Siempre nos quedará Buster

Siempre nos quedará Buster

Ramón Nogués

 

Habrá que acostumbrarse: por aquí somos varios los trekkies, de modo que probablemente vaya a haber en el futuro más de una referencia a esas series televisivas, germen como ninguna otra de mil y un argumentos, personajes y mundos que han utilizado otras series y libros, o han creído inventar.

Ah, que estamos en un lugar en el que mola decir que no se ve la tele, o que si se ve lo que no se ve son series; o que, si se ven series, las que no se ven son las de ciencia-ficción. Es verdad, también hay algunos que siguen sin manejar el teléfono (el fijo, ojo: el fijo) y creen ser mejores porque siguen usando la comunicación mediante notas (que ellos llaman «billetes») y un tío que las trae y las lleva. Siempre me olvido. Bueno, para estos, aclararé que trekkies son los aficionados a unas series de televisión, de las que también se han hecho películas largas, tituladas Star Trek. Lo demás que se lo busquen ellos.

En la actualidad Netflix ofrece una de las secuelas más acabadas y mejor hechas; otro día hablaremos de todo ello, por si a alguno le interesa, pero convendría que los reticentes fueran encuestando por su entorno, para que acabaran de darse cuenta de que saber de Star Trek es tan poco deshonroso como saber de Ascensor para el cadalso,  o de El amigo americano, o de cualquier otra, y que, leche, a estas alturas hay que saber quiénes son Spock o Leia aunque uno sea un aficionado a Benjamin Constant.

En fin, la secuela (en realidad es simplemente parte de la historia original, pero así se llaman hoy en día, para abreviar; y esta, además, es precuela) a la que me refiero recibe el título de Star Trek Discovery. No voy a desvelar la trama, que tiene su intriga y además su intríngulis. En estas cosas llamadas a menudo de modo inapropiado «de ciencia ficción» suele haber muchos momentos de grandilocuencia y fanfarrias, y mucho como de filosofía de puesto de perritos calientes, o de aguaducho de horchata, que se debería decir aquí. Pero quizá Star Trek se caracteriza porque de eso, poco: tiene su cosita más o menos solemne, pero la tiene desde el principio, y es algo llamado «La Directiva Principal», que es simplemente no irrumpir, o intervenir o influir en culturas ajenas cuando se contacte con ellas. Con eso basta. En metafísicas tampoco se mete mucho.

Pero en esta Discovery se da en el quinto capítulo que la nave y su tripulación se han quedado aislados. Pero aislados de todo, aislados de verdad, y no diremos cómo por no fastidiar el suspense. Nadie puede volver a hablar con sus familias ni volver a ver el mundo de la que hasta ahora ha sido su vida. Al cabo de unos días o semanas lo que parecía aceptado va aflorando en forma de peleas, de depresiones, de irritabilidad. Se ve claramente que está rodada en plena época de confinamiento COVID19, porque todo eso es lo que aflora: la apatía, el aburrimiento, el agotamiento de luchar contra el aburrimiento y… la consulta que el capitán hace a la computadora maestra y se diría que diosa de la nave: ¿Qué puedo hacer para que la tripulación recupere el tono?

Se sigue viendo la época COVID19: la computadora recomienda, como si fuera un programa de la tele de divulgación médica: que hagan deporte, que paseen (no dice «que les dé el aire» de milagro); no, eso no vale, ya lo he probado, responde el capitán. La computadora corrige y continúa (sigue el COVID): pues yoga, meditación, o… quizá podría exponerse a la tripulación a la contemplación de películas de aquellos cómicos del siglo XX, Buster Keaton, Chaplin…

El capitán, que no es de la Tierra, se extraña de la recomendación, pero la investiga y lo decide: que toda la tripulación acuda ahora a la sala de reuniones.

Y allí van todos, y lo que se encuentran es la proyección de cortos de Buster Keaton, y a la mitad de sus compañeros revolcándose por el suelo de la risa y olvidando más a cada segundo  su apatía, y ellos mismos cayendo víctimas de las carcajadas a los pocos segundos de mirar la pantalla.

Aquí hay dos juegos: uno y evidente, Buster Keaton como sanador de melancolías y reparador de averías vitales.

Dos: la a menudo tenida por grandilocuente y ceñuda «ciencia ficción», en su representación quizá más contundente, que es la colección Star Trek, resolviendo el conflicto principal del episodio al recurrir a… la risa.

Ni Bergson.