Mingote

Mingote

Ramón Nogués

Me parece que es mucho decir que Mingote no sabía que era un filósofo. Lo que pasa es que era tan chuleta, tan jugador de mus, tan toreao, que cómo lo iba a decir en voz alta. O quizá ni en baja.

Hay en su obra, de más de medio siglo de floración, detalles y menciones para llenar varios miles de secciones como esta. Por no sé qué cosas infantiles, lo primero que me viene a la cabeza cuando me dicen «Mingote» es un chiste suyo que era la portada de uno de sus libros recopilatorios de los años sesenta, creo que aquel titulado «Hombre solo»: uno de sus barbudos náufragos sentado en una de sus islitas desiertas -nadie las ha diseñado como él: circulares, de alrededor de un metro de diámetro- en medio del mar, sin nada a la vista más que agua y horizonte, y una teja cayendo desde las alturas en dirección recta y precisa hacia la cabeza del desgraciado.

Si eso no es existencialismo, que venga Camus y lo vea.

Hoy me ha dejado con un pasmo similar otra de sus viñetas pero esta de carácter completamente diferente. La publicó el ABC, que está haciendo una retrospectiva se diría que completa del artista, el pasado 17 de diciembre, y era una viñeta de 2005: una muchedumbre variopinta se agolpa un poco más allá, se diría que caminando hacia nosotros, con una pancarta que va de lado a lado en la que se lee en mayúsculas: «Al pan, pan, y al vino, vino». Buena manifestación, buena causa, inmejorable objetivo. Pero en primer término a la derecha, muy en primer plano, casi de cara a nosotros observa la escena un individuo de mirada de través, ceño apretado y boca en U invertida. Y dice en voz alta: «Reaccionarios».

Si eso no es crítica, que venga Goya y lo vea.

Lo que hay que dedicar al silencio y a la contemplación y a la reflexión para conseguir semejante síntesis. Y no falló un día en más de sesenta años de profesión: Mingote, el filósofo.