El clásico 27

Séneca: Sobre la brevedad de la vida. Escolar y Mayo editores S.L. 2019. Trad. de Alfonso Catapa.

 

Sólo quienes gozan de serenidad están desocupados y pueden llegar a ser sabios, y sólo ellos son los que viven, porque no sólo aprovechan su tiempo, sino que le añaden todas las edades, haciendo suyos todos los años que han pasado. Si no somos ingratos, es obligado confesar que aquellos clarísimos inventores de las sagradas ciencias nacieron para nuestro bien y encaminaron nuestra vida: con trabajo ajeno somos adiestrados al conocimiento de cosas grandes, sacadas de las tinieblas a la luz. Ningún siglo nos está prohibido, en todos somos admitidos, y si con grandeza de ánimo quisiéramos salir de los estrechos límites de la imbecilidad humana, hay mucho tiempo en el que poder espaciarnos. Podremos disputar con Sócrates, argumentar con Carnéades, aquietarnos con Epicuro, vencer con los estoicos la inclinación humana, mejorarla con los cínicos, y andar juntamente con la naturaleza en compañía de todas las edades. ¿Cómo, pues, en este breve y caduco tránsito del tiempo no nos entregamos de todo corazón a aquellas cosas que son inmensas y eternas y nos ponen en comunicación con los mejores?

Estos que pasan de un oficio a otro, inquietándose a sí mismos y a los demás, cuando su locura haya llegado a lo máximo, y hayan entrado por todas las puertas que encontraron abiertas, cuando hayan ido por muchas casas, haciendo sus interesadas visitas, ¿a cuántos podrán ver en tan inmensa ciudad, divertida en múltiples deseos? ¿Cuántos no habrá cuyo sueño, lujuria o mera descortesía los deseche? ¿Cuántos que, después de atormentarles haciéndoles esperar, no se escaparán fingiendo que tienen prisa? ¿Cuántos que, para no salir por el zaguán, repleto de paniaguados, huirán por secretas puertas falsas, como si no fuera más inhumano engañar que despedir? ¿Cuántos, soñolientos y pesados por la embriaguez de la noche anterior, entre arrogantes bostezos, sin apenas abrir los labios, pagarán con un gesto de indiferencia a los miserables que perdieron su sueño por guardar el ajeno? Sólo se detienen en verdaderas ocupaciones quienes se precian de tener siempre por amigos a Zenón, Pitágoras, Demócrito, Aristóteles, Teofrasto y los demás sabios eminentes en las buenas ciencias. Ninguno de estos dirá que no tiene tiempo, ni dejará de volver más amante de sí al que se acerque a ellos. No consentirán que vuelvan con las manos vacías quienes entablen trato con ellos.

(…)

A estos se los puede encontrar de día y de noche, en todas las horas del día, y ninguno te obligará a morir, pero todos te enseñarán a hacerlo.