Platón: Carta séptima. 330c a 331d

Alianza Editorial, 1998. Trad. de Javier Martínez García. Págs. 269-270

Y tengo que decir lo siguiente: que cuando un hombre enfermo, que además sigue un régimen dañino, recibe el consejo de que lo primero que debe hacer por su salud es cambiar su género de vida, y está dispuesto a obedecer, entonces puede seguir recibiendo otras recomendaciones, pero si no está dispuesto, yo consideraría como hombre entero y médico al que rehuyese de prestar consejos similares, mientras que, por el contrario, si prosiguiera con ello lo tendría por poco entero y por un incapaz. Y precisamente lo mismo vale para la ciudad, independientemente del número de sus jefes, si, al avanzar por el camino recto de su gobierno como conviene, requiere algún consejo sobre cosas de su conveniencia, es propio de un hombre sensato dar consejo sobre estos asuntos, pero si andan completamente fuera de lo que es un gobierno correcto y no están dispuestos en modo alguno a seguir este ideal, sino que advierten a su consejero que deje estar el gobierno y no lo toque, so pena de muerte, y le ordenan que les aconseje servir por siempre a sus voluntades y caprichos del modo más fácil y rápido, yo tendría al que aguantara tales consejos por un hombre poco entero, pues entero sería si no las aguantara. Esta es la manera de pensar que tengo, y cuando alguien me pide consejo respecto de algo muy importante sobre su propia vida, como por ejemplo la adquisición de bienes o el cuidado del cuerpo o del alma, si me parece que vive día a día conforme a ciertos principios o si al ser aconsejado está dispuesto a obedecer en lo que se le dictamine, entonces le aconsejo de grado y no me limito a cumplir el ritual pro forma. Pero si no me pide consejo en absoluto o está claro que al darle consejo no va a obedecer de ningún modo, entonces yo no voy a ir por propia iniciativa hacia esa persona para darle consejos ni la iba a coaccionar, aunque fuera un hijo mío.

(…) Y con respecto a la ciudad, esta es precisamente la manera de pensar con la que debe vivir el prudente. Si le parece que no se está gobernando bien, lo dirá, siempre que no vaya a hablar vanamente ni que al hablar se vea condenado a muerte, pero no aplicará violencia a su patria para subvertir el régimen cuando no es posible que surja uno mejor si no es con destierros y asesinatos; antes bien, habrá de mantener la calma rogando por su propio bien y por el de su ciudad.