El clásico 28

Michel de Montaigne: Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay). El Acantilado, 2007. Trad. de J. Bayod Brau. Libro I, cap IX: Los mentirosos

A nadie le cuadra menos ponerse a hablar sobre la memoria. En efecto, casi no reconozco traza alguna de ella en mí, y no creo que haya otra en el mundo tan extraordinaria en flaqueza. Mis restantes características son viles y comunes, pero en esta creo ser singular y rarísimo, y digno de adquirir nombre y reputación. Además del inconveniente natural que sufro por este motivo (…), si en mi país se quiere decir que un hombre carece de juicio, se dice que no tiene memoria, y cuando me quejo del defecto de la mía, me riñen y no me creen, como si me acusara de ser insensato. No ven diferencia alguna entre memoria y entendimiento. (…) Es cierto que puedo olvidar fácilmente, pero descuidar el encargo que me ha encomendado mi amigo no lo hago.

(…)

Encuentro algún consuelo. En primer lugar, porque se trata de un mal del que he extraído la razón principal para corregir un mal peor, que se habría producido fácilmente en mí, que es la ambición. (…) [Si mi memoria] me hubiera ofrecido un buen respaldo, habría ensordecido a todos mis amigos con mi cháchara. (…) Lo compruebo con el ejemplo de algunos amigos íntimos. En la medida que la memoria les brinda el asunto entero y presente, remontan tan atrás la narración, y la cargan con tantas vanas circunstancias, que, si el relato es bueno, ahogan su bondad; si no lo es, no puedes sino maldecir o su venturosa memoria o su desventurado juicio. Y es difícil detener e interrumpir un discurso una vez que se ha echado a andar. Y en nada se reconoce mejor la fuerza de un caballo que en la manera que se detiene de golpe y en seco. (…) Sobre todo, son peligrosos los ancianos, que conservan el recuerdo de las cosas pasadas pero han perdido el de sus repeticiones. He visto cómo relatos muy agradables en boca de cierto señor se volvían muy aburridos, pues todos los presentes se los habían tragado cien veces.

En segundo lugar, porque me acuerdo menos de las ofensas recibidas, como decía aquel antiguo. (…) Y porque los parajes y los libros que vuelvo a ver me sonríen siempre como una fresca novedad.

No sin razón se dice que si alguien no siente su memoria lo bastante firme, no debe meterse a mentiroso.

(…)

A decir verdad, mentir es un vicio maldito. Sólo por la palabra somos hombres y nos mantenemos unidos entre nosotros. (…) Un padre de la Antigüedad dice que estamos mejor en compañía de un perro conocido que de un hombre cuya lengua desconocemos. ¡Y hasta qué punto el lenguaje falso es menos sociable que el silencio!