasosiegos y gravedad. No sé si el tono que adquieres súbitamente llega a empañar mi alegría por tu recuperación. Desde luego, lo procura. ¿Algo comprometido, dices? ¿Y de aquellas repúblicas holandesas casi marinas por lo acuáticas y húmedas? No te sé capaz de huir de ellas con un cargamento impagado de encajes, para decirte la verdad. ¡No habrás dejado descendencia en vientres en los que no debieras! De nuevo te suplico me perdones si estoy haciendo humoradas sobre asuntos graves: la alegría de tu vuelta se me impone, y ya habrá tiempo de fruncir el ceño. Naturalmente, queridísimo amigo: toma mi capa, que afortunadamente puedo decir que ya es tupida, y dime sin rodeos ni precauciones tu preocupación, por más que no pueda yo ahora mismo imaginar en qué puedo serte de ayuda.
Pero cuenta con ella y con estos mil abrazos de bienvenida.
Alcalá de Henares, febrero de 1678
(Continúa)