El clásico 17

Arthur Schopenhauer: El mundo como voluntad y representación. Apéndice, pág 1. Ed. Akal, 2005. Trad de Rafael-José Díaz Fernández y Mª Montserrat Armas Concepción.

Es mucho más fácil señalar en la obra de un gran espíritu las equivocaciones y errores que ofrecer un desarrollo claro y completo de su valor. Pues las equivocaciones son algo particular y limitado, que puede abarcarse perfectamente. En cambio, el sello que el genio imprime a sus obras consiste en que su excelencia es insondable e inagotable; de ahí que estas se conviertan en preceptoras que no envejecen a lo largo de muchos siglos. La obra maestra acabada de un espíritu verdaderamente grande siempre producirá un efecto profundo y radical sobre todo el género humano, tanto que no se puede calcular hasta qué siglos y países remotos puede alcanzar su influjo iluminador. Esto siempre será así porque, por muy culta y rica que sea la época en que surge la obra maestra, el genio siempre aparecerá elevado sobre ella como una palmera sobre el suelo en que hunde sus raíces.

Sin embargo, un efecto como este, tan profundo y extendido, no puede producirse de repente, debido a la gran distancia que hay entre el genio y el hombre común. El conocimiento que un único hombre extrajo en una sola generación directamente de la vida y del mundo, que conquistó y presentó conquistado y elaborado a los demás, no puede, sin embargo, convertirse inmediatamente en propiedad de la humanidad, pues esta no tiene tanta capacidad para recibir como aquel para dar. Al contrario: una vez ganada la lucha contra adversarios indignos que le disputan la vida a lo inmortal ya desde su nacimiento, y quieren ahogar en su germen mismo la salvación de la humanidad (como la serpiente en la cuna de Hércules), aquel conocimiento antes que nada ha de abrirse camino a través de incontables interpretaciones falsas y de aplicaciones torcidas, ha de resistir los intentos de vincularlo con antiguos errores y, así, vivir en lucha permanente, hasta que nazca una generación nueva e imparcial que reciba gradualmente, ya desde la juventud y a partir de miles de canales desviados, parte del contenido de aquella fuente, lo asimile poco a poco y participe de este modo del beneficio que estaba destinado a afluir desde aquel gran espíritu a la humanidad. Así de lenta avanza la educación del género humano, del discípulo tardo y a la vez recalcitrante del genio. Y así, también, toda la fuerza y la importancia de la doctrina de Kant no se evidenciarán sino con el tiempo, cuando algún día el espíritu de la época, por el influjo de su doctrina, se vaya transformando poco a poco, se modifique en lo más importante y en lo más íntimo, y dé vivo testimonio del poder de ese espíritu gigantesco.