EL PROFESOR Y LOS CAMARADAS

Obra dramática en un acto 

Autor:

Rafael Rodríguez Tapia

  

NOTA: La difusión de esta obra en esta página web NO autoriza a su representación.

  

PERSONAJES

 

  • José Ortega y Gasset, filósofo, profesor, ensayista, 53 años
  • Soledad Ortega Spottorno, hija de José, 21 años
  • Juan, maestro y pedagogo, cuadro de un partido revolucionario, 28 años
  • Petra, empleada del comercio, afiliada a la CNT, 30 años
  • Eulogio, albañil de baja, falangista encubierto, 40 años

  

La acción se desarrolla en la noche del 23 de julio de 1936 en un amplio salón de la Residencia de Estudiantes de Madrid. Efectos de luz y escenográficos permitirán, en los momentos señalados, que en ese mismo salón veamos, estilizada, la que pudo haber sido celda en la que murió Sócrates.

 

ESCENA 1

Todavía en OSCURO, oímos procedente de fuera de escena a

ORTEGA (fuera).- ¡Soledad! ¡Soledad!

SOLEDAD enciende una lámpara que está junto al sofá en el que, ahora con luz, vemos que ella ha estado durmiendo apenas cubierta por una colcha. Cerca, una mesa con libros y cuadernos abiertos delata una noche de trabajo. Estamos en un gran salón de la Residencia de Estudiantes de Madrid, en la noche del 23 de julio de 1936. En diferentes orientaciones, varias mesas y sillones que se utilizarán en su momento. Pero todo ello, con esta precaria iluminación, tiene un aspecto algo irreal, fabuloso, quizá parecido al que pudiera tener la celda en la que Sócrates da su última charla según el diálogo platónico titulado “Fedón”. SOLEDAD intenta orientarse.

ORTEGA (fuera).- ¡Soledad!

SOLEDAD se levanta como por la acción de un resorte.

SOLEDAD.- Voy, papá.

SOLEDAD se dirige a una mesa del fondo sobre la que hay frascos y vasos. Prepara una mezcla de medicinas. ORTEGA entra en escena: con 53 años vigorosos pero en ese momento quebrantados por una reciente operación de vesícula, se adivina en él hasta vestido con un batín de verano al elegante de exquisitos modales que viste pantalones ligeros pero no de pijama, y camisa informalmente abotonada.

ORTEGA.- Nunca se sabrá si la convalecencia de una operación es curarse de lo que se tenía antes o de lo que han hecho los cirujanos con uno.

SOLEDAD.- Es normal, papá. Se nos ha pasado la hora. Con un sorbo de esto, verás cómo en un rato estás bien.

ORTEGA bebe de un vaso que SOLEDAD le pasa. A continuación renquea hasta una butaca, en la que se sienta.

ORTEGA.- Lo malo es que ahora ya me quedo desvelado. Más me vale seguir con lo que estábamos, o si no me voy a volver loco.

SOLEDAD.- Pero si son las tres de la madrugada.

ORTEGA.- Ah, si tú no puedes, no digo nada.

SOLEDAD.- ¿Cómo que no puedo? ¿Qué se habrá creído el carcamal? Mil veces más que tú. Pero si luego tienes que volver al hospital no me eches a mí la culpa.

ORTEGA.- Qué más dará. Mucho me temo que no van a quedar hospitales ni nada que se le parezca. ¿Ha llamado tu madre? ¿O tu tío?

SOLEDAD.- Nada de momento. Pero estarán bien. Todo va a ir bien, papá. Esto que está pasando…, quedará en nada, ya verás.

Las ventanas se iluminan fugazmente con las luces de unos automóviles que oímos pasar por el exterior. Además oímos exclamaciones irreconocibles de tono festivo, algunos disparos, y fragmentos de himnos revolucionarios. Todo ello se aleja inmediatamente, pero atemoriza durante unos instantes a ORTEGA y a SOLEDAD.

ORTEGA.- ¿A qué estamos?

SOLEDAD.- A veintidós. No sé. A veintitrés de julio.

Ambos se sumergen brevemente en sus sombríos pensamientos. ORTEGA reacciona de pronto, de modo casi antinatural, conscientemente forzado.

ORTEGA.- Es la sintaxis la que nos permite fabricar argumentos a favor y en contra de una misma cosa.

SOLEDAD corre a la mesa de los libros y los cuadernos, se sienta ante ella y se dispone a tomar notas. Coge la colcha con la que antes se cubría y se viste con ella informalmente, de un modo que recuerda al uso de las togas o las capas de la antigüedad.

 

(Continúa)