01 Nov El profesor y los camaradas – 8
Obra dramática en un acto
de Rafael Rodríguez Tapia
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(Continuación)
JUAN – Camarada, el camarada Ortega y Gasset no necesita que nadie le empuje a las líneas del frente de defensa de una república que él ha apoyado desde antes de su nacimiento.
ORTEGA.- ¿Y ustedes son…?
EULOGIO.- Eulogio Martínez, para servir a la república y al socialismo, albañil retirado, secretario de esta comisión del manifiesto por mis cojones.
ORTEGA.- Curiosa paradoja, ese nombre y esa forma de hablar.
JUAN.- El camarada Juan, maestro y pedagogo, presidente de esta comisión.
ORTEGA.- Ah, pues no se lo tome como cosa personal, pero la única ocasión en la que me apetece decir las palabrotas más sonoras de nuestro idioma es cuando antes oigo la palabra “pedagogo”. Ahora no tengo fuerzas, así que no se preocupe. Supongo, eso sí, por esta prosa un tanto rococó, que usted ha intervenido en la redacción de la cosa. De modo que hay que firmar este manifiesto.
JUAN.- Eso es.
ORTEGA.- ¿Y se han planteado ustedes que a lo mejor manejan un lenguaje que no significa nada? ¿Que se trata de una forma de decir las cosas equivalente, digamos, a “bendícenos, señor de los ejércitos” o “la perfectibilidad del alma humana”?
JUAN.- No le sigo, pero no me gusta su tono.
ORTEGA.- A mí tampoco me gusta el suyo; pero menos todavía me gusta ese léxico sumiso, esos tópicos que no sé si sabe usted que salen de ciertas filosofías en las que da la casualidad de que hay que estar versado para llegar a profesor… y que están muy lejos de ser admisibles, lo diré de una vez. ¿Lucha de clases? ¿Abolición de la propiedad privada? ¿Infraestructura? ¿Y por qué no “espíritu santo”, “resurrección de la carne” o “inmaculada concepción”?
JUAN.- Es usted un arrogante. Pero siga, siga. No se me va a olvidar que hemos venido aquí esta noche para que firme el manifiesto que como ciudadano leal de la república debería firmar.
ESCENA 4
ORTEGA, SOLEDAD, PETRA, EULOGIO, JUAN
PETRA y SOLEDAD entran por el pasillo de la derecha con una botella, unos vasos y una bandeja con comida. ORTEGA demora su respuesta, da dos pasos para aquí y dos para allí, y por fin resuelve.
ORTEGA.- Pues, señores, sepan que no pienso firmarlo.
Todos se sobresaltan al oír a ORTEGA. EULOGIO se ha levantado de su asiento como empujado por un resorte, y empuña fiero su revólver; ha llegado hasta ORTEGA prácticamente de un salto.
JUAN.- Pero… Esto no es posible. ¿Cómo no va a firmarlo?
EULOGIO.- Este es un faccioso, ya os lo decía yo.
ORTEGA le tiende la cuartilla a SOLEDAD, que deja la bandeja sobre una mesa, y la lee de inmediato.
ORTEGA (a EULOGIO)- Insiste usted en insultar gratuitamente. Podría uno preguntarse el beneficio que le reporta.
PETRA (a ORTEGA)- A este no le hables así, que se arrisca.
ORTEGA.- A lo mejor hasta conocen ustedes la obra de ese psicólogo vienés, Freud. Se lo diré de otro modo: dime de qué presumes y te diré de qué careces. ¿Así se entiende?
PETRA.- Así se entiende.
EULOGIO.- (a PETRA) Pues serás tú; pero yo sigo pensando que este no es trigo limpio.
JUAN.- Estamos complicando innecesariamente una toma de postura que, de no interferir dilaciones episódicas…
EULOGIO.- ¡Ya está bien! ¡Estoy harto de gilipolleces! Tú y tú: sentarse. ¡Niñas! ¡Sentarse también! Y tú, filósofo o lo que seas: ¿se puede saber si vas a firmar? ¿O va a haber que fusilarte?
EULOGIO apunta con el revólver a bocajarro a ORTEGA. Este ni se inmuta. SOLEDAD intenta interponerse. Los demás se sientan.
ORTEGA.- ¿Usted qué cree que prefiero? ¿Un tiro limpio de una vez, o seguir con la convalecencia? Ya sabe: si no le importa, mejor aquí, por el hígado.
JUAN.- Esto es una decepción. ¿Por qué? ¿Por qué?
EULOGIO (a ORTEGA)- Eso, a ver, dile a este por qué.
ORTEGA.- Muy bien. Yo puedo dar mis razones. Pero sería esta la primera vez que lo hago ante la boca de un arma de fuego.
(Continúa)