15 Nov El profesor y los camaradas – 9
Obra dramática en un acto
de Rafael Rodríguez Tapia
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(Continuación)
EULOGIO.- Bueno.
EULOGIO baja su revólver.
ORTEGA.- Y para que vean que no son meras manías de viejo, o de «burgués», ni siquiera lo voy a hacer yo. Ustedes han visto que no he podido hablar con mi hija, que ha leído el manifiesto ahora mismo. SOLEDAD, por favor: di a estos señores por qué no puedo firmarlo.
SOLEDAD (maquinalmente, rutinaria).- Contiene tres llamadas claras y otras tantas implícitas a la colectivización de la propiedad privada, de cualquier propiedad privada; propone rotundamente la prohibición de los cultos religiosos y la penalización de sus practicantes; castiga el desacuerdo político al mismo nivel que el asesinato o el homicidio. Otorga la soberanía a las asambleas de soldados, obreros y campesinos, ignorando cualquier otra voluntad. Se dirige, por encima de todo y en conjunto, al fortalecimiento del estado, y olvida la nación.
Todos quedan en silencio unos segundos. PETRA va sirviendo vasos de aguardiente y los alcanza a los demás.
EULOGIO (a PETRA)- ¿Qué ha dicho?
ORTEGA.- Cualquiera que conozca aunque sea someramente mi pensamiento, sabe que yo no puedo firmar una monstruosidad así.
JUAN.- ¿Monstruosidad? Cómo va a ser una monstruosidad, si es un texto aprobado en el comité, cuyo rechazo ya es signo, por sí solo, de…
ORTEGA.- ¿De qué? ¿De que ya se aplican sus propuestas antes de ser promulgado? ¿Qué le pasará al que lo rechace? ¿Será como un homicida, quizá? Yo no firmé por esa república. Yo no traje esa república. Yo no firmaré por esa república.
EULOGIO.- La república es la que es. ¿Por qué tendría que haber un señor que dijera cómo tenía que ser?
ORTEGA.- Vale lo mismo decir: ¿por qué tendría que ser un comité el que lo dijera?
EULOGIO.- Un comité es la reunión de los obreros. Quién va a tener más derecho que los obreros a decidir cómo tiene que ser la república de los obreros.
ORTEGA.- ¿Y su madre es un obrero? ¿Por qué apartarla a ella de las decisiones?
EULOGIO.- A la madre ni mentarla, ¿eh? Ni mentarla. Yo no he mentado la suya.
ORTEGA.- Es verdad, se ha limitado a pegar a mi hija.
PETRA.- Vamos a calmarnos. Eulogio, vete para esa parte. Ortega, sentado, que se te ve que no estás en condiciones. Y al Eulogio ni caso, que está desatornillao.
ESCENA 5
ORTEGA, SOLEDAD, PETRA, EULOGIO, JUAN
Con los vasos de aguardiente y alguno con una loncha de jamón en la mano, se acomoda cada uno en su posición salvo JUAN, que pasea nervioso.
JUAN.- Vamos a ver, vamos a ver. Esto está tomando un cariz inesperado.
ORTEGA.- Pues no sé si lo lamento. A mí me está sentando bien, se lo aseguro. Puede que acabe… de besugo, como dicen los niños a los cadáveres de ahí enfrente, en los altos del hipódromo, pero de momento me alivia los dolores.
JUAN.- Vamos a organizarnos, que nos hemos hecho un lío. A ver si nos entendemos.
SOLEDAD.- ¡La frasecita! Cada vez que se pronuncia, alguien se lía a tortas.
EULOGIO.- Cuidado, que como sigas con ese tonito te cae otra.
SOLEDAD salta hacia EULOGIO.
SOLEDAD.- A ver si vas a ser tú el que cobre, matón de mierda…
ORTEGA se interpone, cortando brusco.
ORTEGA.- ¡Deberíamos dejar lo de los golpes de una vez!
EULOGIO.- Eso digo yo, de una vez.
ORTEGA.- Aunque usted todavía tiene uno por recuperar, ¿verdad? Quizá está mejor callado.
EULOGIO.- Cómo se nota el que está acostumbrado a mandar… No venga luego diciendo que…
JUAN.- Ya es suficiente. (A PETRA) ¿Por qué no vas a traer algo a lo que se pueda llamar cena? Con esto se nos va a subir el aguardiente a la cabeza. Vamos, ¡ya!
SOLEDAD.- ¡Viva la igualdad de sexos!
PETRA SALE por el pasillo de la derecha.
(Continúa)