El clásico 29

Schelling: La relación de las ares figurativas con la naturaleza. Trad de Alfonso Castaño Piñan. Aguilar, 4ª edición, 1972. Págs. 32-38.

(…) la naturaleza ha sido considerada como un simple producto, y las cosas que ella encierra como cosas sin vida, sin que en modo alguno aparezca la idea de la naturaleza como algo viviente y creador. (…) y si las de la realidad eran formas muertas para un observador muerto, no menos lo serían las del arte. Si las primeras no eran engendradas por una fuerza libre, lo mismo ocurría a las segundas. El objeto de la imitación cambió, la imitación permaneció. El puesto de la naturaleza fue ocupado por las excelsas obras de la antigüedad, cuyas formas externas se aplicaron a captar los discípulos, mas sin apoderarse del espíritu que las inflamaba. Pero aquellas son del mismo modo inimitables, sí, más inimitables aún que las obras de la naturaleza; os dejarán aún más indiferentes que estas si no intentáis penetrar su envoltura con los ojos del espíritu para captar en ellas las fuerzas que las vivifica.

Por otra parte, es cierto, los artistas de estos últimos tiempos conservaron un cierto impulso idealista y una idea vaga de una belleza superior a la materia, pero tales ideas eran como bellas palabras a las que no corresponden realidades. Si la manera precedente de tratar el arte había engendrado cuerpos sin alma, esta, en cambio, muestra sólo el secreto del alma, pero no el del cuerpo. Como ocurre siempre, la teoría fue empujada rápidamente al extremo opuesto, pero el medio vivo aún no había sido hallado.

¿Quién podría decir que WInckelmann no conoció la más alta belleza? Pero a él se le apareció sólo en sus elementos separados, por una parte como belleza que está en el concepto y que fluye del alma, y por otra como belleza de las formas. ¿Qué lazo realmente eficiente las enlaza juntamente?; o, si se quiere, ¿qué fuerza crea a la vez el alma y el cuerpo como en un soplo único?

(…)

Desde hace largo tiempo se ha reconocido que en el arte no todo se hace con consciencia; que a la actividad consciente ha de unirse una fuerza inconsciente, y que la unión perfecta y la correspondiente compenetración de ambas produce lo más excelso del arte. Las obras donde falta este sello de la ciencia inconsciente adolecen de la falta de una vida propia e independiente de su realizador; y, al contrario, allí donde se manifiesta, el arte comunica a sus obras, al mismo tiempo que una perfecta claridad para el entendimiento, esa realidad insondable que las hace semejantes a las obras de la naturaleza.