15 Mar LA CULPA, EL COLECTIVO Y LA MENTIRA: OBJETO A BAUMAN (2)
Micaela Esgueva
Pero me interesa también la mentira.
No doy por acabada la discusión sobre la culpa si ahora me dirijo provisionalmente a exponer ciertos aspectos de la mentira que también me preocupan: sólo avanzando algo por este camino se puede avanzar algo más en el otro. Porque sucede que esa caótica atribución de culpa histórica, causante de tanto atasco del pensamiento, tiene uno de sus pies firmemente plantado sobre la mentira. ¿De qué mentira hablo? De una muy evitable, y con muchos amigos, o quizá víctimas, en la filosofía de hoy. ¿Cómo caracterizarla? Quizá valga, provisionalmente, representarse la escena siguiente: mientras intentamos descifrar la traducción que hizo Gaos de Ser y Tiempo, pasan horas y horas, y días y días, y se suceden las estaciones, que apenas percibimos por las ventanas de nuestra biblioteca. Todavía estamos preguntándonos por la posibilidad de traducir «Dasein» por «estar» cuando, de pronto, suenan las sirenas ciudadanas: nos convocan a todos en la calle para unirnos a una protesta. ¿Qué protesta? Da igual: si es una protesta, es que alguien «habrá hecho algo» (y cojo esta frase hecha con toda intención, como intentaré explicar más adelante). ¡Y cómo vamos a permitir que alguien haga algo! Y nos unimos a la protesta. No dejemos de observar que a un lado del plano hay unos cuantos compañeros que hacen el túnel y apalean con periódicos al que no se une, o simplemente parece que no se une a la protesta; pero le apalean en nombre del progreso y de la justicia (no es invención literaria: en 2008, convocada una huelga de estudiantes y personal en la facultad de filosofía de la UCM, un grupo de élite de los convocantes se apostó ante la puerta del edificio haciendo túnel y aporreando a todo el que había desobedecido la orden de huelga, desconociendo la similitud de su comportamiento con los numerosos e idénticos túneles de aporreamiento, bien que no con periódicos, que los grises habían hecho en ese mismo lugar hasta tres décadas antes, y en muchos casos a las mismas víctimas, ahora ya profesores). Al disiparse la concentración nos enteramos por fin de la causa protestada: puede ser ese especial «terrorismo machista» español, o quizá el crecimiento del agujero de la capa de ozono; la verdad es que no importa mucho. Lo que importa es que ninguno de los ratones de biblioteca presentes ha leído los datos contrastados ni de una cosa ni de otra. Algún mediador interesado, eso sí, ha hecho llegar no sólo a los ratones de biblioteca sino a todos los demás, el sesgo de datos, o la selección, o la interpretación, o ni siquiera esto: las conclusiones desviadas, ajenas a los datos, acerca de cualquier problema del que en ese momento interese hablar.
Hablar de la mentira que me preocupa, suelo de la culpa que a su vez es combustible del crimen, obliga a hablar del complicado mapa de las actividades intelectuales futuras. Estas no podrán seguir siendo Ser y Tiempo, si es que ahora mismo elegimos no volver a los años treinta. No vamos a caer en el simplismo y en la vulgaridad de condenar esa dedicación a esos temas precisamente en aquellos momentos, quizá los más críticos de la vida colectiva europea de la que tenemos noticia. Pero eso no nos impedirá desear o proponer que si en una próxima ocasión la vida de todos se ve enrarecida de modo similar a como lo fue entonces, estemos muy avisados para dedicar el pensamiento a ese enrarecimiento, y no a mirarse a sí mismo. Me parece que aunque muy frecuentemente el pensamiento de hoy dé la impresión de no estar escribiendo Ser y Tiempo, y baje a menudo a la calle a protestar, no sabe de qué protesta cuando lo hace. Se cree, directa y sencillamente que España es el país con peor «terrorismo machista» de Europa, y protesta por ello, cuando lo cierto es que es el que tiene las mejores cifras de todos los europeos. La sola mención de este dato real despierta escepticismo, risas y hasta sospechas. Sin embargo, como una muy señalada filósofa y feminista decía hace poco, «una mentira por una buena causa no sólo es legítima sino obligatoria, y las víctimas inocentes son un pago que tenemos que aceptar». Y no se refería precisamente a ese dilema kantiano que para nosotros no puede resultar más que cándido. ¿Otra vez con esas? ¿Es que no nos suena de nada? ¿Quién puede pensar que está del lado del progreso, del futuro, de la humanidad, hablando igual que… Goebbels?
Se ha fomentado la mentira indirecta, de consecuencias graves para la imagen que una sociedad tiene de sí misma, absolutamente deprimente, oscura y destructiva (pero, eso sí, para beneficio y fiestas de ciertos lobbies). Con «mentira indirecta» quiero decir que ninguno de los portavoces protagonistas reconoce en público la verdad, pero tampoco profiere la mentira con todas sus letras: da a entender, sugiere, asusta, impresiona, repite y repite la sugerencia, la insinuación, y al final son otros los que difunden la mentira: las mismas víctimas de ella, en muchos casos, las víctimas potenciales del temible crimen, que ya se comportan como si hubieran sido tales víctimas. El escritor norteamericano Richard Wright cuenta en sus memorias: «A los diecisiete años todavía no había conocido a ningún blanco, más allá de los que paseaban al otro lado del río; pero ya sentía hacia todos los blancos el mismo asco y el mismo odio que habría sentido si toda mi vida me hubieran estado apaleando y gritando y esclavizándome, sólo por las historias que en mi barrio contaban los muchachos más aguerridos». Creo que es difícil poner mejores palabras para describir el fenómeno. ¿Quién ha dicho que la palabra no tiene poder? Que pruebe a repetir lo que dice. Hubo cierto tiempo en la historia de Europa en que se usó exactamente la misma táctica de modo general. Es posible que hoy mismo se esté usando igual.
(Continúa)