E. Kant: Comienzo presunto de la historia humana

En E.Kant: Filosofía de la historia, Fondo de Cultura Económica. 1941-2000. Trad. de Eugenio Ímaz. Págs. 87-89.

El tercer deseo, o más bien la nostalgia vana (porque ya se sabe que tal deseo jamás será satisfecho), es esa fantasmagoría, tan cantada por los poetas, de la edad de oro; en la que nos libraríamos de todas esas necesidades artificiosas con que nos sobrecarga el lujo, en la que nos contentaríamos con la pura necesidad natural y reinaría una completa igualdad de los hombres, una paz perpetua, en una palabra, el puro goce de una vida despreocupada, ociosamente soñadora o infantilmente retozona -nostalgia que hace tan atractivos los robinsones y los viajes a las islas del Sur, pero que demuestra, en general, el tedio que el hombre que piensa siente ante la vida civilizada cuando trata de apreciar su valor por sólo el goce, y pone el contrapeso de la pereza cuando la razón trata de recomendarle que preste valor a la vida mediante acciones. La vacuidad de este deseo de retorno a una época de sencillez e inocencia se hace bien patente con la descripción que hemos trazado del estado original: el hombre no puede mantenerse en él porque no le satisface; y menos le atrae volver a él; de suerte que el estado actual de penalidades tiene que reprochárselo a sí mismo y a su propia elección.

Por lo dicho, sólo aquella representación de su historia que le haga ver al hombre que no tiene por qué echar la culpa a la Providencia de los males que le afligen, le será provechosa y útil para su instrucción y perfeccionamiento; y que no tiene derecho, tampoco, a colgar un pecado original a sus primeros padres por el cual la posteridad hubiera heredado una inclinación a transgresiones parecidas (puesto que las acciones del arbitrio nada hereditario pueden traer consigo) sino que, por el contrario, tiene que reconocer como suyo, con pleno derecho, lo que aquellos hicieron e imputarse a sí mismo toda la culpa de los males que se originaron del abuso de su razón, ya que puede cobrar conciencia plena de que, en las mismas circunstancias, se hubiera comportado del mismo modo, y su primer uso de la razón hubiera consistido (aun contra la indicación de la Naturaleza) en abusar de ella.

E. Kant: Comienzo presunto de la historia humana.

En E.Kant: Filosofía de la historia, Fondo de Cultura Económica. 1941-2000. Trad. de Eugenio Ímaz. Págs. 87-89.

El tercer deseo, o más bien la nostalgia vana (porque ya se sabe que tal deseo jamás será satisfecho), es esa fantasmagoría, tan cantada por los poetas, de la edad de oro; en la que nos libraríamos de todas esas necesidades artificiosas con que nos sobrecarga el lujo, en la que nos contentaríamos con la pura necesidad natural y reinaría una completa igualdad de los hombres, una paz perpetua, en una palabra, el puro goce de una vida despreocupada, ociosamente soñadora o infantilmente retozona -nostalgia que hace tan atractivos los robinsones y los viajes a las islas del Sur, pero que demuestra, en general, el tedio que el hombre que piensa siente ante la vida civilizada cuando trata de apreciar su valor por sólo el goce, y pone el contrapeso de la pereza cuando la razón trata de recomendarle que preste valor a la vida mediante acciones. La vacuidad de este deseo de retorno a una época de sencillez e inocencia se hace bien patente con la descripción que hemos trazado del estado original: el hombre no puede mantenerse en él porque no le satisface; y menos le atrae volver a él; de suerte que el estado actual de penalidades tiene que reprochárselo a sí mismo y a su propia elección.

Por lo dicho, sólo aquella representación de su historia que le haga ver al hombre que no tiene por qué echar la culpa a la Providencia de los males que le afligen, le será provechosa y útil para su instrucción y perfeccionamiento; y que no tiene derecho, tampoco, a colgar un pecado original a sus primeros padres por el cual  la posteridad hubiera heredado una inclinación a transgresiones parecidas (puesto que las acciones del arbitrio nada hereditario pueden traer consigo) sino que, por el contrario, tiene que reconocer como suyo, con pleno derecho, lo que aquellos hicieron e imputarse a sí mismo toda la culpa de los males que se originaron del abuso de su razón, ya que puede cobrar conciencia plena de que, en las mismas circunstancias, se hubiera comportado del mismo modo, y su primer uso de la razón hubiera consistido (aun contra la indicación de la Naturaleza) en abusar de ella.