15 Nov Stefan Zweig: El mundo de ayer
Stefan Zweig: El mundo de ayer. Trad. de Joan Fontcuberta y Agata Orzeszek. Acantilado, 2010. Págs. 459-460
Resulta difícil desprenderse en pocas semanas de treinta o cuarenta años de fe profunda en el mundo. Anclados en nuestras ideas del derecho, creíamos en la existencia de una conciencia alemana, europea, mundial, y estábamos convencidos de que la inhumanidad tenía una medida que acabaría de una vez para siempre ante la presencia de la humanidad. Puesto que intento ser tan sincero como puedo, tengo que confesar que en 1933 y todavía en 1934 nadie creía que fuera posible una centésima, ni una milésima parte de lo que sobrevendría al cabo de pocas semanas. De todos modos, teníamos claro de antemano que los escritores libres e independientes íbamos a contar con ciertas dificultades, contrariedades y hostilidades. Justo después del incendio del Reichstag dije a mi editor que pronto se acabarían mis libros en Alemania. No olvidaré su estupefacción.
-¿Quién habría de prohibir sus libros? -dijo entonces, en 1933, todavía muy asombrado-. Usted no ha escrito ni una sola palabra contra Alemania ni se ha metido en política.
Ya lo ven: todas las barbaridades, como la quema de libros y las fiestas alrededor de la picota, que pocos meses más tarde ya eran hechos reales, un mes después de la toma del poder por Hitler todavía eran algo inconcebible incluso para las personas más perspicaces. Porque el nacionalsocialismo, con su técnica del engaño sin escrúpulos, se guardaba muy mucho de mostrar el radicalismo total de sus objetivos antes de haber curtido al mundo. De modo que utilizaban sus métodos con precaución; cada vez igual: una dosis y, luego, una pequeña pausa. Una píldora y, luego, un momento de espera para comprobar si no había sido demasiado fuerte o si la conciencia mundial soportaba la dosis. Y puesto que la conciencia europea -para vergüenza e ignominia de nuestra civilización- insistía con ahínco en su desinterés, ya que aquellos actos de violencia se producían «al otro lado de las fronteras», las dosis fueron haciéndose cada vez más fuertes, hasta tal punto que al final toda Europa cayó víctima de tales actos.