01 Ene El clásico 25
Alexis de Tocqueville: El Antiguo Régimen y la Revolución. Alianza editorial, 1982. Trad. de Dolores Sánchez de Aleu.
Todas las reformas sociales y administrativas llevadas a cabo por la Revolución ya fueron concebidas por ellos [los economistas] antes de que se abriera paso en su espíritu la idea de las instituciones libres. Es cierto que se muestran favorables al libre cambio de productos, al laisser faire o al laisser passer en el comercio y en la industria; pero a las libertades políticas propiamente dichas, ni siquiera pensaban en ellas, e incluso, cuando tal idea les asaltaba por casualidad, la desechaban inmediatamente. Casi todos se manifiestan enemigos de las asambleas deliberantes, de los poderes locales y secundarios, y en general de todos esos contrapesos establecidos en distintas épocas en todos los pueblos libres para equilibrar la acción del poder central. «En un gobierno, el sistema de los contrapesos -dice Quesnay- es una idea funesta.» «Las especulaciones por virtud de las cuales se ha imaginado el sistema de los contrapesos, son quiméricas», afirma un amigo de Quesnay.
La única garantía que inventan contra el abuso del poder, es la educación pública; pues -como dice también Quesnay- «el despotismo es imposible en un país culto». «Víctimas de los males que acarrean los abusos de la autoridad -dice otro de sus discípulos-, los hombres han inventado mil medios totalmente inútiles, y han descuidado el único verdaderamente eficaz, que es la enseñanza pública general continua de la justicia por esencia y del orden natural.» Con este pequeño galimatías literario creen que pueden suplir todas las garantías políticas.
(…)
Turgot mismo, a quien su grandeza de alma y sus cualidades colocan muy por encima de los demás, tampoco siente un gran amor por las libertades políticas, o lo manifiesta ya tarde, cuando el sentimiento público se lo sugiere. Para él, como para la mayoría de los economistas, la primera garantía política es una determinada instrucción pública dada por el Estado conforme a ciertos procedimientos y a un determinado espíritu. La confianza que tiene en esta especie de medicación intelectual o, como dice uno de sus contemporáneos, en el mecanismo de una educación conforme a los principios, no conoce límites. «Me atrevo a responderos, Sire -dice en una memoria en que propone al rey un plan de esta clase-, que en un plazo de diez años vuestro pueblo estará desconocido y que aventajará infinitamente a todos los demás por su ilustración, por sus buenas costumbres, por el celo inteligente que mostrará en vuestro servicio y en el de la patria (…).»