Alexis de Tocqueville: El Antiguo Régimen y la revolución

Alianza editorial, libro de bolsillo, 1982. Traducción de Dolores Sánchez de Aleu.

Aunque hayan sido muy diferentes los destinos respectivos de la nobleza y de la burguesía, se han parecido en un punto: el burgués acabó por vivir tan apartado del pueblo como el noble. Lejos de acercarse a él, rehuyó el contacto de sus miserias; en lugar de unirse estrechamente a él para lucharen común contra la desigualdad común, no hizo más que crear nuevas injusticias para su propio uso; así le hemos visto tan celoso para obtener exenciones, como al noble para conservar sus privilegios. Aquellos campesinos de cuyo seno había salido, no sólo eran ahora extraños para él, sino, por así decirlo, desconocidos; solamente después de haberles puesto las armas en la mano, se dio cuenta de que había excitado pasiones que ni siquiera había imaginado, que era tan impotente para contenerlas como encauzarlas, y de las que había de ser víctima tras haber sido el promotor.

En todas las edades de la historia producirán asombro las ruinas de esa gran casa, Francia, que parecía destinada a extenderse por toda Europa; pero quienes lean atentamente su historia comprenderán fácilmente su caída. Casi todos los vicios, casi todos los errores, casi todos los funestos prejuicios que acabo de describir debieron, en efecto, su nacimiento, su duración o su desarrollo al arte de la mayoría de nuestros reyes para dividir a los hombres, a fin de gobernarlos más absolutamente.

Pero, cuando el burgués estuvo tan aislado del noble, y el campesino del gentilhombre y del burgués; cuando por efecto de un proceso análogo y continuo en el seno de cada clase se habían producido en el interior de cada una de ellas pequeñas agrupaciones particulares, casi tan aisladas unas de otras como las clases estaban entre sí, se encontró que el todo no formaba, sin embargo, más que una masa homogénea pero cuyas partes no se hallaban unidas entre sí. Ninguna organización más a propósito para entorpecer la acción del gobierno; ninguna, tampoco, menos adecuada para apoyarla. De tal suerte que el edificio entero de la grandeza de aquellos príncipes se derrumbó todo a un tiempo y en un momento, tan pronto como se conmovió la sociedad que le servía de base.