El clásico 23

Max Weber: La ética protestante y el espíritu del capitalismo.  Ed. Istmo, 1998. Edición de Jorge Navarro Pérez. Págs. 247 y ss.

 

El ascetismo protestante intramundano (…) dirigió toda su energía contra el disfrute natural de las propiedades, frenó el consumo y en especial el lujo. Por el contrario, descargó psicológicamente a la adquisición de bienes de los obstáculos de la ética tradicionalista, rompió las cadenas del afán de lucro al legalizarlo y considerarlo (…) querido por Dios. La lucha contra el deseo carnal y el apego a los bienes exteriores no era, tal como testimonia expresamente (junto a los puritanos) Barclay, el gran apologeta del cuaquerismo, una lucha contra el lucro racional, sino contra el uso irracional de las propiedades. Tal uso era sobre todo la valoración de las formas ostensibles del lujo (a las que se consideraba idolatría), en vez de uso racional y utilitario, querido por Dios, para los fines de la vida del individuo y de la colectividad. El ascetismo no quería imponer a los propietarios la mortificación, sino el uso de sus propiedades para cosas necesarias y útiles de manera práctica. El concepto de «comfort» abarca de una manera característica el círculo de los usos lícitos desde el punto de vista ético, y naturalmente no es casualidad que se haya observado con la mayor claridad el desarrollo del estilo de vida que se adhiere a ese concepto precisamente entre los representantes más coherentes y tempranos de toda esa concepción de la vida: los cuáqueros. Al oropel y relumbrón de la pompa caballeresca, que, levantada sobre una base económica poco sólida, prefiere la elegancia deslucida a la sencillez sobria, le contrapusieron como ideal la comodidad más limpia y sólida del home burgués.