El profesor y los camaradas – 11

Obra dramática en un acto

de Rafael Rodríguez Tapia

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(Continuación)

ORTEGA.- Ah, esto se pone interesante.

JUAN.- Me parece que nos estamos desviando demasiado de lo que veníamos a hacer.

ORTEGA.- Pues eso es lo bueno, hombre. De modo que el presidente de esta comisión va a levantarle las faldas a Petra a la tienda en la que esta trabaja, entre revolución y revolución, supongo.

EULOGIO.- Aquí empieza a oler a guasa.

ORTEGA.- Y luego vienen ustedes a mi casa a pegar a mi hija y a amenazarme para que firme una cosa que no hay quien entienda.

JUAN se levanta bruscamente. ORTEGA ha cambiado súbitamente de humor, o ha desvelado el que disimulaba.

JUAN.- Ya está bien. Vamos a lo que vamos. No hay por qué burlarse de los camaradas menos afortunados…

Oímos, fuera de escena, un estrépito confuso. Un disparo de pistola, también fuera de escena, silencia a todos. JUAN y PETRA, tras un segundo de sorpresa, SALEN por el pasillo de la izquierda con sus armas. EULOGIO hace ademán de acompañarles, pero en cuanto los dos primeros han salido él retrocede y se desplaza lentamente hacia zonas en penumbra del salón.

ESCENA 7

ORTEGA, SOLEDAD, EULOGIO, VOCES EN EL EXTERIOR

ORTEGA y SOLEDAD, asustados al principio, pronto están simplemente abatidos. EULOGIO, desde su penumbra, mira a un lado y a otro. Del exterior llegan confusas voces de las que se destaca alguna frase reconocible.

UNA VOZ- ¡He dicho que arriba las manos!

OTRA VOZ- ¡Silencio todos!

OTRA VOZ- Déjelo, no ha hecho nada.

OTRA VOZ- ¡Camaradas! ¡Hay que respetar la legalidad!

OTRA VOZ- ¡Traidor! ¡Facista!

SOLEDAD se acerca a ORTEGA, y ambos se consuelan discretamente. EULOGIO, todavía en penumbra, mira hacia el exterior por una ventana ocultándose tras una cortina. El ruido y las voces del exterior parecen alejarse, y hay unos momentos de relativo silencio.

ORTEGA (a EULOGIO)- Supongo que ya ha calculado que no va a poder sostener su mentira mucho tiempo.

EULOGIO.- No sé de qué me habla.

ORTEGA.- Déjese de cuentos. Usted no tiene ni el lenguaje, ni las ideas, ni el aplomo.

EULOGIO.- Los reaccionarios siempre atacan así a los que trabajamos…

ORTEGA.- Descanse, hombre. Ahora se lo puede permitir por lo menos unos segundos. ¿Qué se cree usted, que no se le nota? Yo que usted me andaría con cuidado.

EULOGIO.- ¿Acaso me va a delatar? Pruebe a hacerlo.

ORTEGA.- Ah, no. No se me ocurriría. Pero no vaya a creer que es por afinidad con lo que usted pueda tener por ideas. Ni me importarían estas, a la vista de su comportamiento. Le desprecio, téngalo claro.

EULOGIO.- Sí, se comenta a menudo que usted desprecia a todo el mundo.

ORTEGA.- A lo mejor es verdad. Puede que yo desprecie a muchos. Ya me lo han dicho. Intento no hacerlo, no se crea. Pero probablemente es mi peor defecto. Sí, me desespero con la gente. Pero no con el ignorante, como afirman por ahí. ¡Si soy profesor! ¿A quién puede respetar más un profesor que a quien todavía no sabe… y quiere saber? Aunque desde luego no soy perfecto. No oculto mi mal genio cuando alguien me intenta tomar el pelo. No soy diplomático, no tengo mano izquierda, no soy precisamente eso que los evangelios llaman «manso». Y sé muy bien que esa mansedumbre sería la medicina que ahora nos haría falta en España.

EULOGIO.- ¡Todo lo contrario! Es la mansedumbre la que nos ha llevado a esta hora de dolor. Virilidad. Eso es lo que hace falta ahora. Un empuje viril que no se avergüence de cortar el miembro que haya que cortar para evitar que la gangrena se extienda a todo el organismo social.

ORTEGA.- No se hacen ustedes líos ni nada con eso de la virilidad. ¿Quiere decir que los que no somos amigos del tiro en la nuca somos…? ¿Qué? ¿Menos hombres, más mujeres o qué? Qué tendrá que ver; no saben ustedes de qué hablan. Sólo porque el pollo este de su jefe tenga ese éxito con las señoras, no se vayan a creer que ahí detrás hay algo más que mera… vanidad.

EULOGIO.- Pues no resulta muy filosófico eso de atacar al hombre por sus costumbres en lugar de someter a examen sus ideas.

ORTEGA.- ¿Qué ideas? ¿Cómo es eso? ¿Familia, ayuntamiento, trabajo? ¿Y pretende con eso explicar la constitución de la sociedad, del estado o de qué?

EULOGIO.- Hay mucha más enjundia en una línea de nuestro jefe que en mil de cualquiera de los rojos. Sobre todo, que no obedecemos a potencia extranjera alguna ni vamos a entregar a España en brazos de intereses bastardos, ni de Moscú ni de París. Somos españoles, y nada más. ¿Cómo puede rechazar esto nadie que se llame español? Hay que sentir el orgullo de la hispanidad, y que no nos importe lo que hagan por ahí fuera, porque somos otra cosa.

ORTEGA.- Yo pensaba que Mussolini era italiano; pero a lo mejor es que estoy equivocado. Porque siempre que sacan ustedes esa cosa de la hispanidad, me ponen a recordar a mi pesar todos los viajes que, queriendo o no, he tenido que realizar desde joven. Eso me ha permitido desde hace mucho comprender un par de cosas. Por ejemplo, ¿sabe usted qué nos distingue precisamente a los españoles de los demás pueblos europeos? Precisamente: nada. Quizá sólo una cosilla: puede que digamos más que los demás que somos diferentes y peores. Pero no lo somos. Somos iguales. Es decir: nos dejamos llevar por el mal genio igual que en otros países. Somos intolerantes, igual que en otros países. También compartimos las virtudes. ¿En qué otra parte del mundo se ha decidido universalmente que todos cedamos una parte de nuestros sueldos para escuelas y hospitales para los demás? Pero ustedes… quienesquiera que sean ese «ustedes»: los que lo son de verdad y los que creen estar simulando, se empeñan en difundir la idea de una especie de culpa colectiva que hay que expiar… desde un extremo y desde el otro. ¿A quién cree que han leído esos generales envanecidos que hoy nos amenazan a todos? Lo siento, no puedo pasar por esas memeces. Con genio o sin él, lo mío es pensar y enseñar.

EULOGIO.- Sí. Déjese de pamplinas. Es usted un… intelectual de mierda.

ORTEGA.- Curioso lenguaje. ¿Sabe usted que sólo eso ya le delataría? ¿Acaso ha visto que hablen así otros que no sean… falangistas?

EULOGIO.- ¡Silencio! ¡Se la está jugando! ¿Y si usted estuviera en mi situación?

ORTEGA.- ¡Es usted un misólogo más! Una palabreja propia de un intelectual de mierda. Es posible que yo lo sea; pero no soy un imbécil atontado por el flamenco y los toros y las pistolas que sólo busca abatir un dogma con el arma de…otro dogma. Eso sí, soy un intelectual de mierda. Pero usted, y no yo, ha entrado aquí simulando lo que no es, ha agredido a mi hija, y busca una y otra vez, a costa de su simulación, ser el más feroz y el más… ¿cómo quiere que lo diga? Asesino; no hay otra palabra. ¿Sabe? Sí que es verdad que hay otra cosa en la que los españoles somos… más lanzados, por así decirlo. Ya nos advierte Platón en la República que suele ser la tercera generación de una democracia la que se carga esa democracia. Que hay que tener cuidado con ella y aplicarle una pedagogía más seria en lugar de más mimosa; parece que nosotros nos hemos especializado en hacerlo al revés, y además en correr más que nadie. Fíjese: ni tercera generación ni segunda. Al día siguiente, como quien dice.

EULOGIO (alarmado, mirando por la ventana)- Salen a la calle.

SOLEDAD se acerca a la ventana. ORTEGA permanece en su lugar, abatido.

Se oye un disparo de fusil.

SOLEDAD.- Han disparado al portero de ahí abajo. Lo dejan en la calzada.

EULOGIO.- ¿Lo ve? Tenemos que tener mucho cuidado con lo que decimos.

ORTEGA.- ¿A quién tenemos que temer? ¿A ellos o a ustedes? Ni se le ocurra meternos a mi hija y a mí en el mismo grupo que usted, ¿me ha entendido? ¡Ni se le ocurra! ¿Cree que usted y… los suyos, sean quienes sean, son ajenos a este asesinato que acaba de perpetrarse? ¡Lo han hecho ellos, todos lo están haciendo en estos días, y es como si lo acabara de hacer usted con sus propias manos! ¡No diga la palabra «nosotros» señalándonos a mi hija o a mí! ¡Nunca usted y nosotros tendremos que tener los mismos cuidados acerca de nada!

ORTEGA sufre un súbito ataque de dolor. SOLEDAD le ayuda a sentarse y le acerca un vaso de agua. Se ha ido oyendo ruido de personas acercándose.

ESCENA 8

ORTEGA, SOLEDAD, PETRA, EULOGIO, JUAN

Por el pasillo de la izquierda entran JUAN y PETRA. El primero, eufórico y exultante; la segunda, pálida y nerviosa.

PETRA.- Por lo menos, que le hubieran oído.

JUAN.- Ya se les ha oído durante muchos siglos en los que sólo han hablado ellos.

PETRA.- ¿Este fulano? ¿Este fulano en particular? ¡Pero si era el portero de dos casas más allá!

JUAN.- Sí, pero un portero… de derechas.

ORTEGA.- ¿Va usted a atreverse a decir que asesinando a los porteros de derechas se va arreglar el desastre este de Mola, Sanjurjo y los otros jabalíes?

JUAN.- ¿Y los que pudieran haber llegado a ser asesinados por el descontento de este sujeto, que con el tiempo se hubiera convertido en agente encubierto y activo?

SOLEDAD.- Pero ¿usted se está oyendo? No hay un solo modo indicativo. Todo son quizás, pudiera ser… Y condenas.

ORTEGA.- Un perfecto jesuita.

EULOGIO.- Te han pillado, camarada Juan.

JUAN.- ¿Yo, un jesuita?

ORTEGA.- Y no le suelto lo de «dominus vobiscum» porque me iba a responder de golpe «et cum spiritu tuo», y a lo mejor me moría de la risa.

JUAN.- Esto es insultante. ¡Esto es contrarrevolucionario! ¡Es un atentado a un miembro de…!

EULOGIO.- Basta ya. Menos miembros y vamos al turrón. ¿Qué había hecho este portero para acabar así? ¿Qué han dicho los que le han sacado?

JUAN.- Era un conocido votante de las fuerzas de derecha, y hace poco, por lo visto, llevó a hacer la primera comunión a su hija.

SOLEDAD.- Ah, la primera comunión, claro. Las suelen hacer los de la misma clase del colegio, todos a la vez. Podríamos conseguir la lista de sus padres, para fusilarlos a todos, ¿le parece bien?

JUAN (a ORTEGA)- Mira, camarada: entre tú y yo podemos entendernos, ¿verdad? Hay cosas que ya hablaremos. La revolución necesita, como sabes, una dirección cualificada; Lenin tiene dicho muy claramente que tan peligroso es el desviacionismo de izquierdas como el de derechas. Involucrar en los debates a los camaradas sin cualificación es voluntarismo ingenuo, y en el extremo del análisis es extremoizquierdismo entreguista. Aquí se nos están yendo las cosas de las manos…

ORTEGA.- A mí no…

JUAN.-… y deberíamos centrarnos en el objetivo propuesto.

EULOGIO.- O sea que lo han acabado porque su hija hizo la primera comunión hace un mes. ¿Lo he entendido bien? ¿Qué tiene que ver eso con que a mí no me pagaran los tres meses que estuve tullido cuando me caí del andamio? Yo es que soy muy bruto y necesito que me expliquen de más.

PETRA.- Camarada Juan, esto no está bien. A partir de ahora, si nos cargamos a los que tienen hijas que han hecho la primera comunión, a los albañiles que se caigan de un andamio y se rompan las costillas les van a pagar sueldo mientras no puedan trabajar. ¿Es así? O, para verlo mejor, a las que se tienen que dejar manosear por el señorito en la casa en la que sirven, como le pasaba a mi madre cuando servía antes de encontrar el puesto de la tienda, ya las… vais a dejar de manosear.

SOLEDAD.- Aclárenos una cosa: eso será a los que tienen hijas que han hecho la primera comunión ¿hace cuánto? ¿Un mes nada más? ¿Un año también? ¿Cuando sea, hace veinte años, o cuarenta?

JUAN.- Camaradas, estáis haciendo mofa de cosas muy serias.

EULOGIO.- Tú te estás mofando de los obreros. Hay un problema verdadero en este país, que se puede llamar de muchas maneras, pero ahora se me ocurre llamarlo «hambre». Que yo sepa, ninguna de esas maneras es «portero con hija».

JUAN (a ORTEGA)- Esto es lo que pasa cuando se da entrada a los compañeros menos cualificados…

ORTEGA.- ¿Un albañil lesionado de cuarenta años está poco cualificado para la lucha por la dignidad?

JUAN.- ¡He dicho que basta! ¡No hemos venido aquí a celebrar una asamblea ni un debate de ideas! Camarada Ortega y Gasset: ¿se niega a firmar el manifiesto? ¡Dígalo de una vez!

Ortega coge la cuartilla del manifiesto y muy velozmente, con un lápiz, tacha unas partes y anota alguna cosa.

ORTEGA.- Con estos cambios que propongo, lo firmo. Sin ellos, ni lo sueñe.

JUAN.- Esto es inaudito. Que una sola persona, por muy profesor que sea, se atreva a enmendar la plana al comité de…

PETRA.- Déjate de tostones y mira a ver si eso vale igual. ¿Pues no decís que este es el Ortega que trajo la república? Digo yo que alguna idea tendrá entonces…

EULOGIO.- Será cosa de consultarlo con la superioridad, digo yo.

JUAN.- Eso es. Perfectamente. La superioridad.

Juan cruza la escena, nervioso, hasta el teléfono, que descuelga.

JUAN (al teléfono).- ¿Oiga? ¿Oiga? ¿Operadora?

ORTEGA.- Mientras tanto, nosotros podríamos…

PETRA.- Mientras tanto, nosotros nada de nada. A esperar.

ORTEGA.- Usted me disculpe, pero en ese “nosotros” incluía a mi hija y a mí. No sé si sonará muy raro, pero el caso es que estábamos trabajando.

PETRA.- Andá, trabajando, dice este. ¿Dónde están el pico y la pala?

ORTEGA.- Joven, déjeme que le explique.

JUAN (al teléfono).- ¿Oiga? ¿Oiga? ¡Maldita sea! ¡Tiene que ser cosa de los fascistas! (Cuelga el teléfono. A los demás) Voy a tener que acercarme con el automóvil.

EULOGIO.- Ve, ve, camarada. Tenemos toda la noche por delante. Y, total, la junta estará a diez minutos.

PETRA.- Aquí nos quedamos vigilantes.

JUAN.- Camaradas, me sabe mal dejaros solos con esta misión que, si bien encomendada…

PETRA.- ¿Pero no te estoy diciendo que tú a lo tuyo, que aquí nos organizamos por nuestra cuenta? Anda, hombre, ve tranquilo. Además, aquí el profesor me explicaba no sé qué.

ORTEGA.- Lo del pico y la pala, por así decirlo. Pero me temo que a base de beber, se me imponen ahora otras necesidades urgentes, de modo que me ausento unos minutos mientras ustedes arreglan sus cosillas, ¿eh?

ORTEGA sale por la derecha.

JUAN.- Camaradas, antes de media hora estoy de vuelta. Viva la república.

PETRA.- Viva, viva.

EULOGIO (a JUAN).- Te acompaño y te ayudo a arrancar el motor.

EULOGIO y JUAN SALEN por la izquierda.

ESCENA 9

SOLEDAD Y PETRA

PETRA.- ¿Pero los filósofos también mean?

SOLEDAD.- Mujer, qué cosas dices. ¿Hay mucha gente del comercio en la CNT?

PETRA (Hojeando los libros).- Pues no lo sé. Supongo. Casi todo el que no quiere ser de ninguno de los sindicatos se mete en CNT, así que supongo que sí. ¿Y tú filósofa? No sabía que había mujeres filósofas.

SOLEDAD.- Ah, no, en absoluto. Yo acabo de licenciarme en historia medieval. Lo que pasa es que al principio tenemos muchas asignaturas comunes, y además al lado de mi padre es imposible que al final no te suene todo esto… ¿Tú eres de las que no quería ser de ningún sindicato o te has metido a conciencia?

PETRA.- Hombre, de un sindicato hay que ser, ¿no? Y a mí lo que no me gusta es que me mande nadie. Todos estos juanes y eulogios son lo mismito lo mismito que los curas. Vamos, digo, sin faltar, ¿eh?

SOLEDAD.- No, qué me vas a contar, si eso es lo que digo yo. Pero te lo pregunto porque das la impresión de ser una verdadera creyente, tal como dices las cosas.

PETRA.- ¿Yooo, creyente? ¡Pero si nací en la Cava de San Miguel, detrás mismo de la Plaza Mayor! ¿Tú conoces a alguien que haya nacido ahí que crea en algo?

SOLEDAD.- Hombre, así dicho, pues no; es verdad. Pero, ¿sabes lo que no entiendo? Que cómo casa lo de “ni Dios ni amo” con lo de vender en una tienda y con lo de obedecer y a la cocina, por decirlo rápidamente.

PETRA.- Yo mayormente veo qué es lo que hay que hacer para salir adelante, ¿me entiendes? En eso no me gana nadie. Y como una, por lo visto, no ha salido tonta del todo, pues sabe hacer multiplicaciones y divisiones no sólo con los números. Y entonces ve: el resultado de tres por cuatro es… que hay que dejar que te toquen un poco la rodilla. El resultado de siete por cinco: que hay que dar vivas a la república. Pero eso sí, la tabla del once no me la como ni un poco. A mí ni los curas ni los militares me tocan la rodilla, ni el codo ni lo que yo me sé. Y, ya puestos, tampoco me tocan los juanes. Lo que pasa es que ahora los juanes estos llevan prisiones, y batallones, y comités de la santísima trinidad, y hay que… negociar.

SOLEDAD.- Pues yo sí que creo de verdad en que necesitamos una república, pero una república bien construida y que funcione.

PETRA.- Si yo también, puestos a eso. ¿Pero qué es eso de bien construida? Porque para mí es que yo pueda tener mi pisito bien apañado, a lo mejor un hijo o dos, y un empleo que no me haga condesa con carroza, pero sí nos dé de comer todos los días, y para hacer un regalo en los cumpleaños. ¡Y que no me mande nadie, que ya estoy cansada de que todo el mundo mande como un obispo! Pero, claro: para los que estáis por encima… Pues lo mismo eso de la república bien construida es que os dé para compraros otra casa en San Sebastián, ¿o me equivoco?

SOLEDAD.- Te equivocas, Petra, sí: te equivocas. Los hay que no quieren más que su medro personal, y rascar de todas partes, y tener cada vez más sin saber por qué ni para qué: pero eso es ahora con la república, y antes con el rey, y con la anarquía misma que bajara de los cielos a imponerse. Mi padre escribió que la monarquía era una sociedad de socorros mutuos que habían formado unos cuantos grupos para usar del poder público. Eran los grandes capitales, la alta jerarquía del ejército, la aristocracia de sangre, la iglesia… Y el rey era el gerente de esa sociedad.

PETRA.- ¡Muy bien dicho! ¡Pero que muy requetebién! ¡Yo no lo habría dicho mejor!

SOLEDAD.- Claro. Pero, ¿en que se ha convertido esta república al final, sino en algo muy parecido? Sólo que como unos les han quitado algo de ese poder a otros, la cosa parece diferente: la alta jerarquía del ejército se ve disminuida frente a algunos partidos o sindicatos, y entonces se alza en armas; pero otros toman eso como excusa para liarse entre ellos, simulando unos estar de un lado y otros del otro lado. Pero todo ha acabado siendo lo más parecido a lo anterior: una sociedad de socorros mutuos, pero a piezas. Y todas las piezas muy furiosas, y sin límite alguno ni legal, ni moral, ni… personal.

PETRA.- Pues no sé yo, ¿eh? Eso de que la república y la monarquía son parecidas…

SOLEDAD.- No. No tenían por qué serlo. No iban a serlo. ¡Pero al final unos y otros entrando al parlamento con pistolas!

PETRA.- Bueno, que los hay brutos; pero entre que haya un rey y toda su gente, y sus empingorotados de tócame roque, o que haya una república de iguales donde sólo valga lo que cada uno se trabaja, no me vas a decir que…

SOLEDAD.- ¿De verdad te parece que eso es lo que tenemos? ¿En esa república que dices ibas a tener que dejar que te levantaran la falda los condes, los marqueses, o los secretarios de no sé qué comités de partidos temibles? Yo no veo del todo la diferencia.

PETRA.- Todo tiene su camino, compañera, y se avanza más por él en el carro de la república que en el de la monarquía. A lo mejor siempre va a haber clases, qué sé yo; pero puede ser que haya clases sin que unas manden a otras, ¿o no? Como no soy de muchos estudios, a lo mejor lo digo mal, pero lo que sí que veo claro es que eso de la autoridad a mí no me va. Pero ni para tenerla arriba ni para tenerla yo. Y cada pasito que se dé para tener menos, yo lo aplaudo. Pero a lo mejor a ti esto te viene mal, porque tú serás de las que a lo mejor dicen que sí a la república, pero sólo a un poquito de república, y lo que pasa ahora es que esta se te ha salido de madre.

SOLEDAD.- Todo lo contrario: quiero más república. No una aristocracia de partidos borrachos de su propia retórica que identifican el desacuerdo con el enojo o incluso con el crimen. Eso es una república débil de personas débiles, que cae bajo las garras de los buitres de siempre en cualquier momento. Como estamos viendo estos días.

PETRA.- Ah, bueno, lo que pasa es que yo no sé cómo se hace eso de más república.

ESCENA 10

ORTEGA, SOLEDAD, PETRA, EULOGIO

Entra ORTEGA por la derecha.

ORTEGA.- ¿Más república? ¡Buena idea! Aunque me da la impresión de que ya es un poco tarde.

(Continúa)