LA CULPA, EL COLECTIVO Y LA MENTIRA: OBJETO A BAUMAN (y 5)

Micaela Esgueva

Es verdad que esto no es exigible sólo a los filósofos, sino a los ciudadanos en general. En mi opinión, tanto como estos ciudadanos para desempeñar su papel de tales, los filósofos no pueden aceptar la ignorancia o la estúpida simplificación de los mediadores de conocimientos autoerigidos en ese papel. Hay muestras de su ineficacia hasta la asfixia; y hay muestras de la degradación del papel del filósofo, a causa de esa ignorancia aceptada, hasta el desánimo.

Las ciencias, y la filosofía, y la ciudadanía en general aceptaron en los años treinta una amplia colección de mentiras y de insinuaciones, que llevaron a uno de los asesinatos colectivos más grandes que conocemos. «Fallaron todos los mecanismos de freno y control», dice Bauman. Luego viene el reparto de culpas, nunca muy bien explicado; porque hoy en día, aparte de esa retórica lacrimosa, no sólo se ha mantenido, sino que se ha intensificado el ataque a la individualidad, mediante adscripciones a grupos de todo tipo, prescritas desde todos los flancos de la política; se sigue controlando la libre reflexión mediante la adjudicación de culpa difusa y generalizada; y se sigue negando, o se niega todavía más que antaño el acceso al conocimiento, ahora que por fin la escolarización es prácticamente universal en occidente, mediante unos programas de enseñanza tacaños, malintencionados y confeccionados en suma por lo más granado de una pedagogía que ha sido puesta en esa función igual que si se le hubiera concedido a un testigo de Jehová el cargo de gerente de la Organización Nacional de Trasplantes. De nuevo unos mediadores de conocimientos. Estoy convencida de que una educación adecuada relegaría al olvido a estos y a todos los demás mediadores interesados. 

A lo mejor este es un buen punto de partida para no repetir aquellos años treinta: primero, una verdadera filosofía de la educación; luego, el resto de la filosofía. Durante unos momentos habíamos creído estar por fin encontrando una nueva tierra que arar, lejos de los sembrados en los que se cultivó nuestra amargura. Pero la educación vuelve siempre. ¡Qué maldición! Nunca se insistirá demasiado en la necesidad de derribar los muros que la enseñanza ha construido alrededor de sí misma, y que todo el mundo esté esperando sentado en el exterior, atento a lo que va a ver en cuanto esos muros caigan, como en la célebre escena de la película MASH. Igual que en esta escena, se verá de pronto que esa puritana, mojigata y pusilánime pedagogía tiene los mismos atributos sexuales que el resto de las actividades humanas, y en absoluto es esa especie de matraz donde se decanta toda la pureza y perspicacia del mundo. 

Hay que insistir una y otra vez: si al final todos somos culpables de todo lo que es malo, incluyendo las víctimas de esa maldad, qué hacemos con los que de verdad sí que son culpables como personas individuales que han prescindido de su capacidad moral y de su responsabilidad social; y no es baladí localizar el origen de esta dispersión de culpa, que se da desde hace décadas y se potencia y se alimenta, en primer lugar, en las nociones que se manejan como indiscutibles en el mundo de la retórica pedagógica triunfante. Pero obsérvese que no muchas veces se ha dado en las instituciones básicas de nuestra sociedad una discrepancia de tal calibre entre lo que la institución convierte en palabrería defensiva de sí misma, y vende como doctrina revelada, y los verdaderos intereses de la población que necesita y desde luego alimenta y sostiene esa institución con la finalidad que se supone que va a cumplir. Naturalmente que esa palabrería está suficientemente bien diseñada como para tener éxito en muchos casos y para conseguir haberse hecho con una cierta proporción de la población algo a modo de mercado cautivo, que no es capaz de comprender que los deberes para casa no son un mecanismo de opresión, la transmisión de conocimientos no es el adoctrinamiento en políticas reaccionarias y hasta que jugar al fútbol no es una actividad de fomento del machismo. A falta de causas, como tantas veces se ha analizado, muchas gentes son capaces de apuntarse a lo primero que se cruce por delante, y no digamos si sus hijos están implicados: se llega a ese extremo de considerar malos tratos encargar unas sumas «para mañana». Así, como analizamos en otros lugares, y a base de ladrillos como estos, aparentemente tan triviales y domésticos, de aspecto tan poco explosivo, es como se construye de verdad la personalidad que, casi paradójicamente, está dispuesta a admitir que es culpable de todos los males de este mundo.

Y los verdaderos culpables siguen impunes. No nos queda más remedio que repetirlo: al final, lo que se impone es la maldición de la educación.

A lo mejor hay relación entre el desprecio al esfuerzo individual sobre el que se basan los ideólogos de las facultades de educación actuales y la disolución de la culpa en masas de colectivos. 

¿Y el código penal, qué opina de esto?